"En los campos de concentración nazis los españoles vivieron el terror y la muerte pero también hay en la supervivencia una lección de vida por el espíritu de resistencia, solidaridad y hermandad entre ellos". Eso dijo ayer en el Club FARO la periodista Montserrat Llor, tras ser presentada por Xosé María Palmeiro.

Afirma Llor, que entrevistó para su libro "Vivos en el Averno nazi" (editorial Crítica) a españoles que pudieron después contarlo, las claves de la supervivencia según ellos eran el azar, la juventud y fortaleza física o mental, los que conseguían ración extra o un trabajo menos pesado. Y, de modo importante, los que tenían algo que ofrecer, algún talento, que interesara a los nazis".

"Cuando les pregunté si habían sido capaces de perdonar -afirma Llor- me dijeron que sentían odio hacia los que estaban allí, sus verdugos, pero no hacia las nuevas generaciones de alemanes ni sus familiares porque realmente ellos no tienen la culpa de lo que pasó". La periodista cree que sufrían más quienes tenían familia en el campo, porque el mayor dolor era verlos padecer a ellos.

Contó entre otras historias Llor la del aragonés Francisco Bernal, el zapatero de Ebensee, y la de Segundo Espallargas, 'Paulino', el boxeador imbatido de Mauthausen.

Francisco Bernal era zapatero de profesión. Tener buenas manos para el calzado y hacer botas de buena calidad y resistencia le valió la benevolencia de los kapos (presos convertidos en jefes de barracón o servicio) y SS de Mauthausen y Ebensee, dos de los campos donde estuvo preso. "Ingenioso, luchador y solidario -dijo-, a sus 93 le visité en París y recordaba situaciones inverosímiles. El 99 por ciento de los supervivientes españoles no pudieron volver a España y la mayor parte quedaron en Francia".

El carpintero

"Me impactó mucho este hombre que gesticulaba defendiendo lo suyo. Él se encargaba de hacer las botas a los nazis y gracias a su oficio llegó a ser uno de los 'kapos', pero bueno. De hecho, sacó zapatos de donde pudo para calzar a centenares de hombres que iban descalzos por la nieve, evitando que murieran por congelación".

Otro caso fue el de Segundo Espallargas -alias Paulino- que fue boxeador en el campo de Mauthausen. "Trabajaba duramente en la cantera y en comandos de carga y descarga de material pesado. Pero los fines de semana su vida cambiaba radical y peligrosamente. Los nazis montaban un cuadrilátero y Paulino debía boxear en un salvaje ring. Luchar y ganar o morir gaseado. Su garra le llevó a permanecer imbatido. Así salvó su vida. Cuando fui a ver a Espallargas estaba muy enfermo -murió en 2012- y aún así era enorme. En el libro cuenta Ramiro Santisteban, otro de los refugiados, que 'Paulino' era una muy buena persona, que una vez le tocó boxear contra un excampeón alemán que ya tenía una edad y cuando éste se sinceró y le dijo "No me mates, hago esto por comida", Paulino le respondió: "No te preocupes, haremos un poco de teatro y se irán todos contentos. Él me djo: 'Yo iba y luchaba? Los SS apostaban por mí. Yo ganaba, y eso me permitió vivir'. En algún momento tuvo el privilegio de elegir contrincantes y quería luchar contra los kapos más crueles con los españoles, pegarles lo más fuerte posible y vengar así a los compañeros condenados".

Otro, Manuel Alfonso Ortells, que era dibujante. Compartió barracón, también en Mauthausen, con otros españoles, de entre los cuales recuerda a Eduardo Muñoz, Lalo, gran amigo de Picasso. Le salvó la vida entrar a trabajar en la oficina para la construcción del campo y hacer algún dibujo pornográfico a cambio de una ración de comida. "El dibujo le salvó la vida, me repetía constantemente. Su afición a dibujar y a firmar con un pequeño pájaro, símbolo de sus ansias de libertad, fue decisiva para que le apodaran El Pajarito. Con 94 años, vivía en Burdeos. Allí guarda su tesoro: una carpeta con dibujos realizados con papel de los planos del campo. Tenerlos podía suponer allí la muerte".