Compartió con Castelao, su vecino y compañero de tertulia, el carácter obsesivo. Uno lo proyectaba dibujando compulsivamente y Casto Sampedro acumulando estudios, investigaciones, recopilaciones, documentos, reuniendo obras de arte... Cuanto rastro pudiese conservar de una cultura tradicional que desaparecía ante sus ojos.

A Casto Sampedro no le interesaba para nada brillar. Nunca le había preocupado, ni de estudiante (pasó hasta por tres seminarios antes de que la familia fuese consciente de que no lo encaminaría hacia la carrera eclesiástica) ni al final de su longeva vida, cuando acumulaba títulos y reconocimientos, pero continuaba sin querer siquiera firmar un solo estudio.

Nació en Redondela el 15 de noviembre de 1848. Fue el noveno hijo de una familia de militares, letrados e hidalgos procedentes de Asturias. Fracasada su carrera en el seminario, ingresa en la Universidad de Santiago y se licencia en Leyes, muy posiblemente por tradición: su padre, abuelo y bisabuelo fueron abogados.

Ejerce inicialmente en Redondela y después abre bufete en Pontevedra, la ciudad en la que se asienta hasta su muerte en 1937 y en la que representa a importantes clientes, como el Banco de España o la West Galicia Railway Company.

Un paso definitivo para su consolidación en la sociedad de la época fue su matrimonio con Josefa Mon Landa, de la influyente familia Mon, con la que tendría siete hijos. Al primogénito, que heredó el nombre de pila de su padre, le siguieron Elisa, dos que fueron bautizados Ricardo (uno murió siendo pequeño), Dolores, María y Carmen, aunque ninguno de ellos dio nietos al matrimonio.

"Su ascendencia hidalga", explica el historiador Xosé Fortes Bouzán, "la tradición letrada, clerical y castrense de su familia, y su formación jurídico-humanística-eclesiástica explican no pocos rasgos de su personalidad: su inquebrantable tenacidad, su infatigable laboriosidad, su austeridad y su pudorosa modestia, su sentido del honor y su conservadurismo".

Este conservadurismo sería sublimado además, explica el historiador, "por un incansable afán por conocer nuestro pasado, que le llevó a recoger y preservar una parte importante de nuestro legado arqueológico y documental y estudiarlo con un riguroso espíritu crítico, excepcional en su época, solo superado por su pasión evocadora".

Sus intereses, desde las lenguas clásicas a la música, la paleografía o la epigrafía, los canalizó a partir de 1894 a través de la Sociedad Arqueológica de Pontevedra, cuyo nombre le sirvió de "seudónimo pudoroso", en palabras de Fortes Bouzán, para editar los tres volúmenes de "Documentos para la Historia de Pontevedra".

El primer tomo es la "Colección de Documentos para la Historia de Pontevedra", con transcripciones de documentos medievales, el título de ciudad concedido por la Reina Gobernadora, el Carmen Patrium de Amoedo Carballo o la Descripción de Pontevedra de Sarmiento. El segundo (que con el tercer volumen se consideran obra personal de Casto Sampedro) es una detallada recopilación de la epigrafía de Santo Domingo, San Francisco y Santa María y en el tercero estudia hasta la obsesión por el detalle las ordenanzas de la cofradía do Corpo Santo (Mareantes).

Mucha más repercusión tuvo el "Cancionero Musical de Galicia", publicado en 1942 (30 años después de que fuese premiado por la Academia de Bellas Artes de San Fernando), que mostraba la ingente labor de recuperación del folclore popular gallego que Casto Sampedro llevó a cabo.

Catalogó más de un millar de partituras. Localizó en más de 125 concellos más de 700 cantos de tradición oral, muchos de ellos transcritos personalmente por Casto Sampedro. Una labor increíble que lo convierten en el pionero y el gran investigador del folclore musical gallego, pero que también lo encasilló injustamente ya que el 90% de su trabajo se dedicó a otras áreas como la investigación histórica, de labras, epigrafía etc.

Y si su labor como investigador es ingente, no lo fue menos su capacidad para estimular a numerosos investigadores a seguir su ejemplo.

Su despacho estaba situado en la plaza de A Ferrería, frente a los jardines que hoy llevan su nombre. Juan Novás, uno de sus colaboradores, recordaba que se sentaba en un salón frailero, "amplio de brazos, para soportar la fatiga", cerca de una "descomunal zanfona" que le había comprado a un ciego y frente a una mesa siempre llena de papeles desordenados, a una vitrina repleta de objetos de todas clases y a una estantería atestada de libros.

En él se dieron cita varias generaciones de pontevedreses, desde Rogelio Lois a Muruais, De la Riega, Zagala (que se convertiría en fotógrafo de la Arqueológica), Álvarez Limeses, Said Armesto, Castelao, Losada Diéguez, Sánchez Cantón, Iglesias Vilarelle, Torcuato Ulloa, Carmelo Castiñeira, Casal, los Sobrino...

Varios de ellos (caso del escritor Rogelio Lois, del médico José Casal o el abogado Castiñeira) lo acompañaron en la fundación de la Arqueológica y todos quedaron, como recuerda Fortes Bouzán, "subyugados por la personalidad y erudición de Casto Sampedro", que logró rodearse de una nutrida red de colaboradores para localizar piezas, documentarlas mediante fotografías y dibujos, exponerlas y, si fuese posible, evitar por todos los medios su destrucción.

Ese era el previsible destino de los últimos restos de las ruinas de Santo Domingo, la excepcional cabecera de cinco ábsides que se salvó de la piqueta por la presión de la Arqueológica y fue convertida en Monumento Nacional en 1895.

La Arqueológica fue a su vez el germen del Museo Provincial, del que Casto Sampedro fue primer director y fundador. Como también fundó la Real Academia Galega, aunque jamás acudió ninguna reunión.

Tampoco hay casi fotos del erudito, que a pesar de que acumuló importantes honores (desde ser cronista de la provincia a académico) se definía "refractario, como los ladrillos a todo incendio" a toda exhibición. Hoy se cumplen 75 años de su muerte y solo se celebrará un sencillo acto en su villa natal, Redondela. A Don Casto no le parecería injusto: cualquier cosa antes que la "vergüenza pública" de destacar.