Al Monasterio de Oseira (Cea) lo llaman, por su belleza, el "Escorial" gallego. Situado en el Camino de Santiago, el cenobio de la orden cisterciense, que data del siglo XII, cuenta con un albergue público, del que se ocupan los monjes, muchos de ellos de edad avanzada. Estuvo cerrado a cal y canto, pero la hospedería y las visitas están de vuelta. Tras varios meses de confinamiento, el público puede regresar aunque, eso sí, con medidas de seguridad, como el uso obligatorio de mascarilla y límite de aforo, al 75% de la capacidad.

Pese a las actuales restricciones, a la hospedería ya han acudido los primeros visitantes, para disfrutar durante unos días de este auténtico oasis que está rodeado de un espacio natural por el que transcurre parte de una histórica ruta de peregrinación que conduce a Compostela.

El turismo supone la principal fuente de ingresos del monasterio, que combina la actividad espiritual de los monjes con la llegada de miles de visitantes que cada año llaman a su puerta. La tienda en la que venden artículos muy variados, como licores (el 'eucaliptine'); pastas artesanas, libros y figuras, también es una parada clave.

Un tímido arranque ha dado paso ya a "las primeras llamadas de personas interesadas en hospedarse, sobre todo, más adelante", a medida que se vayan reduciendo las restricciones, asegura el superior de la comunidad, Enrique Trigueros. Aquí no hemos tenido ningún problema. No ha entrado el virus".

Rezos, licor, vacas y huerta

Dentro del cerco amurallado, la tranquilidad es la tónica habitual en este lugar, en el cual los anfitriones combinan sus rezos con la elaboración de licor, el cuidado de sus animales (vacas autóctonas) y una pequeña huerta.

Los monjes de Oseira se enclaustraron totalmente y cerraron sus puertas al público el pasado 13 de marzo cuando todavía no se conocían de manera fidedigna las medidas que había que tomar. El comentario de Trigueros no deja lugar a la duda: "En estos tres meses no ha podido entrar nadie, solo hemos estado nosotros". El motivo está claro: frustrar el paso del pequeñísimo agente infeccioso que ha puesto en jaque al mundo y, consecuentemente, impedir eventuales contagios. "Aquí tenemos monjes de más de 90 años, que por tanto son de alto riesgo", recuerda Trigueros. Más allá de la preocupación, la pandemia no ha supuesto cambios importantes en la rutina de los once monjes que, ya antes de la emergencia sanitaria, vivían "casi en clausura" en el interior de Oseira.

"Para nosotros ha sido algo muy sencillo pues estamos acostumbrados a vivir en clausura y a la dinámica de la oración y trabajo", revela el padre Trigueros. Los monjes mantuvieron sus horarios: se levantaban sobre las cuatro de la madrugada y combinaban su vida en soledad con actos comunes como los rezos. El principal problema ha sido, como ha ocurrido en general, el económico. "Con todo cerrado, los ingresos han sufrido mucho", resume el superior, que deposita sus esperanzas en el mes de julio y a, siempre en el marco de lo permitido, la posible llegada de grupos mayores.