En pleno auge de las limpiezas de oferta y de las lavanderías autoservicio las tintorerías resisten el inexorable paso del tiempo de forma digna. Es el caso de Majema, un establecimiento eminentemente familiar que ostenta el título de decano de este sector en Lalín después de llevar abierto al público prácticamente tres décadas. María Jesús Ulloa González y su esposo están al frente de dos locales destinados a limpiar, planchar y mantener las prendas textiles de una clientela muy variopinta.

-¿Qué fue lo que les decidió a abrir una tintorería en Lalín?

-Tengo que confesar que fue cosa completamente de mi marido. De la zona de donde es él -una aldea en Escairón- hubo mucha gente que se dedicó a la tintorería como profesión. De hecho, muchos de los tintoreros que hubo y hay todavía en Vigo procedían de ese municipio. Uno de sus vecinos fue el que se marchó a Suiza para aprender el oficio, y a la vuelta le fue enseñando a todos los demás, por decirlo de una forma sencilla. Como te digo algunos de ellos están en Vigo, pero también los encuentras en A Coruña y otros lugares de Galicia.

-¿En qué grado afectó la crisis a una actividad como la suya?

-Evidentemente, no fueron los mejores tiempos para nadie, pero tampoco se puede decir que los tintoreros fuéramos tan masacrados como sucedió en otros sectores. Date cuenta de que hoy la tintorería es mucho más asequible que, por ejemplo, hace unos años. Incluso cuando nosotros empezamos aquí, en Lalín, no tenía nada que ver con lo que es ahora esta profesión.

-Es cierto que hace tiempo se tenía la creencia de que las tintorerías eran algo reservado para unos pocos. ¿A qué se debía esos precios tan altos de antaño?

-Yo creo que los precios tan altos de antes eran porque apenas había competencia. Además, unos precios tan desorbitados provocaban que la gente apenas usaba el servicio de una tintorería. Afortunadamente, hace unos 30 años se extendió el nuevo concepto de precios más populares. El tintorero antiguo era el que se compraba unas máquinas para que le durasen lo más posible. Sin embargo, hoy es distinto. Cada poco tiempo es necesario renovar la maquinaria, pero sin que se incrementen los precios y no repercuta en el cliente. Antes querían trabajar poco y ganar mucho. Tampoco eran muy dados a contratar personal para que, una vez enseñados, no se convirtiera en competencia directa. Hoy se tiene empleados y les enseñas todo lo que sabes, como debe ser.

-¿Cuánto han cambiado los hábitos por parte de la clientela?

-Yo recuerdo que antes en un sitio como Lalín la gente no se arreglaba tanto como ahora. Debo de reconocer que, aunque fue difícil mudar los hábitos de la gente, a mi me sorprendieron los inicios. Nosotros montamos la tintorería con la idea de que fuera para mi marido y yo seguir con el trabajo que tenía. Cuando digo que me sorprendió es porque a poco de empezar hubo que contratar a una persona para poder llegar a todo. Yo tuve que dejar el trabajo y dedicarme a la tintorería de forma exclusiva.

-¿Acudimos a la tintorería cuando no queda más remedio?

-La gente va cuando no le queda más remedio si económicamente la tintorería le parece cara. En el caso de que puedas acceder a ella, y te va a hacer la vida más cómoda tú entras, y eso fue un poco lo que pasó aquí. Además, recuerdo la época en la que en Lalín había muchísimo dinero y la gente entraba en la tintorería de forma natural.

-¿Cree que la tintorería es un negocio que podría desaparecer?

-No puede desaparecer porque vestir nos vamos a vestir siempre. Sinceramente, si hoy fuese más joven o mis hijas quisieran seguir -que no quieren-, a lo mejor me lo pensaba, pero pienso que las tintorerías deben seguir. Afortunadamente, tenemos clientes para todos los gustos. Hay que gente que viene a la desesperada para que le des una solución, y los hay que ya saben lo que quieren y te piden que les limpies sus prendas. Hay ropa de hace muchos años, cuando los tejidos tenían más calidad, que queda como nueva en la tintorería.