Desde pequeña alentaba el sueño de viajar a África con una organización humanitaria y cuando la posibilidad de hacerlo realidad se materializó ante sus ojos no lo dudó. En un mes, vendió los muebles de su casa de Madrid, pidió una excedencia en su trabajo para el plan de enfermedades mentales graves de la comunidad y se plantó en la Aldea Infantil de Bata, en Guinea Ecuatorial. Allí lleva un año y ocho meses esta joven psicóloga verinesa ocupándose de un centenar de niños y de las "madres" que los atienden y educan, además de coordinar las campañas médicas que realizan periódicamente equipos desplazados desde España.

La Aldea acoge a niños en riesgo social, huérfanos o cuyas familias no pueden hacerse cargo de ellos. El objetivo es ofrecerles "un entorno familiar estable y una formación para que se sientan ciudadanos válidos en el futuro". El recinto consta de diez casas, un colegio, un jardín de infancia y un centro de salud en el que ella desempeña su labor diaria.

En este entorno residen los críos hasta que alcanzan la adolescencia y pasan a los hogares juveniles. "Tienen ganas de jugar y necesidad de cariño. El vínculo que se crea con ellos es fuerte e intenso, pero lejos de caer en la sobreprotección se trabaja para que sean personas autónomas", aclara Laura, la única trabajadora y residente extranjera en esta pequeña comunidad junto a otra joven chilena.

En febrero pondrá fin a su vínculo con Aldeas Infantiles SOS – "Siento que tengo que volver a todos los niveles para cargar pilas", asegura–, pero no descarta volver al continente con una ONG. "Antes de venir había oído hablar del embrujo africano y la verdad es que existe. Hay momentos en los que me he sentido sola, pero ahora, cuando pienso en que me voy a ir, me invade una tristeza muy grande", confiesa.

El amanecer y las puestas de sol, el colorido de las telas que visten las guineanas en contraste con los paisajes verdes y selváticos y las playas "de película" permanecerán para siempre en su retina. "El país es precioso y hay algo en toda su forma de funcionar, caótica a nuestros ojos, que te embruja", comenta.

Pero más aun que los paisajes le han impactado sus gentes: "Me ha impresionado no sólo de los guineanos, sino de todos los africanos, el valor y la serenidad que tienen para afrontar la vida y la muerte. Deberíamos aprender mucho de ellos".

Cuando regrese, cumplirá la segunda parte del propósito que se marcó al llegar a Guinea: "No he juzgado a la gente de aquí, ni lo haré con los europeos después. No se trata de volver a España y vivir como si siguiese en África. Lo mejor que uno puede aprender de esta experiencia es ser consciente de la suerte que tiene y no dramatizar cuando ciertas cosas no van bien".

En el ámbito más anecdótico, Laura ha tenido que adaptarse en este tiempo a la escasez de agua y los cortes de luz –"Te vuelves más útil y resolutiva"– y también se ha olvidado de las colas: "Aquí el que llega lo intenta y a mí, al principio, nunca me tocaba el turno. Ahora sigo su método y me va mucho mejor", comenta entre risas.

Entroido

Otra de las sorpresas agradables que le ha regalado el país ha sido Greg, su pareja, un ingeniero parisino de padre togolés al que confía llevarse a su tierra durante el próximo Entroido, unas fechas enraizadas en los genes de todo verinés que se precie. "El año pasado no pude irme a casa en Navidad, ni tampoco lo haré éste, pero fue peor lo del Carnaval. Esos días anduve cruzada pensando en qué estarían haciendo mis amigos", recuerda.

Su círculo de amistades en Guinea está formado por gente de muchos países y religiones: "Y no supone ningún problema, por eso te preguntas por qué hay tantas dificultades en el primer mundo. Nos falla la comunicación y los prejuicios que tenemos acumulados".

En los países desarrollados conservamos mucho sobre África: "Tenemos una visión injusta. Se magnifican los peligros o las enfermedades y se minimizan los aspectos positivos, que también los hay".

Laura reconoce que en esos contextos peligrosos es donde más urge la ayuda humanitaria, pero se muestra cauta a la hora de opinar sobre casos como el de los cooperantes secuestrados en Mauritania. "Cuando se acude a un lugar se tiene un objetivo que cumplir y se deben poner en una balanza las posibilidades de éxito y el riesgo razonable o asumible", señala.