"El atlas de las nubes" da la razón a quienes pensaban que la asombrosa novela de David Mitchell es sencillamente inadaptable. Por compleja. Por laberíntica. Por ambiciosa. Por ponerle las cosas difíciles al lector desde el principio. Por principio. Tal vez en otras manos el trasvase (o la reducción al por mayor) del contenido del libro a la pantalla hubiera resultado más sugerente. O competente. Los hermanos Wachowski y su cómplice, Tom Tykwer, que empezó bien con "Corre, Lola, corre", y se ha desfondado, entran a saco en las páginas para extraer todas las escenas que aparentemente pueden quedar resultonas si se convierten en imágenes. Y quienes metieron con calzador grandes mensajes de filosofía barata en esa antigualla que es hoy "Matrix" han pillado tal empacho de solemnidad trascendencia que, por comparación, el "Origen de Nolan" es una película que entienden hasta los bebés.

Cuántas ínfulas. Cuánta impostura. Cuánta frase impresionante. Cuánto despliegue grandilocuente de imágenes en las que reforzar con costuras digitales un edificio tan vistoso por fuera como vacío por dentro. La mezcla de seis historias que van de un tiempo a otro sin orden y mucho desconcierto se convierte en una tortura sólo aliviada por algunos maquillajes grotescos con los que utilizar a los mismos actores en distintas situaciones. Seguro que el ubicuo Tom Hanks se lo pasó en grande cambiando de aspecto, y como ha hecho muchas gansadas en su carrera, no tiene miedo a que se rían de él cuando se busca todo lo contrario.

Con su esforzada y tal vez suicida aspiración de ser una obra total, o la película de arte y ensayo más cara de la historia, "El atlas de las nubes" mezcla escenas intimistas en las que se habla con ampulosidad de la Vida (así, con mayúsculas, porque todo en la película lleva mayúsculas y subrayados Importantes) con otras de acción o misterio en las que importa un rábano lo que pase porque no hay personaje alguno con el que identificarse. Si en la novela los saltos en el tiempo tienen una razón de ser, unidos por un hilo narrativo ardorosamente inteligente, en la película todo resulta arbitrario y deslavazado, con una duración caprichosa de las escenas que impide hacer con ellas un relato coherente en su fragmentación. El amor, la muerte, el destino, el sacrifico, la fatalidad, la solidaridad, la injusticia, el odio, la... En fin, piensen en cualquier Gran Tema y encontrarán una píldora metida en este inmenso monumento a la pretenciosidad sin sentido del ridículo. ¿Que hay algunos momentos visualmente espléndidos? Sí, claro, y el espectador que no haya sucumbido al tedio quizá pueda disfrutarlos antes de sumergirse de nuevo en el sopor.