Míriam Vázquez Fraga / VIGO

A pocos les suena el nombre, pero los síntomas son cada vez más comunes. Obsesión por tener un tono de piel más oscuro y competencia con las personas del entorno por conseguirlo, ansiedad por no perder el que se tiene o indiferencia hacia los problemas que pueden ocasionar las quemaduras. Se combinan playa y rayos uva. Se llama tanorexia.

Sorprende descubrir que los establecimientos especializados en solarium ven incrementada su demanda en verano. "Algunos recurren a los rayos por falta de vacaciones o de tiempo para ir a la playa", explica Sonia Pérez desde un centro de belleza vigués. Pero cada vez son más los que "complementan ambas". ¿El objetivo? Lograr a toda costa ponerse lo más morenos posible. Y nunca es suficiente.

Esta adicción lleva a los afectados a poner en peligro su salud exponiéndose al sol más horas de las debidas y haciendo caso omiso de las recomendaciones de los centros para el uso de las cabinas de rayos, como cuentan en uno vigués. "Les da igual lo que le digas. Somos estrictos, pero no podemos evitar que de aquí se vayan a la playa", cosa que está terminantemente prohibida dado el peligro que puede suponer para el usuario del banco solar.

El perfil medio del cliente de este tipo de establecimientos es una mujer entre 20 y 35 años, según datos de los centros especializados consultados. Este es también el prototipo del enfermo de tanorexia. Su percepción del propio tono de piel resulta distorsionada, de manera que nunca llega a alcanzar el moreno deseado.

Viene del inglés tan (bronceado) y suena con fuerza. Por desgracia, es probable que esta enfermedad empiece a sernos familiar muy pronto.