El erizo es uno de los recursos específicos que la Consellería do Mar y algunas cofradías de pescadores llevan tiempo tratando de potenciar. Y después de haber subastado 11.513 toneladas por valor de 36 millones de euros en las lonjas de Galicia, desde el año 2001, parecen haberlo logrado. O al menos todo indica que el rumbo marcado es el correcto.

Sobre todo en las Rías Baixas, donde en las dos últimas décadas se comercializaron 7.000 toneladas por importe de 24 millones de euros, en gran medida gracias al trabajo realizado en puertos como Aguiño, Baiona, Bueu, Cangas, O Grove y Ribeira.

Puede deducirse que el balance es positivo. Aunque las dificultades son enormes para el sector extractivo, sobre todo formado por buzos que trabajan en apnea o con suministro de aire desde superficie y que, en consecuencia, arriesgan sus vidas explorando la costa rocosa golpeada por el Atlántico.

Estos recolectores de equinodermo están a expensas de las adversidades meteorológicas u oceanográficas, de ahí que se vean obligados a pasar buena parte de cada campaña en el dique seco, a la espera de que el estado de la mar les permita salir a faenar y sumergirse con unas garantías mínimas de seguridad.

Además tienen que hacer frente a la dura competencia existente en otras regiones de España -aunque cada vez la posición dominante de Galicia parece más evidente- y son conocedores de que no todos los consumidores saben de las enormes potencialidades culinarias de este espinoso manjar, de ahí que en algunos mercados se valore menos de lo que sería deseable.

Por estas u otras razones el precio en primera venta no siempre resulta ventajoso o rentable para el sector. O dicho de otro modo, que esas cotizaciones no siempre están en sintonía con el riesgo que asumen los buzos ni responden a lo difícil que puede resultar encontrar esta especie, que además tarda mucho en alcanzar la edad adulta y, por ende, la talla comercial.

Es cierto que enterrados para siempre parecen quedar aquellos precios medios de entre uno y tres euros por kilos que ahora se antojan ridículos pero se marcaban entre los años 2001 y 2008 en las lonjas gallegas.

Por suerte para el sector extractivo, y parece que gracias a la plena consolidación del mismo y su mejor estructuración, derivada de los diferentes y cada vez más numerosos planes específicos de explotación diseñados un año tras otro, desde 2016 la cotización media en las lonjas ha pasado a situarse por encima de los seis euros por kilogramo.

Pero aún así, como queda dicho, el sector aspira a más, sabedor de la importancia de este producto cuya campaña ha terminado ya en diferentes puertos -una vez superadas las fiestas navideñas- y se encuentra a punto de hacerlo en otros.