Dos hechos de los últimos días han tenido la cualidad de poner a prueba al Papa Francisco, o, en expresión menos severa, la de intentar situarle con mayor precisión en medio de este torrente de apreciaciones sobre su disposición a renovar la Iglesia.

El teólogo Hans Küng, cuestionado y censurado por el Vaticano desde tiempos de Pablo VI, ha manifestado en un periódico alemán que "sería una señal para muchos el que esa injusticia fuese reparada". A sus 85 años, Küng puede tener aún la legítima aspiración de que fuera revisada, por ejemplo, la condena sobre sus ideas críticas acerca de la infalibilidad papal, o sobre otras muchas materias con las que ha encabezado durante años la disidencia católica. Pero son ya muchas décadas de sedimento de sus ideas y la pregunta clave es si él mismo aceptaría revisarlas, no para repudiarlas, sino para presentarlas de modo más constructivo. Por ejemplo, sus indagaciones sobre el proceso centralizador de la Iglesia romana y de la curia son excelentes, pero le abocaron el 15 de abril de 2010 nada menos que a solicitar a los obispos de todo el mundo una especia de sublevación contra el Papa Benedicto XVI, en concreto, para "abordar de forma franca y honrada los problemas y las reformas consecuentes". Y añadía: "Os pido, con todo el respeto, que contribuyáis con lo que os corresponda, cuando sea posible en cooperación con el resto de los obispos; pero, si es necesario, también en solitario, con 'valentía' apostólica".

El otro hecho de consideración es que el Papa Francisco ha dado el visto bueno a la evaluación del Vaticano sobre la Leadership Conference of Women Religious (LCWR), es decir, la entidad que agrupa a unas 1.500 religiosas progresistas de EE UU (donde se registran alrededor de 57.000 consagradas). Dicha evaluación concluyó que manejaban "temas feministas radicales incompatibles con la fe católica", así como oposición a la enseñanza de la Iglesia sobre el sacerdocio exclusivo para los varones o la homosexualidad.

Valga la ironía, pero la Iglesia católica es ese lugar tan acogedor que un solo teólogo, Küng, o el 3 por ciento de las religiosas de un país, merecen la atención, acaso la condenación, de sus organismos doctrinales. No dudamos que Hans Küng o las monjas americanas ponen el dedo en yagas no cerradas, pero aún no son pruebas para clasificar a un Papa.