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Juan Cal | Escritor y periodista, autor de “Generación 74”

“En los 70 había cierta tolerancia con la lucha armada”

“Muchos jóvenes antifranquistas ni siquiera estaban a favor del pacto democrático, ni de la democracia burguesa”

El escritor pontevedrés Juan Cal

Su novela lucha desde una pequeña editorial para hacerse un hueco entre los lectores. “Generacion 74” es su título y Milenio la editorial que, con razón, ha confiado en ella. El autor, el pontevedrés Juan Cal, al que ya le presentamos en Vigo su anterior novela, “Operación Bucéfalo”, y otra primera en su haber, “El exilio de Mona Lisa”. Dedicado casi toda su vida al periodismo siempre en el diario “El Segre” de Lleida y en medio de un hábitat independentista al que no parece vinculado, del argumento de este último libro se puede decir con acierto que forma parte de la memoria de esa generación nacida en los años 50 que vivió en su juventud la Transición y su activismo político. Esa del “párvulo heroísmo antifranquista” que dijo Sabater, organizada en grupos y grupúsculos imposibles, algunos más dictatoriales que el propio régimen que querían derribar.

–¿Qué es Generación 1974?

–Es a un tiempo el viaje iniciático de un joven que se va a Madrid a estudiar y al mismo tiempo inicia un camino, proceloso y amenazador, hacia la lucha, el compromiso político. Al tiempo es el retrato der una generación, de esa gente que comenzó sus estudios universitarios en aquel año “Juliano”, un curso que comenzó en enero del 74 y acabó en junio del mismo año. Por fin, es el drama de una mujer fuerte, Amaia, militante de ETA, comprometida con la lucha hasta sus últimas consecuencias y que precisamente por eso se ve en el límite de perder el control de su propia vida y de la de su hija.

–¿Por qué el año 1974 y no el 75 en que murió Franco?

–Simplemente porque el año 74, en realidad un año que comienza en diciembre del 73 y acaba en septiembre del 74, tiene un valor simbólico. Primero por la ejecución de Salvador Puig Antich, joven militante anarquista ajusticiado a garrote por el régimen en marzo del 74. También porque aquel año queda marcado por la muerte de Carrero Blanco el 20 de diciembre de 1973 y por el atentado de la calle Correo (o de la Cafetería Galaxia) en septiembre del 74. La ejecución de Puig, que casi no había estado presente en las reivindicaciones de la izquierda moderada, golpea a toda una generación que recibe en sus carnes todo la crueldad de la dictadura.

–¿Existe entre los de esa generación una mirada cómplice con el terrorismo de ETA?

–Los jóvenes antifranquistas de los años setenta recibieron con simpatía el atentado contra Carrero Blanco y, en general, existía una cierta tolerancia hacia quienes habían elegido el camino de las armas para combatir al enemigo franquista. Sólo tras el atentado de Hipercor mucha gente descubre una ETA cruel y sanguinaria. Sería deshonesto describir a ETA desde una postura de revisionismo histórico. Mi intención es ser fiel a esa mirada de los luchadores antifranquistas en aquel momento concreto. Incluso el atentado de la calle Correo, que produce víctimas “civiles”, es visto con desconfianza porque mucha gente no cree que haya sido ETA y más bien lo atribuye a los servicios secretos del régimen. Incluso “Cambio 16” especula con esa hipótesis por entonces.

–¿Hay nostalgia o reivindicación del régimen del 78 ahora que tanto se critica?

–Más bien es una mirada irónica, con cierta benevolencia aunque con mucho espíritu crítico hacia quienes luchaban por ser felices, por superar el trauma de un régimen oscurantista y criminal. Muchos jóvenes luchadores ni siquiera estaban a favor del pacto democrático, ni de la “democracia burguesa”. Imaginaban un mundo feliz que en la realidad histórica se había traducido en gulags y campos de reeducación.

–¿Las amenazas machistas y malos tratos a la protagonista es oportunismo feminista?

–La realidad es que se ha producido una coincidencia que le viene bien a la novela, pero la verdad es que existe mucha documentación sobre el machismo en las organizaciones clandestinas antifranquistas y en ETA hubo un debate –que está documentado–sobre la benevolencia de las autoridades policiales y judiciales de la dictadura hacia las militantes femeninas, hasta el punto de que se las consideraba de segunda clase porque recibían menos golpes en las comisarías o penas más suaves de los jueces.

–¿Y el tema de esta novela?

–En gran medida, el tema que flota en toda la obra es el límite de nuestras acciones, las consecuencias que se producen cuando se superan esos límites y no hay vuelta atrás. El joven protagonista, Lucas, lucha con su miedo y con el pánico a perder ese control, a no poder volver atrás y recuperar su vida, como de hecho le ha ocurrido a Amaia, la mujer fuerte que supera una línea invisible que ya no permite el regreso.

–Hablemos de usted. Tras su paso universitario por Madrid, dejó Galicia por Cataluña…

–Tiendo a creer que he vivido la mayor parte de mi vida en Pontevedra, pero no es cierto. Salí de allí a los 18 años para ir a estudiar a Madrid en pleno franquismo. Me matriculé en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología el 20 de diciembre del 73, el día que ETA hizo volar a Carrero Blanco. Me enteré del atentado con el “Twitter” de entonces: escrito con el dedo en el vaho de la ventanilla de un autobús: “Carrero ha muerto”. Fue un año loco que frustró la carrera universitaria de mucha gente y consolidó la carrera política de otros. Mientras todo eso ocurría, a mi padre que era ferroviario, lo destinaron a Lleida.

–¿Qué Cataluña encontró allí entonces?

–Llegué a Lleida en el año 1979 y la primera sensación era que el deseo de democracia era generalizado. Los socialistas se hicieron con las principales ciudades en las primeras elecciones municipales y se generalizó un pacto de progreso entre nacionalistas, socialistas y comunistas. La izquierda y el nacionalismo se entendían para construir una Cataluña moderna y próspera. Me moví en el mundo de la edición y el diseño gráfico hasta 1982, en que se fundó el diario “Segre” y yo fui uno de los miembros del primer equipo, dirigido por otro gallego, Manuel Fernández Areal, prestigioso periodista que después fue el decano de la facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad de Vigo. No podía ni imaginar entonces que acabaría ocupando su puesto al frente del diario desde 1986.

–¿Y en qué Cataluña vive hoy?

–Tras la famosa sentencia del Constitucional sobre el Estatuto de Autonomía en 2010, muchos ciudadanos se sintieron humillados y despreciados y el nacionalismo supo jugar esa baza emocional mientras el PP jugaba con fuego creyendo que incendiar Cataluña de independentismo rendiría pingües beneficios electorales. El gobierno tripartito de izquierdas y el radicalismo de Aznar rompieron el equilibrio y favorecieron una situación que se ha ido radicalizando hasta llegar a las barbaridades de estos últimos años. La deslealtad institucional de los gobernantes catalanes, los engaños continuados a los electores haciéndoles creer que la independencia era pan comido y la torpeza del gobierno español nos han llevado a donde estamos: un callejón sin salida, un empate infinito y la imposibilidad de resolver el conflicto durante al menos una generación. Lo ocurrido en Cataluña desde 2010 es la demostración de que las irresponsabilidades políticas pueden tener consecuencias fatales. He visto actos de violencia en una ciudad tranquila como Lleida que solo se explican por el radicalismo y la bipolarización de los nacionalismos catalán y español, empeñados en un conflicto que si bien puede producir réditos electorales, podía haber acabado con muertos en la calle.

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