Antes de convertirse en la sede central del Instituto Cervantes, el número 49 de la madrileña calle Alcalá acogía un banco, con cámara acorazada incluida. En total, 1.800 cajas fuertes vacías a la espera de relleno. “¿Qué debía hacer con eso esta institución cultural si no tenemos lingotes de oro ni dinero? Se le dio muchas vueltas y surgió la idea de depositar en las cajas fuertes tesoros de la cultura española”, explica un portavoz del Cervantes.

La idea cuajó y fue bautizada como la Caja de las Letras. El primero en inaugurarla fue el Premio Cervantes Francisco Ayala el 15 de febrero de 2007. Desde aquel día hasta hoy, una docena de figuras de la literatura, arte y ciencia española (ninguna gallega, de momento) han depositado sus tesoros. Ayer mismo, se ampliaba la lista con la aportación del novelista Juan Marsé.

Su legado permanecerá en la caja de seguridad número 1.533 hasta el 21 de abril de 2009 bajo secreto. Así lo ha querido el autor de La muchacha de las bragas de oro.

Medio siglo, por su parte, quedará a resguardo el legado personal así como una carta manuscrita de Ayala, el depositario que hasta el momento ha decidido dejar su patrimonio durante el mayor tiempo.

“El periodo de depósito varía entre los 15 y los 50 años. Es el Instituto Cervantes quien les invita a dejar su legado pero son ellos los que deciden qué depositar y durante cuánto tiempo. Muchos eligen fechas simbólicas, aniversarios de publicación de sus obras, cumpleaños...”, explican desde el Instituto Cervantes.

Uno de los que se ha amparado en este juego de fechas ha sido el compositor Cristóbal Halffter cuyo depósito no verá la luz hasta el 4 de mayo del año 2033. En esa jornada, se cumplirá el 25 aniversario del estreno de su ópera “Lázaro”.

Un secreto artístico

El contenido, el legado, es, en principio, un secreto. “Sólo en tres casos -detalla un portavoz del Cervantes- han detallado en qué consiste su legado. Halffter, por ejemplo, ha dejado un CD del concierto “Don Quijote”, otra grabación en DVD de su ópera “Lázaro”; una página de la partitura original de esta obra; una carta de siete folios y diversas críticas de ambas óperas publicadas en Alemania.

La escritora Ana María Matute, por su parte, depositó un ejemplar de la primera edición de Olvidado Rey gudú (1996) que no volverá a salir de la caja acorazada hasta 2029. “Quiero que dentro de 20 años se me recuerde por mis obras porque los libros son la forma de perdurar y de estar en la memoria de los que nos amaron”, señaló en aquel momento la autora de Primera memoria y también miembro de la Real Academia Española donde ocupa el sillón correspondiente a la letra K.