El célebre actor Héctor Alterio emprende un viaje desde el odio y el rencor hasta la ternura para dar vida a Bruno, el protagonista de la pieza teatral inspirada en la novela “La sonrisa etrusca” (1985) de José Luis Sampedro. Como en el libro, el actor encarna a un anciano, cuya juventud marcó la guerra y que diagnosticado fatalmente, descubre el amor a través de su nieto. Es la primera vez que sube a las tablas este texto.

-¿Tratará de transmitir las mismas sensaciones con “La sonrisa etrusca” que sintió usted mismo al leerlo?

-La novela tiene todas las características para atraer desde la primera página a la última. Cayó en mis manos sin saber que el destino veinticinco años después me brindaría esta oferta. Produjo una sensación tan entrañable el personaje de Bruno en mí, como un ser tan humano, en contra de las características superficiales de viejo gruñón y que no se doblega. Me atrajo muchísimo. Cuando me ofrecieron participar en esta adaptación, lo leí con otro interés, indagué en las características del personaje.

-El contrapunto femenino lo pone Julieta Serrano, ¿cómo ha sido el reencuentro tras veinte años sin coincidir en el teatro?

-Tengo una relación profesional estupenda, porque más allá de sus condiciones como actriz es una mujer excepcional, cariñosa, seria, entretenida, divertida. Es una aventura que tiene olor a fiesta, pensé.

-¿Puede un niño cambiar la vida de un anciano, como ocurre con Bruno?

-Creo que sí y lo digo con conocimiento de causa. Yo tengo una nieta de cinco años. Desde hace cinco años es la que moviliza a toda la familia. Se ha dicho siempre que los nietos traen una posibilidad de felicidad mayor que los hijos. Y nosotros sentimos por Lola un amor inesperado y que centraliza todo el día Lo que le pasa a Bruno es algo similar.

-Siguiendo el paralelismo, ¿cómo se enamora uno en la madurez?

-(Risas). No sé. Hay muchos matices. Pero destaco de este personaje que ama como si fuese a vivir eternamente. Ofrece y se refugia en un amor como si tuviera toda una vida, a pesar de que sabe que morirá en 10 meses. Y eso lo hace grande: la generosidad y la curiosidad.

-¿Puede comprender a un personaje tan duro?

-Lo que me da el personaje y algo que no se produce siempre en el teatro: es un pozo sin fin, cada noche hallo algo más.

-¿Ya no quedan en el mundo muchos de aquellos supervivientes partisanos?

-¿Se refiere a supervivientes de la guerra?.

-Y a la resistencia en valores.

-No muchos. Hay que buscarlos.

-Esa enigmática sonrisa de los etruscos, ¿qué le explica a usted?

-Es una sonrisa de placer, de felicidad pero con una trascendencia asombrosa. Un simple gesto la cara siempre produce sensaciones distintas. Tal es así que causó el inicio de esta historia. Bruno estaba intrigado ante la obra de los etruscos.

-El propio José Luis Sampedro se implicó en el proyecto y presenció los ensayos. ¿Cómo lo ha visto?

-No dejó de tener la mano en una libreta y un lápiz durante más de una hora que duró el ensayo. Me conmocionó. Es un personaje entrañable.