Habló Pérez-Reverte de ese proceso novedoso, a través de su página web, en el que ha ido deslizando, calculadamente, algunos elementos de la novela en construcción, sin desvelar la trama ni desnudarse. Para alguien como el escritor cartagenero, que gasta un teléfono móvil sin conexión a internet, la red le permite devolver a los lectores parte de lo que le dan: "Estoy en deuda con quienes me leen y siento cierto remordimiento -aseguró-. Todos los días me llegan correos electrónicos y cartas que no puedo contestar. Las redes sociales me permiten corresponder un poco, que el lector sepa que no soy indiferente a su interés. En el fondo soy un buen chico", dijo entre risas.

Además de corresponder a quienes le permiten "vivir bien de la literatura y tener libertad", pudiendo viajar al extranjero para preparar sus novelas, internet le sirve al escritor desahogarse. Cada domingo entra en lo que llama el "bar de Lola", su espacio virtual en Twitter. Al igual que hace en sus columnas semanales, adopta un "personaje gruñón" que le permite "soltar presión". No es el Pérez-Reverte real, al menos no en las formas. "Hay gente que viene a verme asustada, a ver si les llamo hijos de puta -confesó-. Pero soy correctísimo y fui muy bien educado".