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Una vocación frustrada por el machismo

Sara Iglesias, de 21 años, reorienta su futuro laboral tras la discriminación que sufrió en dos empresas durante las prácticas del ciclo de Soldadura por el mero hecho de ser mujer

Sara estudia Construcciones Metálicas para ser profesora del ciclo medio de Soldadura. // Pablo Mendizábal

Desde niña, a Sara Iglesias le gustaron los trabajos manuales. Tenía 12 o 13 años cuando vio un documental sobre forja y le llamó la atención. Su padre era aficionado a la carpintería y su tío trabajaba con excavadoras. Pero lo suyo fue por vocación personal. Un día, en el instituto, llegó a sus manos un folleto sobre la oferta formativa después de educación obligatoria y fue ahí cuando decidió inscribirse en el ciclo medio de Soldadura y Calderería en el IES de Valga.

Era perfectamente consciente de que se adentraba en una rama profesional profundamente masculinizada; de hecho ella era la única mujer de la clase. Al principio tenía miedo. "No sabía si tenía que levantar mucho peso, ... Nunca había cogido un martillo en mi vida". Pero cuando su novio -alumno del ciclo antes que ella- le comentaba lo que hacían en clase, se esfumaron todas sus dudas. Sara quería ser soldadora y trabajar en un taller.

Reconoce que comenzó "con muchos complejos e inseguridades", pero a la semana de empezar el curso "ya se me pasó todo gracias al profesor que tuve", agradece esta joven de Rois de 21 años. ¿Discriminación en al aula? "Nunca. Fueron los mejores años de mi vida. Estaba contentísima. Mis compañeros y profesores me valoraban, y si alguien ponía obstáculos era yo misma".

Los problemas llegaron a la hora de salir al mercado laboral, durante las prácticas. "Tuve que pedir el traslado de una empresa a otra porque tenía problemas con el encargado", recuerda. Aunque quien realmente tenía los problemas era su superior. Al principio Sara llegó a pensar que quizá su edad e inexperiencia podría jugar en su contra, pero había otros alumnos en prácticas en esa misma empresa que también eran jóvenes. Eso sí, eran hombres. Todos. Los cuatro. "El trato del encargado hacia mí era distinto. Era como reírse de mí, casi de humillación, no confiaba en mi ni para mover algo de un lado a otro. No me dejaba cortar material en la máquina por si me cortaba. No me dejaba hacer prácticamente nada, solo soldar recortes de chatarra que no valían para nada. Entonces pedí el cambio de empresa".

Sara se había dado de bruces con la realidad, con una sociedad a la que todavía le queda un largo recorrido que avanzar en materia de igualdad. Y la experiencia en la segunda empresa no fue mejor, sino todo lo contrario. "El encargado tenía un poco más de confianza en mí pero por parte de los compañeros era un acoso. Escuchaba comentarios y notaba que me miraban cuando me agachaba. Cuando me marchaba, me silbaban", relata Sara con tristeza.

Y es que la discriminación que sufrió durante sus prácticas laborales de Soldadura ha sepultado su sueño de trabajar en un taller. Ni siquiera se plantea en una oficina. Ahora estudia el ciclo superior de Construcciones Metálicas, también en el instituto de Valga, con la mirada puesta en la docencia, en ser profesora del medio de Soldadura.

"Hay gente que me decía que tenía que imponerme ante situaciones así, que debía tener carácter, y no es que no lo tenga, que sí, porque a veces les contestaba, pero no todo el mundo vale para estar discutiendo a diario en el trabajo", señala. Sara sabía desde el primer momento que debería demostrar más que cualquier otro alumno de Soldadura por el mero hecho de ser mujer, pero tras una fructífera experiencia en el instituto, jamás se imaginó que se encontraría con semejante grado de machismo en el mundo laboral. "Hay chicas que quieren estudiar Mecánica y si me preguntasen, ni siquiera sería capaz de recomendárselo. Creo que el mundo todavía no está preparado y es una pena enorme". Y tanto.

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