El padre de José Abal, Adonis Abal, era natural de San Martiño de Meis, y trabajaba en el campo y el viñedo hasta que emigró a Caracas (Venezuela). Allí, se empleó como ayudante en un estudio de fotografía, y ese fue su primer contacto con un mundo que le atraparía para siempre. De vuelta en Galicia, montó un estudio en su casa. Pero las cosas le fueron tan bien que a finales de los años 50 abrió una tienda en Barrantes (Ribadumia), que ya por aquel entonces era una villa pequeña, pero dinámica y bulliciosa.

Los Abal quedarían desde entonces ligados a Barrantes, hasta el extremo de que su hijo, José Abal, regentaría uno de los negocios más longevos de la villa, al tiempo que se convertía en una persona muy ligada a la vida social del pueblo: fue miembro de la comisión organizadora de la Festa do Viño Tinto, directivo del Umia de fútbol; y aún hoy es vicepresidente de la asociación de vecinos.

José Abal Martínez fue el único de los tres hijos de Adonis Abal que siguió la tradición de la fotografía. "Lo hice un poco por inercia. Era lo que había en casa, y empecé a acompañar a mi padre cuando iba a trabajar", rememora.

José Abal recuerda aquellos años con cariño y nostalgia. Iban en bicicleta a Baión o Curro a repartir fotografías; se apostaban los domingos a las puertas de las iglesias para retratar a los fieles; e iban a la feria de Mosteiro, que era donde, además de hacer fotos, recibían buena parte de los encargos. "Recuerdo esa época con nostalgia. Tengo muchos amigos de esa época. Había un contacto diario con la gente, y éramos casi confesores para muchas familias", afirma.

Fueron épocas difíciles, marcadas por la sangría de la emigración a Alemania, Francia, Suiza y Holanda. Las familias rotas se contaban por docenas. Esa situación hizo que los fotógrafos tuviesen más trabajo. En aquella época, la comunicación entre los matrimonios separados por la diáspora, o entre los padres y sus hijos era muy esporádica. Solo algunos bares tenían teléfono en las aldeas, de modo que el contacto se establecía por carta. "Recuerdo detalles nada agradables, como cuando les teníamos que hacer fotos a las difuntos, para mandárselas a sus familiares emigrados", cuenta Abal. La fotografía de personas fallecidas dejó de hacerse de forma habitual en los años 70..

Mario Conde en Barrantes

La trayectoria profesional de José Abal no solo se nutrió de momentos duros, como los de la emigración, sino también de miles de instantáneas felices, como eran los rostros de los novios que fotografió el día de su boda, o los de los niños sonrientes en la mañana de su Primera Comunión.

El veterano fotógrafo cuenta que "también guardo un recuerdo muy grato de las visitas de Raúl Alfonsín" (la familia paterna del expresidente argentino era originaria de Ribadumia), o de los encargos que le hacían los condes de Creixell cuando vivían en el pazo de Barrantes, y recibían en él a personalidades de la talla de Manuel Fraga o el exbanquero Mario Conde.

La vida profesional de José Abal no fue un camino de rosas. Cuenta que de febrero a finales de octubre se trabajaba muy a menudo "día tras día", y que podría contar con los dedos de las manos los fines de semana completos que pudo librar en verano en 40 años.

También tuvo que reciclarse, y cuando pensaba que ya lo sabía todo de fotografía, "tuve que empezar de cero e irme a estudiar a academias", debido a la irrupción de las técnicas y los equipos digitales.

Hoy posee un archivo de varios miles de imágenes, que se remontan las más antiguas a 1977. Está dispuesto a traspasárselas a quien quiera coger el estudio. Pero admite que le dolería. "Los mejores años de mi vida están metidos ahí".