Es el más solitario e íntimo de los parques de Vilagarcía. Su situación, a las afueras del casco urbano, motiva que muchos días lo visiten muy pocas personas. Y sin embargo es una de las principales joyas medioambientales de todo el ayuntamiento.

El parque del Castriño, rebautizado hace poco como de Enrique Valdés Bermejo, es la gran burbuja natural de la ciudad, porque si bien es más pequeño que el Miguel Hernández –el de A Mariña tiene 18.000 metros cuadrados, seis mil más que el Valdés Bermejo– sus árboles crecidos ofrecen una sombra y un recogimiento que por ahora no tiene el portuario, creado en 2002.

El parque de O Castriño tiene un encanto especial y posee una riqueza botánica muy superior a la de los demás de la ciudad. De hecho, algunos de sus árboles están catalogados como únicos en el archivo del Centro Forestal de Lourizán.

Este pequeño bosque semiurbano se fraguó en la década de los años treinta del siglo XX. Era parte de las propiedades de los duques de Terranova, y estos decidieron crear en esa finca un jardín lleno de árboles exóticos, que llegaron a Vilagarcía desde distintos puntos del planeta por mar. Por aquel entonces, la fisonomía de ese pedazo de la ciudad era muy distinta a la actual.

El mar llegaba hasta las mansiones de A Comboa –palabra que significa precisamente entrada del mar en tierra–, y estas grandes casonas, que ocupaban las familias pudientes de la época, tenían sus propios embarcaderos. Esa imagen, que se conserva en viejas postales y fotografías en blanco y negro, empezó a mudar para siempre en 1915, fecha en que comienzan las obras del gran puerto comercial de Vilagarcía.

Posteriormente se hizo la carretera a Vilaxoán –actual avenida de Valle Inclán–, formándose junto a las casonas una laguna artificial que aún hoy se conoce como de A Comboa. Pasaron los años, y esas mansiones fueron sucumbiendo a la ruina y el tiempo. El Enrique Valdés Bermejo también es conocido como parque de O Castriño porque se asienta en la parte baja del monte en el que se localizó el castro de Alobre, considerado como la cuna de Vilagarcía.

Durante mucho tiempo formó parte de una finca particular, hasta que el Concello de Vilagarcía lo abrió al público. Años después se le puso el nombre de Enrique Valdés Bermejo, un eminente farmacéutico y naturalista vilagarciano vinculado al Real Jardín Botánico de Madrid.

El Valdés Bermejo es desde hace algún tiempo un escenario ideal para actividades extraescolares relacionadas con el medio ambiente, y de hecho el ayuntamiento editó una breve unidad didáctica para que los profesores contasen con una guía durante las visitas con los alumnos.

Este área natural sufrió mucho el virulento paso del ciclón Klaus, el pasado invierno. Varios de sus árboles, incluso algunos gigantes de más de veinte metros de alto, no soportaron las embestidas del viento y se vinieron abajo.

Desde entonces, la situación del parque no es la ideal. Hay algunos árboles tirados; faltan muchos travesaños de las vallas de madera; el estanque está sucio y con restos de basura; y en el canal de agua hay restos de ramas y de troncos... El jueves pasado, el servicio de jardines del Concello de Vilagarcía estuvo trabajando en la zona. Se talaron algunos ejemplares que estaban en mal estado y se retiró madera. Todos estos trabajos son necesarios para que en los próximos meses el Valdés Bermejo recupere todo su esplendor.

Y es que además de su valor educativo y medioambiental, y de la tranquilidad y silencio que regala a los que se internan en él, el Valdés Bermejo forma parte de una zona estrechamente vinculada a la historia reciente de Vilagarcía. Porque en A Comboa estuvieron las mansiones no sólo de los duques de Terranova, sino también de familias como la de los Calderón o la de los González Carra, que durante mucho tiempo influyeron mucho en la localidad. Este barrio recibió también varias visitas de los reyes Alfonso XII y Alfonso XIII y de hecho la residencia real que a principios del siglo XX se proyectó en la isla de Cortegada se ideó primero en A Comboa.