-¿Cansado?

-¿Lo parezco?

-Sí.

-Hace diez meses que estoy viajando...

Dicker (Ginebra, 1986) salta de país en país promocionando lo que es, a día de hoy, el último fenómeno literario. Le aconsejó su editor: "Será bueno para el libro, pero sobre todo para ti". Para aprender. No tiene aún la treintena, pero ha convertido "La verdad sobre el caso Harry Quebert" (Alfaguara / La Campana) en un "best seller". Pero no hay que dejarse engañar: aunque se vea su libro junto a las novedades de novela negra, lo único que comparte con Stieg Larsson es una escritura adictiva.

"La verdad sobre el caso Harry Quebert" es, en realidad, una novela sobre el amor. Los libros. Los maestros. Los hijos. Las relaciones prohibidas de chicas de 15 años con hombres de 34. De ahí la comparación con Nabokov. Dicker reivindica la "libertad" para crear "sin límites". Después de escribir seis novelas hizo diana con la segunda que logra publicar. Él dice que no tuvo ninguna premonición, pero sí su desaparecido editor francés.

-"Todo el mundo hablaba del libro". Así comienza la novela. ¿Intuyó que todos hablarían de su libro?

-Soñaba cuando era pequeño...

-Joven, triunfador..., ¿qué hay de Joël Dicker en Marcus Goldman?

-Poca cosa. No hay ni más ni menos que de cualquier otro personaje del libro. Yo lo que quería era contar una historia. Y lo he hecho en primera persona, porque es un recurso narrativo muy potente. La primera persona significa que hay una forma de verdad: yo existo y cualquier cosa que digo es más directa. El reto era escribirlo sin caer en la trampa de la autoficción.

-Ha construido un auténtico juego.

-¿En qué sentido?

-Ha jugado con la trama, los personajes y los lectores.

-En francés, cuando hablamos de juego, también está el sentido de diversión. Y yo me he divertido mucho jugando con estos elementos. Pero no he jugado con el lector.

-¿No?

-El lector y yo jugamos juntos. Mantenemos esta relación. No lo manipulo, es el lector el que pasea conmigo. Después de tres líneas podría decir que no quiere jugar con Marcus Goldman porque no es Joël Dicker.

-¿Sin mentiras o medias verdades no hay literatura?

-Buena pregunta. Pero, ¿qué es una mentira? Miento cuando soy consciente de que te cuento algo erróneo y lo hago con un objetivo concreto. La palabra mentira yo la asocio a malsano. Un libro no es nunca una mentira. Es una oportunidad, un sueño.

-¿Cambiamos mentira por secreto?

-Sí. Porque en realidad éste no es un libro sobre las mentiras, pero sí sobre las verdades. Y la verdad puede tener dos sentidos: lo contrario a falso o la verdad como percepción. Yo me decanto por ésta. La percepción es justa y te pertenece a ti. Es como el dolor. Si tú lo percibes, existe.

-¿Imaginativo?

-Totalmente.

-¿Observador?

-Sí, pero no intruso. Miro las señales.

-¿En su libro todo el mundo acaba teniendo lo que se merece?

-[Se lo piensa]. No.

-¿Pero hace de la escritura una forma de justicia?

-Sí, es la revancha sobre la vida.

-Los críticos dicen que su libro, por lo que tiene de bricolaje narrativo, se estudiará en los talleres de escritura.

-No me gustaría que se hiciera. De momento, yo no tengo obra. No tengo nada. Quizá no vuelva a escribir nada más. Quizás sólo sea un chico que ha tenido suerte una vez en su vida. No soy escritor. Todavía no. Claro que quisiera tener una carrera larga, pero de aquí a 30 años volvemos a hablar.

-¿Qué hace un suizo escribiendo una novela americana en francés?

-Tengo familia en Washington y viajo desde los 4 años a EE UU. Forma parte de mi vida, de mi cultura y, de hecho, este libro lo empecé a escribir allí. Y también es cierto que los autores de mi generación hemos crecido con la supresión de fronteras en Europa. La identidad territorial tiene que ver con la cultura y la lengua, no con las aduanas.

-¿Por qué escribe?

-Escribo porque los libros son más fuertes que la vida.