Estos días se cumplen 90 años de la toma de posesión de una corporación encabezada por el alcalde Remigio Hevia, que contó por primera vez con dos concejalas. Todo un hito en la historia del Ayuntamiento. Mª del Rosario Fondevila de la Iglesia y Pura Domercq Prieto, merecieron tan alto honor cuando 1928 tocaba a su fin.

Sin restar ningún mérito a la segunda, ponemos el foco en la primera, porque fue una mujer hecha a sí misma con un esfuerzo admirable. A saber:

Huérfana de padre a los ocho años y de madre a los trece, Rosario Fondevila tuvo que ponerse al frente de la casa familiar en un tiempo nada fácil para sacar adelante a seis hermanos, en su mayoría chicas. A los 18 años se hizo maestra por oposición y después se volcó en la enseñanza. Su hoja de servicios al Magisterio pontevedrés resulta extraordinaria, tanto por su trayectoria general, como por la cantidad de distinciones y premios que recibió hasta su jubilación al cumplir 70 años. Nunca le regalaron nada.

Por su impagable labor en el catecismo que mantuvo durante cuarenta años para los niños del lugar en la capilla de Santa Margarita, recibió allí mismo la máxima distinción papal Pro ecclesia et Pontífice. No solo enseñó a leer y a escribir a no pocos emigrantes de aquella parroquia, muchos de los cuales siempre agradecieron su dedicación encomiable. También enseñó a coser y bordar a chicas y chicos en pie de igualdad.

La Fondevila, denominación familiar de doña Rosario por varias generaciones de alumnos de la Escuela de Magisterio, fue una mujer discreta y muy religiosa; siempre vestida de negro, incluso con velo por el rostro cuando la ocasión lo requería. Pero jamás hizo daño a nadie, sino todo lo contrario.

Las concejalas actuales deben ese reconocimiento público a su figura pionera por respeto hacia ella y también hacia a sí mismas.

El meollo de la cuestión está en adivinar sí la sinrazón del olvido de Mª del Rosario Fondevila de la Iglesia por parte del Ayuntamiento de Pontevedra, tanto en su programa de A memoria das Mulleres, como en su propósito de equilibrar el género del callejero con mayor representación femenina, obedece bien a una ignorancia supina o bien a un intolerante sectarismo, o ambas cosas al tiempo, puesto que no solo no resultan incompatibles, sino que suelen coincidir con bastante frecuencia.