El próximo sábado 6 de mayo es el día M de Mango. O sea la fecha prevista para la cuenta atrás del segundo centenario del Gran Garaje, de tantos y tan imborrables recuerdos. Entonces veremos el traje a la medida que confeccionó para la ocasión esta importante cadena textil. Cualquier parecido con su imagen anterior será pura coincidencia.
El afamado arquitecto Limeses Artime firmó el proyecto el 23 de enero de 1915. Poco tiempo después, la corporación municipal autorizó su construcción a la familia Losada Fernández, dueña y señora de un envidiable patrimonio inmobiliario que todavía colea.
Como su propio nombre indicaba bien, era el local de acogida de vehículos más espacioso de esta ciudad en los albores del siglo XX. Un garaje de garajes donde convivían varias líneas de autobuses, al tiempo que se reparaban y cuidaban los primeros coches que circulaban por las calles pontevedresas.
Cuando se cumplió el centenario del Gran Garaje en 2015, ya conté en estas páginas su pequeña gran historia que proyectaron con fuerza y acierto los hermanos Vázquez Lescaille. Ellos dejaron allí su huella radiofónica y comercial, que luego siguió Ramón Pazos, y abrieron paso a Soliño y Abreu en su faceta propiamente automovilística.
Considerado el último vestigio de arquitectura modernista de la calle del Progreso (ahora Benito Corbal), junto al edificio que acogió a Casa Celso, en la bajada a la plaza de Barcelos, la Comisión de Patrimonio veló por su conservación contra vientos especulativos y tempestades urbanísticas, pese a su lamentable encajonamiento entre las horrendas medianeras de sus dos edificios contiguos.
Si ningún imprevisto se cruza en su destino más inmediato, solo faltan setenta y dos horas para conocer el nuevo aspecto del Gran Garaje, auténtico icono de la intrahistoria pontevedresa, a fin de valorar si Mango ha acertado en su elección y, sobre todo, en su reconversión como tienda de referencia para competir con Zara y H&M en el siglo XXI. Ahí está precisamente el meollo de la cuestión.
