Pocas veces como ayer tanta gente frente a la Catedral la había contemplado tan poco. La visita de los Reyes, que asistieron un año más a la Misa de l’Encontre, abarrotó desde pronto por la mañana la calle Palau Reial hasta más allá de donde alcanzaban las vallas que, a lado y lado, protegían el acceso del convoy hasta la entrada principal de la Seu.

“Estoy aquí, que voy a ver llegar al Rey a la Catedral”, gritaba una mujer por el móvil. “A ver si me acuerdo de cómo va la cámara, que si no...”, abundaba. Y cuando apenas pasaban unos minutos de las doce, don Juan Carlos hizo acto de presencia a bordo de un Volvo que conducía acompañado de la Reina.

Ataviada con falda y chaqueta roja, doña Sofía saludó a los congregados mientras don Juan Carlos, con corbata roja a juego con la indumentaria de su esposa, se acercaba directamente hasta el obispo de Mallorca, monseñor Murgui, que hacía unos minutos que esperaba junto al cabildo catedralicio.

Tras ellos, el heredero al trono y su esposa arribaron en otro coche, y despertaron entre el público un fervor muy propio de la Semana Santa cuando bajaron a sus hijas, Leonor y Sofía, ya muy crecida, de las sillitas en las que iban acomodadas en la parte trasera.

Vestidas por igual en color azul, las pequeñas dedicaron discretos saludos a los asistentes, que se desgañitaban pidiéndoles besos y, acatando las instrucciones de su madre, hicieron después lo propio con el clero, cogidas de la mano.

Tras componer la foto de familia, mucho más reducida que el año pasado, cuando acudieron también a la cita los duques de Palma y doña Elena, y en la que la Reina y doña Letizia, vestida con pantalón claro y chaqueta color crema, y subida sobre unos vertiginosos tacones, intercambiaron un gesto cómplice, la comitiva se adentró en la Seu, donde aguardaban multitud de feligreses, muchos sólo por un día.

Sesenta minutos más tarde, se abrieron de nuevo las puertas del templo, y don Juan Carlos y doña Sofía lo abandonaron en primer lugar mientras estrechaban la mano de algunos de los asistentes a la misa. Ya fuera, doña Letizia, que se repartió con su suegra los gritos de “guapa”, hizo lo propio con varias de las personas que aguardaban, provocando los celos de las que no lo lograron.

Y tras su adiós, una marabunta emprendió el camino de vuelta a casa, con menos paciencia de la que demostraron horas antes para ver en persona, por unos segundos, a la Familia Real.