Un dato clave en su vida, es la enorme herencia que recibe de sus padres, sobre todo minas, razón por la cual cuando es mayor de edad se traslada a Madrid, desde donde le es más fácil controlar sus propiedades. Una de sus actividades fue la construcción de carreteras. Asi en la Real Orden de 5 de diciembre de 1884 aparece nombrado contratista de las obras de la carretera entre el río Aurín y el Ventorrillo de Arguisa en la Faca a El Grado en la provincia de Huesca.

De acuerdo con las normas políticas poco éticas de la época y por poseer algunas minas en Andalucía, es nombrado "diputado por la gestora de la Diputación de Almería", sin tener que residir en dicha provincia, y por supuesto sin conocer los problemas de la misma.

Casa con una sobrina, Esclavitud Abad Abalo, con la cual tuvo 9 hijos, tres de los cuales nacerán en Madrid y el resto en Vilagarcía. Tras el casamiento con Esclavitud, la riqueza de la familia aumenta extraordinariamente, ya que en el año 1889, en la relación de propiedades que su esposa ha heredado de sus padres José Antonio Abad, teniente de navío, y Josefa Abalo Sousa, aparecen 16 fincas en Cortegada, 3 casas en Vilagarcía y 2 fincas, y ello teniendo en cuenta que Esclavitud tiene otros 10 hermanos que también recibieron su correspondiente legado.

De vuelta a Vilagarcía por la influencia de su esposa, liquida el negocio de las minas y se dedica a comprar tierras y casas en la comarca y especialmente en su villa. Se inicia entonces un proceso judicial al enterarse José María Abalo que la familia de su madre era enormemente rica y que él era el único heredero legal. El pleito le costó aproximadamente 30.000 duros (de los de aquellos años), lo cual da idea de la importancia económica de la herencia.

Efectivamente, su tío José Sousa Rocha, del cual se consideraba heredero, estaba considerado como uno de los hombres más ricos del norte de Portugal. Cuando finalmente gana el largo proceso, condicionado por afectar a tribunales portugueses, tiene la deferencia de donar la mitad de la herencia que recibe a su hermana. Todo ello le permite aumentar sus posesiones en la comarca tal como el llamado por entonces "Campo de Cabritas", la "huerta del Campo", "la casa grande de los López Ballesteros" (desgraciadamente desaparecida), etcétera.

Dotado pues de enorme riqueza, dedicó gran parte de su vida a la mejora de Vilagarcia y sus habitantes, siendo el exponente mas expresivo de sus intenciones el periódico "El Villagarciano" que fundó, patrocinó, dirigió y editó desde el año 1897 hasta 1901 en que aparece el último ejemplar, el número 17. Como no quería rigidez alguna en las próximas salidas del periódico ya anunciaba claramente que "aparecerá cuando convenga", pero siempre como "defensor de los intereses morales y materiales de Vilagarcia".

Aunque parezca mentira, el único objetivo del periódico "El Villagarciano" fue la creación de una estación de ferrocarril en el término municipal de Vilagarcia. Para ello, utiliza sus conocimientos en la materia para tratar de convencer a las autoridades nacionales, regionales y provinciales, de la conveniencia de una estación de ferrocarril para su ciudad ya que veía claramente el ascenso económico del municipio a la vez que el lento declive de Carril que ya poseía una estación. Un ejemplo de dicho crecimiento se podía apreciar en las cifras que daba el periódico "Diario de Pontevedra" relativo a la recaudación de las aduanas de ambos pueblos en Febrero de 1899: Vilagarcia: 4.882,04 pesetas; Carril, 4.503,73 pesetas

En el primer ejemplar de "El Villagarciano" hace una condensación de la temática de lo que serán el resto de los números que se publicarán, ya que en el mismo hace una defensa no solo de su pueblo, sino de toda la comarca. Dice que "Cambados, Sangenjo, Portonovo, O Grove, Villanueva, Villajuán y demás lugares de tan poblado territorio, que representan una población de 50.000 habitantes, y miles de toneladas de mercancías, recorrerán con sus cuerpos, y con sus medios de arrastre, unos dos kilómetros más, y sufran por consecuencia, por perjuicios de tiempo, dinero, demás trastornos que implica ese mayor recorrido". Apunta al respecto que todo ello se reducirá con la nueva estación para Vilagarcía.

La lucha de Abalo y Sousa por la construcción de una estación de ferrocarril para el municipio arranca de una Real Orden de fecha 27 de agosto de 1897, cuya parte preceptiva decía :

"1º.- Que se establezca una estación para viajeros y mercancías en el término municipal de Villagarcía que se emplazará en el lugar denominado La Golpelleyra en el sitio que técnicamente se considere más adecuado para el objeto y más conveniente para el mejor servicio de la población y el marítimo. 2º.- Que en el plazo de cuatro meses presente la compañía concesionaria del ferrocarril de Pontevedra a Carril a la aprobación superior, el proyecto detallado de la referida estación, que habrá de establecerse en horizontal de 250 metros por lo menos y dotada de los indicados servicios".

Ante esta R.O., la Sociedad del Ferrocarril interpuso demanda para no construirla y la lucha de José Maria Abalo a través de su revista "El Villagarciano" es continua, persistente y agresiva. Todo esto tiene su compensación el 16 de abril de 1900 cuando el Tribunal de lo Contencioso Administrativo del Consejo de Estado desestimaba la demanda de la compañía con el siguiente fallo: "Debemos declarar y declaramos la incompetencia del Tribunal para conocer de la demanda interpuesta por la Sociedad The West Galicia Railway Company, contra la R.O. expedida por el Ministerio de Fomento en 27 de agosto de 1897.

Como pasaba el tiempo y la compañía no hacia el menor gesto para la construcción de la estación, en octubre de dicho año, José María Abalo como presidente de la Cámara de Comercio envía al ministro Gasset el siguiente telegrama: "Cumplido plazo de cuatro meses durante los cuales esta empresa ferrocarril Pontevedra estaba obligada a presentar a la Dirección de Obras Públicas los planos de esta estación de Villagarcía, que debe construirnos por virtud tres Reales Ordenes y fallo inapelable Tribunal Contencioso Administrativo, esta Cámara ruega vuecencia cumplimiento estricto ley sin consentir más excusas absolutamente improcedente".

Dado que en diciembre de 1902 no se sabia nada sobre la construcción del edificio, se pide al Gobierno Civil que manifieste "en qué estado se halla el expediente de expropiación de terrenos para el emplazamiento de la estación en Villagarcía", pero como pasaba el tiempo sin que la compañía hiciera gesto alguno, en junio de 1903 se multa a la misma con 250 pesetas "por no haber comenzado las obras de la estación".

Lo que realmente ocurría es que la compañía del ferrocarril no quería construir la estación y a tal efecto, en octubre de 1904 hizo una petición a la Dirección General de Obras Públicas para "que se le releve de la obligación de construir la estación de Villagarcía".

Lo cierto es que tras dichas alegaciones, el ministerio decidió en principio no construir la estación, por lo que Abalo y Sousa en nombre de la Cámara de Comerció dirigió en julio de 1905 "una protesta a Montero Rios y al Conde de Romanones contra la disposición del gabinete Vilaverde que relevó a la compañía del ferrocarril de la obligación de construir una estación en Villagarcía". El periódico "El Eco Compostelano" que era el que anunciaba tal petición hacía el siguiente comentario sobre el asunto: "El jefe del gobierno y elministro de Agricultura prometieron interesarse en el asunto y suponemos que lo harán......dando por bien hecho lo que hizo el Sr. Villaverde".

El tesón de Abalo y Sousa y las diversas fuerzas sociales, políticas y económicas conseguirían al fin la soñada estación del ferrocarril.