Conscientes de que han hecho historia, pero también de su responsabilidad, los investigadores del mayor acelerador de partículas construido por el hombre no se han dado ni un día de de tregua y ya se afanan en la interpretación de los datos que empezó a generar el martes. El champán ha vuelto a la nevera, los periodistas ya no les esperan en los pasillos y los científicos están impacientes por escribir nuevas líneas en los libros de física. "Se ha abierto una ventana a través de la que nadie había mirado antes. El ambiente aquí es de mucho optimismo. La gente está muy motivada y trabajando a toda pastilla. Habrá competencia entre los investigadores para ser los primeros en descubrir algo", describe desde Ginebra la ourensana Teresa Fonseca.

En el CERN, el Laboratorio Europeo de Física de Partículas, trabajan alrededor de medio centenar de gallegos. Algunos de ellos, como Abraham Gallas, de la Universidad de Santiago, brindaron con champán servido en vasos de plástico en una de las cinco salas de control que supervisaron la puesta en marcha del LHC.

A Teresa, que trabaja desde hace cinco años en Atlas, uno de los cuatro grandes proyectos asociados al acelerador, le tocó echar una mano con los periodistas que cubrían este hito de la ciencia y la tecnología. "Ya contaba con que lo consiguieran, porque se está trabajando muy bien, pero no dejaba de ser un desafío que finalmente se ha confirmado realista y factible", relata por teléfono desde su oficina en el CERN.

Desde hace meses, este centro situado en la frontera franco-suiza se preparaba para pasar a la historia y las salas de control contaban con expertos las 24 horas del día. El gran acelerador alcanzó su objetivo el martes a mediodía y, en cuanto la noticia llegó a tierras gallegas, a Teresa comenzaron a llegarle felicitaciones de familiares y amigos: "Ya sabían que el martes era el gran día. Los tengo muy informados".

Hasta esta semana, el hombre había sido capaz de provocar la colisión de partículas a menos de un teraelectronvoltio (TeV) pero en el CERN han conseguido una energía récord 3,5 veces superior.

Físicos e ingenieros han trabajado con una precisión mili métrica para lograr que haces de partículas "del grosor de un cabello" que circulan a una velocidad cercana a la de la luz y en sentido opuesto choquen exactamente en los cinco detectores del LHC. "Todo un milagrito", confirma Teresa.

Gracias a estas altas energías, que permiten simular un pequeño Big Bang, los investigadores observarán la realidad allí donde todavía no ha llegado el conocimiento humano. "Cuanto más altas son, tú puedes observar partículas más pequeñas y, por tanto, tienes más posibilidades de encontrar cosas nuevas", simplifica la física ourensana.

Entre esos hallazgos podría estar el bosón de Higgs, que nunca ha sido observado, o la composición de la materia oscura.

El acelerador continuará generando "del orden de 400.000 colisiones por minuto" durante las 24 horas del día y de forma ininterrumpida hasta finales de 2011, cuando se prevé que se tome un descanso.

"Se parará un año para hacer los ajustes necesarios y alcanzar energías de 5 o 7 teraelectronvoltios, lo que significaría 14 TeV en el centro de masas", revela Teresa.

Por ahora, los investigadores deben aprender a manejar el LHC e interpretar los datos generados. "Los expertos están aprendiendo a manejar el acelerador para que funcione de manera rutinaria y también quieren conseguir más protones en cada haz para que aumenten las probabilidades de choque. Y en los detectores también se ha abierto un periodo de calibración en el que buscaremos desintegraciones sencillas que ya se midieron antes para ser capaces de entender los nuevos datos. Ha comenzado una carrera rapidísima y vamos a tener unos horarios locos", comenta divertida.

Debido a todo este trabajo inicial que tienen por delante, Teresa no cree que el acelerador vuelva a las portadas de los periódicos de todo el mundo con su primer descubrimiento hasta dentro "de tres o cuatro meses, incluso puede que más".

Fin del mundo

Lo que sí ya ha logrado es dejar en ridículo a quienes vaticinaban que provocaría el fin del mundo. "La naturaleza demuestra que esto no puede pasar. En el espacio circulan unos rayos cósmicos de forma muy acelerada que al chocar contra nuestra atmósfera provocan cascadas de partículas con una energía de 20 TeV. Si existiese la probabilidad de un agujero negro ya habría sucedido", aclara.

En el proyecto en el que participa Teresa. el Atlas, trabajan 2.500 científicos de 137 nacionalidades diferentes. Los físicos de la Universidad de Santiago colaboran en el LHCb, al que pertenece Abraham Gallas, y en el Alice.