Una máquina y su inventor. Sumas, restas, multiplicaciones y divisiones que hoy muy poca gente realiza a mano. ¿Cuántas personas recurren a la calculadora para hacer números para llegar a final de mes? ¿Cuánto tiempo hubiese llevado calcular las cifras para realizar el viaje a la Luna si no existiese esta máquina? La calculadora, un invento más de los muchos que se llevaron a cabo en el siglo XIX, sirvió para agilizar las tareas matemáticas y facilitar la vida numérica de la sociedad. Pero, seguramente, lo que muchos vecinos de A Estrada desconocen es que este instrumento, imprescindible para algunos en su vida cotidiana, fue inventado por un vecino de la localidad estradense allá por el año 1878. Ramón Verea fue el creador de este utensilio que, en la actualidad no nos sorprende pero que en su momento fue un "boom" en el mundo de la tecnología y el progreso de la ciencia.

Ramón Silvestre Verea nace en la parroquia de Curantes en el año 1833. Los vecinos de esta aldea estradense desconocen, aún a día de hoy, la existencia de este personaje como miembro de su comunidad puesto que en ninguna de las casas de la zona consta la existencia del apellido Verea. El biógrafo de este ilustre personaje, Olimpio Arca, explica que esta situación se debe a que la creación del registro se realizó 34 años después del nacimiento del célebre estradense y que los empleados de esta oficina eran todos castellanos por lo que se dedicaron a españolizar los apellidos "como Pontes a Puentes, Meixide a Meijide o como en el caso del creador de la calculadora, Verea a Brea". Hombre de aventuras, dejó los estudios a los 20 años y se embarcó a tierras del Pacífico. Cuba, Nueva York, Guatemala y Buenos Aires marcaron el rumbo de su vida. Nunca olvidó el sentimiento patriótico y luchó por defender, desde la dirección de la revista "El Progreso" en la ciudad neoyorkina, los valores de libertad e igualdad para toda la sociedad. Periodista, inventor y también literato publicó varias novelas ("Una mujer con dos maridos" y "La cruz de piedra", entre otras) y tuvo una imprenta llamada "El polígloto" en Nueva York. Convivió con el famoso sueño americano durante 30 años y hubo de lidiar con los "filibusteros del norte", nombre que atribuía a los estadounidenses.

La importancia de su invento radica no sólo en la propia creación si no en el hecho de que una persona sin estudios científicos pudiese realizar una innovación de tal magnitud. Este personaje reconocía que era "periodista y no científico" y que pretendía demostrar a los yankis que "un español puede inventar igual que un americano". Olimpio Arca asegura que este inventor no tenía ningún afán de lucro y que nunca buscó emplear la calculadora ni vender la patente.

Esta máquina no fue la primera creación de Verea, puesto que con anterioridad había inventado un mecanismo para doblar los periódicos cuando salen de rotativas ya que esta actividad se realizaba a mano. Sin embargo, como no tenía dinero para patentar el aparato, terminó vendiéndolo en Estados Unidos.

Ramón Verea es, como muchos otros inventores de la época, un personaje olvidado de la sociedad que Arca se encargó de sacar a la luz en su obra "Emigrantes sobranceiros". Desde el año 1995 este biógrafo reclama al Concello de A Estrada una calle con el nombre del inventor de la calculadora. Sus plegarias todavía no han sido escuchadas pero el ayuntamiento ya está desarrollando actividades en memoria de este célebre personaje de la comarca. Junto con la colocación de un busto de piedra y bronce en la parroquia de Curantes, el gobierno local prevee llevar a cabo unas jornadas dedicadas a la innovación y desarrollo tecnológico en honor a este descubridor estradense. Con motivo de la celebración de estas conferencias, Olimpio Arca tiene prevista la publicación de una obra biográfica extensa sobre la figura de Ramón Verea.

Lejos queda ya el invento de la calculadora, olvidado por todos pero empleado de forma compulsiva por la mayoría. Atrás quedó el contar con los dedos o hacer largas cuentas en hojas de papel. Ramón Verea diseñó dos inventos que ahora pueden parecer simples y no de gran relevancia pero que ayudaron a crear una revolución. Un estradense puso su grano de arena a la revolución tecnológica.