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Cenizas y dementes

Despropósito mal interpretado y peor dirigido que mezcla sin pudor ingredientes de "Titanic" y "Gladiator"

Seamos serios. Una película como ésta sólo se puede soportar si te la tomas a broma, con momentos tan delirantes como esa persecución al galope mientras caen bolas de fuego y la prota, cual McGyver con túnica, busca la forma de soltarse de sus cadenas con lo que tiene más a mano. Tranquilos, que no lo cuento para no destripar el gag. Si a eso añadimos que al despampanante final con el que se pretende inflamar de romanticismo épico la pantalla sólo le falta una cancioncita llorosa de Céline Dion, se puede concluir que esta infausta "Pompeya" alcanza en su aparatoso desenlace las más altas cotas de ridículo sin que el vistoso y gélido despliegue de efectos especiales vía ordenador camufle la sucesión de despropósitos que se acumulan plano a plano. Así, el drama de una ciudad arrasada por la Naturaleza nunca llega a conmover, ni mucho menos a impresionar. Las víctimas son simples muñecos en un espectáculo de feria cuyo destino importa más bien poco, y eso incluye a esa pareja de amantes que se quieren porque así lo decide el guión, no porque los actores -pésimos ambos, dicho sea de paso- logren transmitir sus sentimientos.

Mal acaba lo que mal empieza, y en ese sentido Pompeya es modélica: la secuencia en la que el demente personaje de Kiefer Sutherland -se le da mejor ir corriendo de un lado a otro a contrarreloj, la verdad- mata a la familia del futuro campeón de los gladiadores es una copia burda del comienzo de Conan, el bárbaro. Después, los autores del desaguisado no se esfuerzan demasiado y entran a saco en películas que triunfaron en taquilla con similares mimbres. La mención anterior a la cantante de Titanic no es caprichosa: aquí, tras una inenarrable escena en la que el esclavo guaperas la enamora gracias a su sapiencia con los animales, se desenrolla un romance trágico entre chica rica y chico pobre con el trasfondo de una catástrofe. El problema es que, aparte del guión que les hace pronunciar frases bobas sin descanso, Browning y Harington tienen un uno por ciento del talento de Kate Winslet y Leonardo DiCaprio, y eso siendo generosos. A ese ingrediente se le añaden varios puñados de Gladiator y la estética al uso en estos tinglados de espadas sangrientas -aunque no se regodee con efectos de las matanzas en plan Spartacus, menos mal- y tenemos como resultado una ensalada de topicazos que puede ser un festín para los cazadores de gazapos, y en la que ofende ver a Jared Harris y Carrie Anne Moss lidiando con papeles imposibles y una salida de escena grotesca.

Dicho lo anterior, hay que romper una lanza por su director, aunque sea en clave irónica: Paul W.S. Anderson no engaña a nadie. Un señor que tiene en su filmografía títulos como Mortal Kombat, Alien vs Predator o Los 3 mosqueteros, y que empalma bodrios de Resident evil logrando la proeza de cada nueva entrega sea peor que la anterior, merece un premio a la coherencia, y Pompeya, con sus aires pomposos y sus personajes de cartón piedra involuntariamente cómicos, se convierte en el mejor resumen de esta argucia de Hollywood de darnos gato con liebre gracias a los avances técnicos. O sea, hacer pasar por clase A lo que es una serie B del montón.

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