Las guías la sitúan nada menos que en el fin del mundo y, por supuesto, hasta la lejana y desconocida isla de Tasmania, a la que el océano separó del resto de Australia hace doce mil millones de años, también ha llegado una gallega. Carmen Primo (Ferrol, 1976), otro de nuestros cerebros emigrados, busca un punto débil en las resistentes algas wakane, cuyo nombre habrán leído en las cartas de los restaurantes de sushi, para frenar su invasión por aguas costeras de todo el mundo, incluidas las gallegas.

Tras acabar su doctorado de Ciencias del Mar en Vigo, Carmen aceptó en 2007 la plaza que le ofrecían en el Centro Nacional de Conservación Marina y Sostenibilidad de los Recursos. Su sede estaba en el "continente", pero se integró poco después en la Universidad de Tasmania y la bióloga se trasladó con el resto de investigadores a la ciudad de Lauceston, al norte del archipiélago.

Su campo de trabajo, la ecología de especies introducidas, es la consecuencia de los desplazamientos humanos a lo largo y ancho del planeta y sus efectos "accidentales o intencionados" en los ecosistemas. A través de cultivos, organismos adheridos a los cascos de los barcos o mascotas, la amenaza invasora ha acabado por cernirse sobre la fauna y la flora autóctonas.

"La lista ya debe superar las dos mil. Muchas especies no tienen efectos negativos, pero otras sí provocan la extinción de las nativas o afectan a sectores económicos como la acuicultura y la pesca. La erradicación sólo es posible en un estado muy temprano, pero después los esfuerzos están dedicados a controlar su expansión", reconoce.

Con este objetivo prepara un proyecto internacional con expertos de Galicia, Nueva Zelanda y EE UU –falta por confirmar la presencia de Argentina– para frenar la expansión del alga wakane, originaria de Japón, China y el noroeste del Pacífico.

Esta "peste" ha desplazado a las especies nativas en el sur de Australia, Nueva Zelanda, Argentina y la costa pacífica estadounidense. También ha llegado a Galicia, se encuentra en aguas de las islas Cíes, y podría establecerse en la costa africana. "Hay partes de su ciclo de vida que se desconocen y debemos saber más sobre ella para saber dónde atacar", subraya.

Su efecto no es impactante, pero crece muy fácilmente y Carmen advierte que siempre son posibles otros efectos: "Vive en los cascos de barcos y botes de recreo, lo que significa más lastre y limpieza y esto conlleva mayor contaminación. Todo está conectado".

A pesar de residir en un archipiélago que duplica la superficie de Galicia, la bióloga no siente el síndrome del aislamiento y destaca el carácter abierto y acogedor de los australianos. El tiempo le recuerda al nuestro, pero un poco más duro: "Aquí estamos al sur de todo, tenemos frío, viento, lluvia...".

A partir de enero, añadirá a su labor de investigadora la docencia de un par de asignaturas, pero no pierde de vista la oportunidad de regresar: "Confío en que el Campus del Mar llegué lejos para poder volver". Cree que el proyecto científico liderado por Vigo para aunar a científicos de Galicia y el norte de Portugal "necesita mucho trabajo", pero tiene "mucho potencial".

Ella mantiene los vínculos con la facultad en la que se formó y hace un año acompañó al grupo de la profesora Elsa Vázquez durante la campaña antártica: "Fue una experiencia espectacular. Todo el mundo me miraba con envidia".

Viajó al continente helado sólo diez días después de su boda con un arquitecto naval chileno al que conoció en Lauceston y después pasaron las navidades juntos en el país andino. Por eso estas vacaciones en Galicia serán especiales: "He estado más de un año y medio sin ir y ¡sólo pienso en comer de todo cuando llegue!", confiesa entre risas.