Días atrás, la Iglesia Católica prohibió que, ante una incineración, se esparciesen las cenizas o se guardasen en casa de familiares del difunto. La decisión del papa Francisco I enseguida desató las críticas. Hay quien ve en ello un intento por seguir lucrándose con la venta de panteones, y quien considera que la decisión papal se debe a la necesidad de que los restos mortales de todos los fieles permanezcan en un camposanto.
Sea como fuere, en los últimos años la incineración cobra relevancia sobre todo entre los difuntos de menor edad, y debido "a que los panteones son carísimos, entre 6.000 y 8.000 euros, mientras que una incineración cuesta en torno a 450", señalan desde la Funeraria Rías Baixas. Esta empresa considera que la prohibición de la Iglesia no va a afectar a aquellas familias que decidan quedarse con las cenizas de sus parientes o que, cumpliendo con la última voluntad de éstos, decidan esparcirlas en un lugar especial para el difunto. "Las incineradoras disponen de un certificado en el que se deja constancia de que las cenizas son inocuas. Es más, hay urnas biodegradables para depositarlas en el mar", explican.
Una forma de continuar, de algún modo, unidos a los que ya se fueron es mediante el uso de "colgantes, sortijas o joyas en forma de corazón que permiten llevar con uno mismo una porción de esas cenizas. Estas decisiones son privadas y no puede prohibirlas nadie", señalan desde dicha empresa.
Pero en la mayoría de los casos el recurso a la incineración se debe a una cuestión de espacio. "En Deza, el 90% de las urnas con cenizas van a un nicho", una práctica que permite una mayor capacidad de éste que si se usasen solo féretros.
Úsese urna o ataúd, otra tradición que se mantiene viva entre los fieles es el funeral de cabo de año, como indica Isabel López, propietaria de la floristería Carmiña, en Silleda, y agente de la Funeraria O Deza. En estas misas de recordatorio también se suelen contratar varios sacerdotes para el oficio de la liturgia.
