Vivos, auténticos y fieles a sí mismos

Varios negocios de la ciudad cumplen más de medio siglo de actividad conservando escaparates e interiores, sin perder de vista las nuevas necesidades de los clientes

La confitería Solla, que abrió sus puertas el día de la Peregrina de 1967, es una de las que conserva su imagen original.   | // GUSTAVO SANTOS

La confitería Solla, que abrió sus puertas el día de la Peregrina de 1967, es una de las que conserva su imagen original. | // GUSTAVO SANTOS / Susana Regueira

Susana Regueira

Pasados los 50 ya no se es tan joven, pero con suerte se ha ganado estilo, experiencia y la consciencia del paso del tiempo. Es lo que caracteriza a una parte del comercio de Pontevedra, que frente a escenarios de pastiches y franquicias ha conservado su autenticidad y modos de trabajo, adaptándolos a los nuevos tiempos sin perder esencia.

El día de la Peregrina, el domingo 13 de agosto de 1967, abrió sus puertas la confitería Solla en el número 7 de la céntrica calle Michelena. Ernesto Solla Tobío fue el impulsor de este establecimiento que no solo conserva con gusto los mármoles, mostradores o escaparates originales sino que también se precia de mantener una elaboración artesanal de sus productos.

La clave es utilizar “siempre materias primas de calidad y respetando las recetas tradicionales”, explican en esta confitería.

La clave es utilizar “siempre materias primas de calidad y respetando las recetas tradicionales”, explica Maica Solla, la segunda generación al frente de la Confitería Solla

El resultado son las suculentas milhojas, tartas de manzana o los borrachitos a los que no podría resistirse ningún goloso. Al frente del negocio se sitúa hoy la segunda generación de la familia. Maica Solla Domínguez explica que “tenía claro que había que mantener el recetario tradicional, que con la materia prima de calidad es la clave”.

Mantuvo asimismo “la totalidad de la plantilla” que había trabajado con su padre, desde el obrador a la atención al público, explica Maica Solla, a la que se han sumado nuevas incorporaciones para hacer frente a la carga de trabajo.

La librería Paz, una visita imprescindible para los amantes del cómic y que actualmente encabeza Cano Paz, hijo de los fundadores, es otro de los negocios que ha tenido que ampliar la plantilla.

La librería paz conserva el inerior "exactamente igual que cuando abrimos", explica Cano Paz, hijo de los fundadores

La librería paz conserva el inerior "exactamente igual que cuando abrimos", explica Cano Paz, hijo de los fundadores / GUSTAVO SANTOS

Isidro Paz y Dolores García pusieron en marcha la librería en 1967. Abrieron el negocio en la calle Peregrina, el mismo lugar que sigue ocupando más de medio siglo después. Se ha modificado la entrada y algo los escaparates, mientras que el interior permanece “exactamente igual, es el mismo” que el primer día, indica Cano Paz, si bien hay partes que antes se destinaban a almacén y ahora se abren al público, como la zona dedicada a cómics y literatura infantil.

El negocio “ha cambiado mucho” señala Cano Paz. Sus padres empezaron “como eran las librerías de la época, con libros, pero también material de oficina, escolar, papelería y más libro de texto que ahora. La clientela es hoy “mucho más amplia”

El negocio “ha cambiado mucho” en estos años, señala el librero. Sus padres empezaron “como eran las librerías de la época, con libros, pero también material de oficina, escolar, papelería y más libro de texto que ahora. La clientela es hoy “mucho más amplia” y el negocio que podía atender la pareja se ha convertido en un local mayor, con cuatro trabajadores. Además de la atención al público, en Paz se realizan habitualmente presentaciones, encuentros lectores etc.

En el bar París "se retapizan sillas y se hacen arreglos, pero todo se mantiene más o menos igual que cuando abrimos", señala su responsable, Manuel Alén, en la imagen con su esposa Avelina

En el bar París "se retapizan sillas y se hacen arreglos, pero todo se mantiene más o menos igual", señala su responsable, Manuel Alén, en la imagen con su esposa Adelina / GUSTAVO SANTOS

También ha cambiado el negocio en el bar París, otro clásico que ha mantenido intacto todo el interior. Abrió sus puertas en 1970 de la mano de Serafín Alén, veterano profesional con experiencia en conocidas cafeterías como el Blanco y Negro o el Mezquita y que había encabezado el Náutico de Sanxenxo.

Las mesas, sillas, paneles y en general toda la estética del bar París es la misma que cuando empezó el local. Su responsable, Manuel Alén, está convencido de “no cambiarlo nunca” y constata que “a muchos les llama la atención que siga así”

Las mesas, sillas, paneles y en general toda la estética es la misma que cuando empezó el local. “Todo estaba poco más o menos como está ahora”, explica su actual responsable, Manuel Alén, convencido de “no cambiarlo nunca”. Constata que “a muchos les llama la atención que siga así”, de modo que “se retapizan sillas y se realizan arreglos, pero todo se mantiene más o menos igual”, una autenticidad que estiman los clientes.

Cerca del Bar París, en el número 18 de la calle Michelena, la mercería Dokar es otra de las que conserva su identidad. “El escaparate es el original, solo cambió el color”, señala María Dolores Estévez, cuyos suegros abrieron la tienda hace 64 años.

La Mercería Dokar continúa vendiendo "lanas, pijamas, batas y algo de mercería, igual que hace 64 años", explica María Dolores Estévez, cuyo suegro fundó la tienda.

La mercería Dokar continúa vendiendo "lanas, pijamas, batas y algo de mercería, igual que hace 64 años", explica María Dolores Estévez, cuyo suegro fundó la tienda. / GUSTAVO SANTOS

Desde entonces se centra en las “lanas, pijamas, batas y algo de mercería, que es lo que siempre hemos vendido y que seguimos vendiendo”, explica su actual responsable.

La mercería Dokar conserva el escaparate de hace 64 años. Su actividad se centra en las “lanas, pijamas, batas y algo de mercería, que es lo que siempre hemos vendido y que seguimos vendiendo”, señala María Dolores Estévez

Vivos, auténticos y fieles a sí mismos, estos negocios son también patrimonio cultural de la ciudad, tanto por mantener su actividad, plantillas y carácter familiar, como por conservar la arquitectura y decoración y por la implicación de dos generaciones en la vida comercial de la Boa Vila.

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