Manuel Mosquera y Aranda y Manuel López Gil eran procuradores síndicos de Pontevedra cuando en 1771 finalizaron las obras de construcción del pazo de Mugartegui. Sus competencias pasaban por promover los intereses de la villa, defender sus derechos y quejarse de los agravios, y entre estos últimos entendieron que se encontraba el suntuoso escudo que José Manuel Valladares y Figueroa pretendía levantar como coronación de su no menos lujoso palacete en la plaza de A Pedreira.

Tres siglos antes en esta plaza se cultivaban viñedos, pero cuando el heredero de la casa de Quintáns, en Noalla, se fijó en este solar del centro histórico de Pontevedra la zona ya había sido edificada. La archivera del Museo de Pontevedra, María Jesús Fortes Alén, explica que "el edificio lo mandó levantar a cimentis sobre las ruinas de una vieja casa al maestro cantero Pedro Antonio Ferreiro, vecino de Muimenta".

Se trata de un bello ejemplo de palacete barroco, repartido en bajo y planta, con un pórtico de siete arcos, un sótano en el que todavía pueden reconocerse las antiguas bodegas para el vino de Ribeiro que traían a la ciudad del Lérez los arrieros y un ornamento central que lo corona y en el que tampoco falta un reloj de sol.

Concluyeron las obras pero en la fachada restaba un hueco para el flamante escudo de armas que el propietario pretendía colocar, una labra rococó con "las mismas armas que figuraban en la casa de Noalla y en la capilla de Nuestra Señora La Blanca de la basílica de Santa María de Pontevedra", indica la archivera del Museo Provincial.

Varios linajes aparecen represados en el escudo cuartelado en cruz, así como rosas de gules, castillos, un empenachado... Todo al gusto francés de la época y en el mismo no se ahorraron gastos: fue encargado "a un maestro de Pobra do Deán", indica la experta, "y se trajo por mar hasta la villa".

En un trabajo dedicado a la Real Provisión que custodia el Museo de Pontevedra y que cuenta los pormenores del pleito María Jesús Fortes señala que "los entonces procuradores síndicos, que vigilaban los intereses y obligaciones de la comunidad, denunciaron que el citado José Manuel Valladares no tenía derecho a hacer uso de esas armas".

Se le concedió inicialmente permiso para instalar la labra que "levantó mucha curiosidad entre los vecinos" dada su gran opulencia.

Con todo, los procuradores no se dieron por vencidos y continuaron denunciando, hasta obligar al heredero del mayorazgo de Quintáns a demostrar su hidalguía. La archivera explica a este respecto que la probó con la presentación de distintos documentos, entre ellos "ejecutorias de nobleza de sus antecesores Leonardo Valladares Araújo (1637) y Juan Ignacio Valladares Somoza y Pradodeneira (1703)".

El proceso judicial concluyó en 1773 con el reconocimiento de la condición de nobleza de Valladares, lo único que pudo evitar que la labra se desmontase y fuese a parar a los almacenes del ayuntamiento, como solicitaban los procuradores. Hoy, a punto de cumplirse 240 años del fin de aquel pleito, el suntuoso escudo es uno de los más admirados de la ciudad. El tiempo suele buscar buenos finales.