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El hombre que disparaba a los muñecos

Rutinaria dirección de Clint Eastwood, que rueda sin intensidad un guion ramplón de personajes esquemáticos y con psicología plana

Bradley Cooper, en acción.

Hay una secuencia involuntariamente cómica que resume bastante bien, en su aparente insignificancia, la categoría de impersonal película sin interés (ya lleva demasiadas en su última etapa) en la rica filmografía de Clint Eastwood, seguramente regocijado ante el descomunal y enfervorizado éxito que está teniendo en la taquilla de Estados Unidos. En dicha secuencia, Bradley Cooper y Sienna Miller, muy voluntariosos ambos a la hora de darle vida a unos personajes cogidos con alfileres, toman en sus amorosos brazos a su bebé. Y desde el primer momento salta a la vista que no es un niño real (al parecer el que iban a utilizar se puso enfermo y el pragmático Clint, que odia esperar, pidió un muñeco) y la perplejidad ante la chapuza da paso a la hilaridad al ver al pobre Cooper moviendo una manita del muñeco disimuladamente para que parezca de verdad. Ese descuido se extiende a un guión ramplón que enlaza escenas mal cosidas y empeñado en convertir en el gran héroe norteamericano a un señor que mató a docenas de enemigos cómodamente emboscado y a larga distancia. Así cualquiera.

Los principales problemas de "El francotirador" son la ausencia total de conflicto y progresión dramática con personajes que parecen, ellos mismos, muñecos, y la rutinaria sucesión de secuencias rodadas sin intensidad alguna salvo alguna tarascada bélica. El entrenamiento para ser un arma letal se supone que es durísimo, pero en la película casi parece destinado a boyscouts. La única motivación que se da al empeño mesiánico del francotirador por matar enemigos sin rostro (muñecos de pim pam pum, todos malísimos de manual) es defender a su país porque su país es lo más importante, y para eso nos sueltan un discurso paternal sobre lobos, pastores y corderos y aparecen las imágenes de los atentados del 11-S como el Rubicón patriótico que cambia la vida del protagonista. En ningún momento se plantean los inevitables conflictos íntimos que deben asaltar a alguien dispuesto a matar a una mujer o un niño. Es, además, un vengador sin piedad digno de un western y sus compañeros son gente simpática y entrañable sin excepción. Como mucho, en la única escena con algo de tensión emocional ante sus actos, el ejecutor puede desear que un crío que ha recogido un lanzagranadas lo suelte y no le obligue a disparar. Y punto. En las memorias de Chris Kyle no hay remordimiento alguno, se trata de liquidar salvajes al por mayor y disfrutando. En la película se han limado los brotes más racistas y belicistas pero igualmente estamos ante una máquina de matar que sólo demuestra sentimientos cuando está con su familia (y las escenas domésticas son terribles), y que está deseando dejar pañales y cunas para volver a la acción: sólo luchando / matando se siente realizado, la guerra es su hogar.

Hay otros dos elementos que vulgarizan hasta extremos insospechados la película. Primero, la subtrama del francotirador enemigo con el que Kyle mantiene una especie de duelo. El problema no es que esa competición la hayamos visto (y mucho mejor resuelta) en "Enemigo a las puertas", sino que aquí Eastwood la despacha de forma apresurada y con un combate final de resultado imposible, visualmente digno de Michael Bay. Y segundo, la irrupción de escenas que, sin llegar a la comicidad del muñeco, resultan como mínimo chocantes: el francotirador en plena faena y hablando por teléfono con su esposa. Una de las charlas, con cierto toque erótico, puede pasar, pero las otras, en medio del combate y con ella escuchando, son chapuceras hasta el sonrojo. Hay, como es lógico, momentos en los que sí aparece el talento de Eastwood: la batalla en plena tormenta de arena o la breve charla con su hermano de mirada destruida (único elemento seudocrítico hacia la presencia de EEUU en Irak), pero "El francotirador" yerra tanto el tiro que incluso los momentos que quieren ser emotivos tienen un tono forzado. Sobre el mensaje ideológico que encierra ya somos todos mayorcitos para saber cuál es a las primeras escenas de cambio porque Clint no se esconde, así que cada espectador puede elogiarlo o aborrecerlo a su gusto o conveniencia.

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