María Rodríguez estaba tensa. Dos meses y medio después de que el coronavirus estallase en la Residencia San Carlos vio a su tía. La posibilidad de visitar a familiares en geriátricos estipulado por el Ejecutivo central le daba una oportunidad de hablar con su segunda madre, pero se marchó peor que entró: "Antes de ir a visitarla, notaba cierta tensión me surgían preguntas de cómo estará, también estaba concienciada por cumplir el protocolo establecido y esos pensamientos te generan cierta tensión".

Una vez a las puertas del geriátrico cumplió con la prevención estipulada: "Llevaba mi mascarilla e intenté no tocar nada. Las trabajadoras me dejaron una bata y me protegí para ver a mi tía". Antes de pasar a la zona del patio, le miraron la fiebre y agradeció al personal del centro todo el esfuerzo y el compromiso que tuvieron por hacer frente al coronavirus y a todos los positivos: "Fueron valientes y mi tía está muy bien cuidada". Aunque también añadiría servicios especializados como una atención psicológica: "Los mayores lo necesitan porque no tienen contacto con sus familiares y el cariño que le dan las trabajadoras no es suficiente en algunos casos. Además no sabemos las secuelas que puede acarrear esta situación de no poder abrazarlos". Y un médico que el centro no tiene.

Sabe de lo que habla, lo ha padecido. Su segunda madre María Luisa Rodríguez espera sentada después de estar encamada. Tuvo coronavirus y un permanente contacto con su sobrina. El saludo fue la mecha de los sentimientos a flor de piel: "La saludé y al principio no me conoció, así que me acerqué más y le dije quién era. Porque claro con mascarilla y toda la protección es díficil...". Mientras recuerda el momento hace una pausa. Las dos rompieron a llorar sin poder aliviar su pena más que con la mirada y las palabras. "Es una sensación rara, porque mi tía era una mujer alegre siempre estaba sonriendo y ahora la noté como que tenía la mirada perdida, como que tenía pena y tristeza de una forma permanente". La realidad anómala por culpa del coronavirus gobierna en la sociedad y se instaura más profundamente en los geriátricos donde se concentran las personas más vulnerables al virus. María retoma la conversación: "Estar allí es durísimo. Hay silencios que son tremendos, yo lo viví hoy -por ayer- y sientes angustia y agobio por no poder tocar a la que es mi segunda madre Ella era consciente de que no me podía abrazar ni me podía tocar, pero es que cada vez que pasaban los minutos notaba como ellos necesitan ese contacto familiar para volver a ser ellos mismos".

María llegó, entró, visitó a su tía y se fue. Pasó escasamente una media hora y tuvo la sensación de no haber estado: "Entiendo que las visitas tienen que ser así en un principio, pero la verdad salí como si no hubiera estado con ella. Porque en ese margen de 30 minutos no te da tiempo a generar un ambiente cariñoso con una persona que quieres, con la protección sin tocarlo... Si bien es cierto que te vas con el alivio de haberla visto, pero no es suficiente".

El distanciamiento social se agranda en las visitas de los familiares. Dos metros que parecen un océano y ni las palabras más cercanas o con más trascendencia son capaces de desbloquear la realidad: "Durante dos meses tuve un nudo en la garganta por saber qué pasaría con mi tía cuando le detectaron que era positivo, pero es que esta visita de verdad que fue un momento muy duro, durísimo, porque hay que estar preparado para ver a alguien que quieres mucho y no le puedas coger la mano, acariciar o abrazar".