Laureano Oubiña Piñeiro nació el 30 de marzo de 1946 en Cambados. Su vida discurrió rápido, y su ascenso económico fue fulgurante. A los diez años echaba una mano en la tienda de ultramarinos de sus padres; a los 15 conducía una furgoneta con la que repartía mercancía para los vendedores ambulantes; y se dice que con 17 se estrenó en el estraperlo de gasoil de la mano de un tío suyo.

Laureano Oubiña es uno de los narcotraficantes más famosos de España. Para algunos el que más. Y debe esa popularidad a una conjunción de factores, como la socarronería con que respondió en el juicio de la Nécora a las preguntas de Garzón y Zaragoza; o al pazo de Baión, que fue durante década y media el símbolo más evidente de que el tabaco y las drogas producían fortunas imposibles de imaginar para un trabajador normal.

Quienes le siguieron para detenerle afirman de Oubiña que era un hombre astuto y que no toleraba una sola broma cuando se hablaba de negocios. Con esas cualidades, y con lo aprendido en los años del estraperlo, escaló pronto a lo más alto de las redes del contrabando de tabaco arousano. En esa etapa hizo mucho dinero, y se benefició –como todos los demás tabaqueros– de la buena imagen que el contrabando tuvo en la ría de Arousa, donde mucha gente presumía de fumar Winston de batea y sostenía que el contrabando era un manera como otra cualquier de ganarse el pan.

Pero los tiempos cambiaron. En 1983 es detenido en Platja d´Aro (Girona) y las autoridades anuncian un endurecimiento de las leyes contra el contrabando. Muchos tabaqueros se pasan al tráfico de drogas, y se supone que Oubiña hizo lo mismo. Entre tanto, la sociedad Oula –integrada por él y su segunda esposa, Esther Lago– compró el pazo de Baión por 300 millones de pesetas de los años ochenta y gastó una fortuna rehabilitando los edificios de la finca y poniendo a andar el viñedo.

Aquella propiedad se convertiría en uno de los principales emblemas del poder adquirido por los narcos gallegos, y no es de extrañar que dos de las imágenes históricas de la lucha contra el tráfico de drogas –el helicóptero de Garzón sobrevolando el pazo cuando puso en marcha la Nécora, y las madres de drogodependientes, capitaneadas por Carmen Avendaño, golpeando el portalón de entrada– tuviesen lugar en Baión.

Oubiña fue detenido en la Nécora, y durante el juicio brindó a los taquígrafos varias frases cargadas de socarronería que dieron la vuelta a España, como la de que cuando quería tomar un vino no le quedaba más remedio que pedirle 1.000 pesetas a su mujer. Al final, tanto él como su esposa salieron absueltos de la acusación de tráfico de estupefacientes, siendo condenados tan solo por delito fiscal.

El verdadero ocaso de Oubiña empieza a producirse entre mediados y finales de la década de los noventa. Intentó vender el pazo de Baión antes de que la Justicia se lo llevase y recibió una oferta de 600 millones de pesetas, pero la rechazó porque confiaba en sacar 1.200.

Y las fuerzas de seguridad le implicaron en tres grandes cargamentos de hachís: uno de 6.000 kilos intervenido en un camión en Martorell (Cataluña); otro, también de 6.000 kilos, interceptado en Vigo; y un tercero de 13.000 que iba a bordo del Regina Maris. Oubiña decidió poner pies en polvorosa.

Para entonces ya tenía que presentarse a firmar cada quince días en un juzgado o en una comisaría, y cuando se enteró de que Aduanas había cazado el Regina fue a firmar con total naturalidad a la comisaría de Vilagarcía. La policía no estaba al tanto de la operación de Aduanas y le dejó ir. Cuando las fuerzas de seguridad fueron a buscarle ya no había rastro suyo.

No sabían que estaba camino de Grecia. Antes de llegar al exilio heleno la policía alemana le detuvo en un puesto fronterizo por llevar un pasaporte falso, pero acabó soltándole sin saber que aquel hombre era uno de los grandes capos de la droga en España. La Policía le detuvo en Grecia en 2001, casi un año después de su fuga.

De regreso en España, Oubiña fue juzgado y condenado por tres causas de hachís. E inició un peregrinaje por distintas cárceles: Alcalá–Meco (Madrid), Zuera (Zaragoza), Villena (Alicante), Topas (Salamanca), Villabona (Asturias), Dueñas (Palencia) y la última –al menos por ahora– Navalcarnero, en Madrid.