Inicio este reportaje en el paréntesis de dos visitas a Antibes. Estuve con Graham Greene del 15 al 18 de enero, y Dios mediante, volveré a charlar con él los días 19 y 20 de febrero. Esta pequeña ciudad blanca -innumerables lujosos barcos blancos sonrientes en el puerto- es la joya más bella del sur de Francia. Todavía se puede soñar aquí, y luego escribir. Por sus callecitas medievales, preservadas de modernismo, aún se pasea la brisa helénica. El Museo de Picasso y el recogido mercado de antigüedades se dan la mano. Antibes es un refugio monacal del mundo moderno, "la ciudad de las flores" de la Costa Azul.

A esta soledad ha huido Greene. El largo edificio, en donde tiene su modesto apartamento, se llama también "La Residencia de las Flores". Se hizo lejos y huyó de aquí, para preservar un poco de su paz. No lo ha logrado como él quisiera.

Ya puede el periodista que le interroga ser de conciencia alquitarada. La noticia aparecerá como quieran tergiversarla los editores. El 16 de enero, minutos antes de cenar, le vi demudado, palidecer. Tenía en sus manos el Daily Telegraph. De esquina a esquina de la gran página podía leerse el nombre de Liberia y de Graham Greene. Dijo seriamente: "Lo veré después". Una persona de confianza estaba con nosotros. Le preguntó:

- ¿Pues qué ha pasado?

- Quiero que no se acuerde nadie de mí. Que me dejen vivir en paz.

Al día siguiente, por la mañana ya muy tranquilo, me dijo que el artículo estaba bien, aunque con las inexactitudes de casi siempre. Y me explicó. Pocos días antes había concedido una entrevista a una muchacha amiga. Ella, sólo de paso, le preguntó si en su último viaje a Rusia había visto a Kim Philby [doble agente británico y ruso], su viejo amigo. Le dijo que sí. Pronto pude ver que el periódico en donde el artículo se publicaba -uno de los más famosos del mundo- distorsionaba totalmente lo que él dijera.

Los titulares anunciaban, más o menos así: Graham Greene en Moscú con Philby, el traidor enemigo de Inglaterra. La autora del reportaje fue la primera sorprendida, desconcertada. Aquella misma mañana llamó a Greene para excusarse amargamente. Éste la consoló. Pero alguien escribió pronto, en la prensa inglesa, que urgía encender una inmensa hoguera, y quemar en ella hasta la última página de Graham Greene. Estas punzadas lo hacen sufrir, pero él ya se sorprende de pocas cosas. Desde muy joven le rondaron las amarguras.

Intento de suicidio

Cuando sus primeros pasos por Oxford, Greene estimó oportuno enamorarse de la institutriz de su hermana Isabel. Después de todo, teniendo la novia en casa no necesitaba perder su tiempo en elegirla entre sus compañeras las estudiantes. Pero la chica ya estaba comprometida. Así las cosas, Greene decidió abandonar este mundo de desventuras. Ingirió veinte aspirinas en un vaso de agua, y se echó en la cama para morir. Durmió un montón de horas y se despertó después de pasar la noche más deliciosa imaginable. Se sentía feliz del todo, y con ansias enormes de vivir.

Van casi setenta años desde la fecha. Había escrito entonces un pequeño libro de poemas, El Balbuciente Abril, y algunas cosillas de menos importancia. Al mirar la nueva vida que se la brinda, toma su pluma dispuesto a no cejar nunca hasta la muerte. Hace muy poco entregó una novela nueva a sus editores.

Su enorme obra ahí está. Variada, extensa, magisterial. Al hablar de ella se agotan todos los elogios. Cómo la piensa, cómo la medita. Hasta en el sueño, Monseñor Quijote, en la primera edición inglesa, tiene 221 páginas incompletas. Greene comienza a soñar en esta novela el año 1976, y la obra es publicada en 1982. Su mente sigue ocupada, día y noche, estos seis años, en su Monseñor. Quiere encerrar en su libro muy diversos mundos ideológicos. ¡Cuántas conversaciones, cuántos cambios de plan del libro, sobre todo su final! ¡Dios de la vista!

... Decía Nietzsche que sobraba con tres anécdotas para describir a un hombre o a una situación. Imagínense ustedes las anécdotas o las historias que han desfilado en veinte años de innumerables conversaciones inacabables, nosotros solos, y "el tercer hombre" - Amancio Lavandeira y Sylvia Hilton hicieron algunas giras campestres con nosotros-, a lo largo de los caminos de España. Lo mismo que Monseñor y Sancho.

¿Pero dónde radica la grandeza de este novelista?

Buscar el porqué de la grandeza de Graham Greene es buscar el porqué de la belleza de la rosa. La rosa es bella y Greene es genio porque Dios lo ha querido así.

Pero también el genio necesita ser cultivado. Las dos constantes más luminosas del ideario de Graham Greene son la teología y la política. Desde antes ya de su conversión, se alimenta de libros de teología. En parte gracias a ello dio el paso al catolicismo de Roma. En 1964, en el Epitafio para un drama. Labrando una Estatua, escribe así: "La única filosofía que yo gozo de leer es la teología".

Varias novelas, algunos dramas, algunas historias cortas son parábolas metafísicas. ¡Cuántas vueltas da él en su cabeza a los problemas teológicos que está novelando!

Greene lleva dentro una irresistible, innata propensión hacia la política. De él aprendí que la política está llena de tramas, de enredos, y de intrigas -hasta de suspense-, como las novelas policíacas. Sus misteriosas actividades en este campo las sabe él... El Americano Impasible, Nuestro Hombre de la Habana, El Cónsul Honorario y El Factor Humano son profecías políticas, sólo explicables debido a su intuición prodigiosa. La comedia de Nuestro Hombre en La Habana fue el libro de esparcimiento de un cosmonauta ruso en el espacio. Lo anotó minuciosamente, se rio mucho, y luego regaló a Greene el ejemplar. Cómo recuerdo las muchas veces que, durante años, me repitió: "La única posibilidad de apertura a Rusia es a través de los hombres de la KGB. Son personas inteligentes, y viajan por el mundo".

¿En dónde bebe este hombre estas ideas, y dónde enciende intuiciones tales?

El demonio del viaje

Greene es un hombre que ha nacido para viajar siempre. No puede no viajar. Lleva un demonio dentro de sí que no le deja descansar. No se me creería si enumerase los países visitados por él el pasado año, algunos más de una vez. Varias de estas visitas apenas de dos semanas. El otro día me confesaba en Antibes que había viajado más de la cuenta el año 87, y que iba a enmendarse. Pero ayer, 8 de febrero, ya me anunciaba - riéndose de sí mismo y de su promesa-, que cuando regrese yo de mi segunda visita a Antibes, emprenderá él un largo viaje. Y así siempre. Es su destino.

... Allá por los años 30 se va con su prima Bárbara a recorrer Liberia. En Viaje sin Mapas nos cuenta, como si nada, esta aventura inaudita. Como aquello es insoportable, una noche en Zigi, Greene se pone a morir. Bárbara y los guías acompañantes están seguros de que el moribundo no llega a la mañana. Ella le da whisky y sal de Epson, le cubre con unas mantas, y se retira al otro compartimiento de la cabaña. Él delira y ella está aterrada. Porque Greene es católico, y ella no sabe cuántas velas debe encender para que el alma de su primo pueda luego descansar. Por la mañana va a ver los últimos minutos de agonía, o el cadáver. Greene estaba de pie, vestido; se estaba afeitando. Bárbara no pudo ver una especie de horrible cabeza de la muerte que le hizo muecas en vez de sonreír.

Él le dijo impaciente: "Estoy bien otra vez. Hay que bajar de prisa hacia la costa..."

Entre varias definiciones que yo daría de Graham, quizá no fuera ésta la peor: el hombre de la anécdota inacabable. No se trata de cuentos que le han contado. Son incidentes raros, teñidos de humor que le han sucedido a él a lo largo de sus caminos. Desde el Vaticano hasta la residencia de Ho Chi Minh en Hanoi.

Pío XII concede a Greene una audiencia particular. No le manda sentar, como Pablo VI hará más tarde. En la conversación, a Greene se le ocurre decir al Papa que dos Misas le han impresionado en su vida de manera particular:

- Una ha sido la que ha celebrado hoy su Santidad.

- ¿Y la otra? -preguntó Pío XII.

- La que vi oficiar una vez al Padre Pío.

El Papa cambia de semblante. Se pone serio. No parece complacerle la semejanza. Pero años más tarde, el cardenal Heenan le dice a Greene que, con ocasión de aquella audiencia del Papa, él había recibido una carta en la que Pío XII le aconsejaba: "Si alguna vez ese hombre acude a Vd., interésese por él. Yo saqué la impresión de que el sr. Greene tiene serios problemas".

... En 1951 Graham Greene visita Indochina por vez primera. Seguirá yendo allá temporadas, en los inviernos, inclusive hasta 1955. Su enamoramiento de esta tierra es una de tantas cosas inesperadas que en su vida le han sucedido. Pero Indochina le "da a beber la mágica poción" y queda hechizado. Nada más lejos de su intención, al ir allá, que escribir una novela sobre este pueblo...

Con Ho Chi Minh

Uno de los persistentes sueños de Greene en Indochina es tener una entrevista con Ho Chi Minh. No resulta fácil. Pero un día se ve, en Hanoi, tomando té con el presidente. Al llegar para la entrevista, no hay manera de entenderse con aquel hombre encargado de introducir las visitas a Ho Chi Minh. Greene usa el francés y luego el inglés pero el ayudante no entiende nada. De todos modos, entra y anuncia al presidente el nombre del visitante. Inmediatamente es introducido a Ho Chi Minh. Está con él un buen rato tomando el té. Y cuando sale, el ayudante se dirige a él en impecable francés. El hecho de que Ho Chi Minh reciba de aquella forma al escritor, hace el milagro de un pequeño pentecostés.

He fotocopiado ahora en Antibes la intervención de Greene en la gran sala del Soviet Supremo, el año pasado, cuando miles de intelectuales se reunieron allá en Moscú. No sabe él que va a tener que subir al podio. No lleva ni una nota. Habla unos tres o cuatro minutos. Una página corta, que tengo aquí delante. Saluda así:

"Señor secretario general, señoras y señores:

Confieso que he venido a este foro con cierto grado de escepticismo. Pertenezco a la sección número 2-Cultura.

Hablar es, con frecuencia, huida de la acción -en lugar de un preludio para la acción-, y las palabras jactanciosas, abstractas tienen que correr demasiado lejos, demasiado aprisa. Yo, realmente, me siento incapaz de sintetizar algunos de los excelentes y largos ensayos que fueron leídos en mi sección. Esto sería hacer injusticia a los autores, y mi memoria de un hombre anciano se va tornando frágil cada día".

Es el primer párrafo de una brevísima intervención. En presencia de Gorbachev y del Politburó, Greene se confiesa católico romano, y habla como tal, repudiando la enemistad entre la Iglesia Católica y comunismo. Y sigue así: "Esto no es marxismo verdadero, pues Marx condena a Enrique VIII por haber cerrado los Monasterios".

Las palabras de Graham

Greene son recibidas con continuos aplausos. Sólo a él se la aplaudió. Y lo que dijo se supo inmediatamente en el mundo entero. Quizá alguna idea de católico liberal. Pero jamás asomo de nada contra el dogma. Advierto esto, por si hay aún por ahí quienes perciben olores de ratas muertas en alguno de sus escritos. Este creyente, por su gran prestigio, puede confesar su catolicismo en el propio corazón del comunismo de Moscú. Lo hace con sumo arte. Concisión, profundidad, belleza insuperable. Concluye con una idea inesperada:

"Hasta he tenido un sueño, sr. Secretario General, de que acaso un día, antes de que yo muera, pueda ver un embajador de la Unión Soviética dando algún buen consejo en el Vaticano".

Un famoso profesor del King´s College de Londres me decía: "Cuando oigo palabras de Graham Greene en la BBC, todo lo demás me parece paja". Es el maestro.

La modestia de Greene es extraordinaria. Tras su apoteósica intervención, Gorbachev le cogió la mano y se la tuvo apretada varios minutos. Le dijo que le encantaba conocerle personalmente, aunque ya había oído antes hablar de él. Cuando Greene me contó su breve actuación, hizo hincapié en que dos cosas le habían sorprendido: el aplauso ininterrrumpido a cuanto decía, y las palabras de Gorbachev. Comentó él:

- Al principio los aplausos me preocuparon, ya que a nadie se había aplaudido antes. Dudé un momento de si, quizá, había dicho algo inoportuno.

Y añadió:

- Lo que yo no hubiese imaginado es que Gorbachev hubiera oído mi nombre antes de aquel congreso.

Graham Greene está convencido de que en Antibes no le conoce apenas nadie. Pero en cualquier sitio en donde entramos, descubro al instante la verdad.

No se trata de humildad falsa. El está convencido de cuanto afirma. Y sin embargo sus batallas contra la mafia del sur de Francia, en su libro J´Accuse, son altamente reveladores. Nombres y apellidos desfilan por esta obra, sin silenciar al ambicioso alcalde de Niza, Jacques Medecin. Sin otra defensa que el peso de su prestigio, se embarcó en algo muy poco aconsejable, al parecer. Recuerdo, a este respecto, una discusión amable entre él y "el tercer hombre", en el Parador de Benavente, muy pocos días antes de que la guerra fuese declarada por Graham Greene, en una carta enviada al Times. Tenían razón ambos. Sólo que la prudencia de Graham Greene es muy diferente de la ordinaria, cobarde prudencia humana. Seguí día a día, y paso a paso, estos siete años inacabables de sinsabores. Triunfó su pluma, después de llevar por el mundo entero la situación de la Costa Azul. Oíd, oíd las primeras palabras del breve libro acusador. Revelan mundo.

"Permitidme dar un aviso a todo aquel que se sienta tentado, para gozar de una vida en paz, a venir a la Costa Azul. Evitad la región de Niza, que es la guardia de algunas de las organizaciones más criminales del sur de Francia".

Graham Greene es sumamente sencillo, y modesto, y natural. Pero la humildad -o la modestia- es la verdad. Y él, claro está, conocer su valer. Y su valor. No hay pluma que pese tanto como la suya en el mundo entero.

Limosna que mata

Cuando estoy en Antibes, visitamos los dos a veces la catedral. Los domingos Greene viene a misa aquí casi siempre. El otro día me contó esta historia por el camino. Al salir una vez de la iglesia, decidió dar limosna siempre al mismo mendigo -el mendigo de las muletas-. De hecho lo adoptó. Una vez hizo esta promesa: si se le concedía la gracia suplicada, daría una limosna considerable a su mendigo. Fue oída su oración, y decidió poner en un sobre quinientos francos. Con el dinero iba una nota atestiguando su donativo, para salvar, ante la policía, a su pobre de las sospechas.

No volvió a verle a la puerta de la iglesia durante bastante tiempo. Pero un día apareció, demacrado terriblemente, sin poder apenas tenerse en pie. Sospechó si habría celebrado los quinientos francos de forma desordenada.

Ahora el mendigo adoptado de las muletas ha desaparecido ya para siempre. En dos años no ha vuelto ya a la catedral. Y Greene lamenta:

- Temo que mi limosna le haya matado.

Regreso de Antibes por segunda vez. En esta ocasión tuve la aventura de la compañía de los Ilmos. Condes de Creixell, Don Vicente Cebrián y Doña María Jesús Suárez-Llanos, amigos de verdad. Dos días con Graham Greene. Nos escribe la carta magna de la Fundación que lleva su nombre. Son mis amigos inspiradores y providencia de esta empresa. La cena de siempre allí en su casa, con cosas frías compradas por la mañana. Conversación otra vez sin par. El Murrieta blanco 83 fue el gran poeta, y nos prestó a todos inspiración. Greene terminó el largo autógrafo de costumbre con esta sentencia: "A conversation which ranged the world". Nuestro Rey de España, venerado por cada uno, estuvo presente siempre, para hacer regio este momento. Greene pudo saludarle en una comida con la Primer Ministro británica. Por él brindamos. Costumbre sagrada de los ingleses.

Y siempre el humor: "Me tildan a veces de un poco comunista. ¿Cómo puedo ser comunista, si hago en España mi fundación con un cura y con un conde?".