Natural de Vilanova de Lourenzá , pequeña cuna de grandes prodigios, e hijo adoptivo de Vigo, Francisco Fernández del Riego era el último albacea del galleguismo histórico. Amigo de Risco, interlocutor de Castelao y cómplice de Otero Pedrayo y Cunqueiro, como aquel afable Merlín artúrico refugió en la Fundación Penzol el legado cultural de Galicia. Paco del Riego solía contar una anécdota que ilustra la mágica universalidad de ese tesoro. Paseaba una madrugada de 1954 por Buenos Aires con Luis Seoane tras disertar sobre Valle Inclán y Murguía en el antifranquista Centro Gallego de entonces –lo que le supuso pasar por la cárcel a su regreso a Galicia– cuando, tras horas de espera a la captura de un taxi, acertó a pasar uno cuyo conductor, entre todos los miles que circulaban por las calles, resultó ser un paisano que se había embarcado para Argentina años atrás gracias al dinero que le había prestado una tía carnal de Del Riego.

Estas cosas no sorprenden demasiado en la pequeña localidad lucense de Vilanova de Lourenzá, acostumbrada al cosmopolitismo de sus ilustres hijos. Como el músico y filósofo Francisco Ferreirós, que compartió su existencia con Schönberg entre Berlín y Viena y Juana de Ibarbourou, poetisa nacional de Uruguay. O Francisco Fernández del Riego –emparentado con aquel militar liberal ejecutado por Fernando VII que dio nombre al himno republicano– , a quien Galicia debe mucho de lo que llegó a ser.

Personalidad destacada del Partido Galeguista en la República, refundador del galleguismo político en la clandestinidad en 1942, estratega del facer país iniciado por el clan de Galaxia en 1950, impulsor del Día das Letras Galegas desde una Academia entonces anquilosada, fue también el fundador del Partido Socialista Galego (PSG) en 1964. El currículum de este hombre por cuyas manos pasaron la mayor parte de los escritos de Castelao, que dio la alternativa a Ramón a Ramón Piñeiro, animó a Cunqueiro a escribir Merlín e familia en gallego, consiguió un crepuscular reencuentro de Risco consigo mismo y sugirió a Celso Emilio Ferreiro el legendario título Longa noite de pedra, le convierte en el último patriarca.

Paradójicamente, Del Riego sintió la llamada del galleguismo en Madrid, durante el estallido republicano de 1931, del que participó afiliándose a la Agrupación de Servicio a la República encabezada por Ortega, Marañón y Ayala. Pero la convulsión de aquellos días no encajaba con su espíritu. "El republicanismo no resolvió los problemas esenciales –decía–, derivó a lo que era más pura anécdota, por no decir provocación".

En aquel río revuelto, el joven estudiante de Derecho experimentó en carne propia las cargas de la policía y las burlas de algunos compañeros en el claustro de San Bernardo: "Los gallegos sois unos aguadores y unos mozos de cuadras". Ese 25 de julio, el y tro compañero repartieron en Lourenzá un manifiesto del Día de Galicia e izaron una bandera en el balcón del ayuntamiento. Francisco, con 18 años, pronunció ese día su primer discurso. La hazaña llegaría a oídos de su compinche de infancia, Álvaro Cunqueiro. "Me envió una carta en la que me invitaba a militar en las tres tendencias políticas que funcionabanan en Mondoñedo: Dereita Galeguista, Irmandade Nacionalñista y Partido Arredista Revolucionario. Las tres erán él", bromeaba Francisco Del Riego.

Los desastres de la guerra acabarían con este alborozo en el que se forjó elj oven rebelde Del Riego, entonces profesor de Derecho Civil en Compostela, que sería inhabilitado y desterrado por haber solicitado al Ministerio de Instrucción Pública una cátedra de Historia de la Literatura Gallega. Las muertes de tantos amigos y compañeros colman su angustia en la soledad del improvisado escondite donde se refugió de las primeras atrocidades y, tras algunas indecisiones, se incorpora a filas con los nacionales para salvar su vida. No es difícil imaginar con qué desesperación afrontó los años de la guerra civil en el bando que aplastó cuanto quería. Al término de un rancho ofrecido a la tropa, acuartelada en Sevilla, alguien le propuso que hablara y Del Riego acabó dándoles un discurso sobre el almirante gallego Paio Gómez, sus poemas y su conquista de la Sevilla mora. "La evocación que hice de nuestro poeta medieval produjo una curiosa impresión en los soldados, que, movidos sin duda por el vino bebido, no paraban de ovacionarme", recordaba. Como había ocurrido unos pocos años antes en el Mercado de Lugo, cuando Ramón Cabanillas, con lágrimas en los ojos, salió de entre el público para abrazar emocionado a Francisco Fernández del Riego, el orador más vibrante del Partido Galeguista.

Vigo, esa ciudad que según el poeta Manuel Antonio estaña negada al sentimiento nacionalista porque sólo le importaba el Celta (al que Fernández del Riego siguió religiosamente durante años, puro en ristre), se convertiría en su residencia definitiva, aunque la causa de esa elección, en 1939, fuese más propia de un gag de comedia. "Paz Andrade me había encontrado un trabajo –contaba Del Riego– y empleé mi poco dinero en un billete de tren para Vigo, pero en Redondela me enteré que mi protector acababa de entrar en la cárcel". Ya no podía echarse atrás, y allí se quedó, en esa trepidante población de ourensanos maragatos y catalanes que ostentaba en la época una minoritaria Sociedad de Hijos de Vigo. La misria moral y material de la inacabable posguerra se hizo más soportable por la humanidad y el vitalismo de este gnomo buenagente por el que sentían debilidad Cunqueiro –con quien se fue a Londres a celebrar con langosta al rey Eduardo el victorioso desembarco de Guillermo el Conquistador en Hastings– y el señor de la Casa Grande de Cima da Vila. "Otero Pedrayo y yo congeniábamos muy bien porque ambos éramos unos gozadores–reconocía Del Riego–. Hay una habitación en Trasalba que siempre se dijo que era mía".

Del Riego refundó el Partido Galeguista en 1942, en unos años temibles y atenuados solo por la esperanza en un triunfo militar aliado. La actividad del partido se desvanecería una década más tarde, cuando el comienzo de la guerra fría y las disensiones del gobierno republicano en el exilio disiparon una posible apertura del franquismo. En este tiempo hay una relación muy intensa y polémica desde Galicia con los galleguistas exiliados, representados por el Consello de Galiza formado y presidido por Castelao en Buenos Aires. Algunas voces,como Luis Seoane y Núñez Búa, cuestionaron la representatividad del Consello9, al que achacaban personalismo. "No tanto por Castelao –explicaba Del Riego– sino más bien por el entorno de amigos que lo rodeaba. La prueba es que en París, con el gobierno Giral, estaba desbrujulado y no sabía por dónde salir. Pero es difícil de decir, son todo suposiciones".

La creación de la editorial Galaxia, en 1950, abrirá al galleguismo un nuevo camino que ya no será netamente político. El franquismo más puro y duro comenzaba a ceder terreno lentamente, pero no por ello dejaba de enseñar los dientes., como con la prohibición absoluta de emplear el gallego en cualquier medio escrito, dictada en 1951 por el director general de Prensa, Juan Aparicio, que impidió al propio Otero Pedrayo contestar en gallego al discurso de ingreso de Gómez Román en la Academia Gallega.

Paco del Riego, que abandonó "por no estorbar" el PSG de Beiras por alejarse de su línea original social-demócrata, siempre mantuvo que existía un hueco en la política gallega para un partido galleguista, "aunque sería un error llamarlo así".

El albacea que mantuvo viva en la larga noche de piedra franquista el rescoldo de la llama galleguista para el futuro, nunca quiso sin embargo ejerce de patriarca oficial: "Yo no sé crear herederos, ahí está mi desgracia".