26 de octubre de 1960. Corrubedo dormía mientras la lluvia y el viento azotaban intensamente el mar. Con los primeros rayos de luz, Alejandro Reino, albañil, abrió la persiana y se asomó con pereza por la ventana para ver los desperfectos que esta vez les había dejado el temporal. Un bulto extraño en la arena de la playa de las Dunas captó su atención. Se vistió y se acercó al arenal donde, para su sorpresa, encontró a un hombre, una mujer y un bebé semienterrados en la arena, ateridos de frío. Alejandro les arropó con unas mantas y les llevó a su casa para que se secaran, desayunaran y se repusieran del susto.

No entendía nada de lo que aquellas personas trataban de explicarle, pero tampoco lo necesitaba. Inmediatamente todo el pueblo se puso en marcha: la Guardia Civil fue la primera en llegar al lugar y el cura hizo repicar las campanas para que los hombres del pueblo ayudasen a sacar el yate del agua. “En pocos minutos decenas de personas estábamos en la playa”, recuerda José Romay, el cartero del pueblo que, por aquel entonces, tenía 27 años. El trabajo fue duro: “Primero introdujimos una plataforma de madera bajo la barca y luego necesitamos las 40 vacas de los labradores para remolcarla hasta la arena”, describe.

El barco se quedó varado en la playa cuatro meses y, al llegar la primavera, lo llevaron a un astillero de Vigo para las necesarias reparaciones. Durante todo ese tiempo, la familia inglesa se alojó en la casa del albañil que los encontró, que tuvo que hacer un gran esfuerzo para acomodarlos. Se comunicaban gracias a un matrimonio de Ribeira que había vivido varios años en Norteamérica. “El niño, de sólo nueve meses era el que más llamaba la atención. Todas las muchachas del pueblo querían coger al niño rubito”, recuerdan.

Tras su marcha a Inglaterra, sólo recibieron algunas cartas, “pero nunca más volvieron por aquí ni dieron a estas gentes las gracias por toda la ayuda”, confiesa Romay.

La Sociedad Española de Salvamento de Náufragos concedió entonces al pueblo una medalla por su participación y ayuda en el rescate de náufragos; una labor en la que históricamente Ribeira ha destacado. Han pasado cincuenta años del rescate del yate “Debonair” y el pueblo quiere recordarlo colocando un monolito conmemorativo. “Será una manera de enseñar a la gente joven cómo se comportaba el pueblo entonces; cómo respondía unido ante los problemas”, apunta Romay, el promotor de la iniciativa.

La medalla luce aún hoy en el manto de la Virgen del Carmen, en la iglesia de Ribeira.