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La casa de Valentín Muiños

El arquitecto municipal Emilio Quiroga proyectó en 1943 un edificio con carácter, de viviendas y oficinas, que fue en su tiempo el más alto de la ciudad

La casa de Valentín Muiños

La Casa de los calzoncillos, de Manuel Corbal Hernández, fue la primera que se hizo al abrirse General Mola (hoy Gutiérrez Mellado) y marcó el posterior desarrollo de esta nueva calle tras la Guerra Civil. En la esquina opuesta y al lado contrario, la casa de Valentín Muiños García fue cronológicamente la segunda en levantarse, frente por frente de la singular Villa Pilar.

Curiosamente, la primera también marcó un hito en su tiempo como la casa más alta de la ciudad, con bajo, cuatro plantas y áticos, con una altura total de 21,60 metros, según la certificación del arquitecto municipal. Algunos años después, perdió su hegemonía en favor de la segunda, con bajo, cinco plantas y ático, que alcanzaron los 27,80 metros.

De estilos arquitectónicos claramente dispares, más pétrea la casa de Corbal y más moderna la casa de Muiños, una y otra lucieron sus palmitos constructivos, y todavía destacan por su carácter singular, como buenos ejemplos bastante bien conservados del legado urbanístico de Juan Argenti Navajas y Emilio Quiroga Losada, respectivamente.

Valentín Muiños García fue junto a su hermano Elías el propietario de un establecimiento de ultramarinos y coloniales muy popular entre los pontevedreses desde principios del siglo XX. Algunos años después, cada uno siguió su propio camino, aunque dentro del mismo gremio. Elías se instaló en la calle Sarmiento, en tanto que Valentín continuó con el primer almacén frente a la Plaza del Pescado, en Valentín García Escudero. Cuando se construyó la nueva Plaza de Abastos donde hoy todavía disfruta de una nueva vida, Valentín desplazó el negocio a su vera en la calle Sierra. Allí permaneció mucho tiempo.

Al finalizar la Guerra Civil, don Valentín promovió la construcción de una gran casa familiar en la esquina de Riestra y General Mola, con el propósito de abrir en el bajo otro almacén para sus hijos. Anteriormente estuvo en aquella esquina el Bar X, muy popular entre la juventud por sus enormes bocadillos (talla XXX) y su estupenda mesa de billar ruso.

Tras adquirir dicho solar a Saturno Fernández y Julia Pazos, herederos de Joaquín Fernández Villaverde, se interesó Muiños por una pequeña parcelita colindante, resultado del alineamiento de la Calle del Chanchullo, cuya historia ya contamos aquí hace algún tiempo.

Al finalizar la Guerra Civil, don Valentín promovió la construcción de una gran casa familiar en la esquina de Riestra y General Mola, con el propósito de abrir en el bajo otro almacén para sus hijos

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El aprovechamiento edificatorio de aquel trozo sobrante de vía pública solo tenía sentido con su anexión a la parcela de Muiños. Por ese motivo, el 13 de enero de 1940, el almacenista firmó una solicitud al Ayuntamiento interesando una venta directa. Pero la negociación se enredó de tal manera, que a punto estuvo de causarle un serio disgusto.

Arquitecto y letrado municipales realizaron el informe correspondiente para justificar la operación y tasaron los 56 metros cuadrados de dicha parcela en 8.400 pesetas, a razón de ciento cincuenta pesetas el metro cuadrado. Además, condicionaron el precio al inicio de la obra en el plazo de un año, por el interés de la corporación municipal en desarrollar cuanto antes la nueva calle.

Un mes más tarde, don Valentín aceptó la propuesta municipal y el asunto quedó aparentemente zanjado. Sin embargo, parece que lo pensó luego dos veces y se descolgó con una contrapropuesta muy inferior: rebajó a 3.000 pesetas las 8.400 solicitadas, y amplió a dos años en vez de uno, el tiempo para empezar la construcción del edificio.

La actitud del almacenista molestó enormemente al alcalde, Remigio Hevia Marinas, y la Comisión Permanente consideró del todo “inadmisible” aquel recorte sustancial de un asunto ya tasado a la baja por sus especiales circunstancias. De modo que transmitió su rechazo total y otorgó un plazo de treinta días a Muiños para realizar el pago comprometido.

Cualquier sabe quién o quienes calentaron la oreja del reconocido comerciante, como para desairar de aquella forma al mismo alcalde. ¡Bueno era don Remigio con quien cuestionaba su autoridad!

Al no satisfacer el importe fijado, el Ayuntamiento entendió el acuerdo por desistido y optó por la resolución del contrato. Muiños respondió entonces con un recurso de reposición contra dicho acuerdo, que la Permanente Municipal consideró extemporáneo. Y el asunto se enquistó, sin visos de solución. Entre pitos y flautas, pasaron dos años largos de toma y daca.

Finalmente, don Valentín entró en razón o le hicieron entrar en ella, y alguien influyente -quizá el arquitecto Quiroga, luego autor del proyecto de la casa- medió cerca del alcalde para buscar un arreglo.

La casa de Muiños sigue siendo hoy igual que ayer, un edificio con carácter que reclama una buena conservación en su estupenda vejez

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Una moción personal del propio Hevia fue necesaria para justificar la revocación del acuerdo reseñado. Los términos de la resolución postrera no variaron el precio de 8.400 pesetas para aquella parcelita, al tiempo que establecieron un calendario bastante flexible para acometer la obra. A saber: un mes para firmar la escritura de compra-venta; seis meses para presentar el proyecto; un año para iniciar la construcción y tres años para acabarla.

Para curarse en salud, el Ayuntamiento también fijó una penalización según la cual el incumplimiento de dichos plazos conllevaría una indemnización del doble del precio de la parcela, así como la anulación del acuerdo. Pero en esta ocasión, Muiños cumplió a raja tabla con todo lo estipulado

Inicialmente, Emilio Quiroga diseñó un soberbio edificio de cinco plantas para oficinas y viviendas, de forma semicircular, en hormigón armado y ladrillo, cuyo proyecto firmó en diciembre de 1943.

La construcción empezó a ejecutarse en 1944 y cuando la obra tocaba a su fin, surgió una modificación final en favor del propietario, que no tuvo ninguna consecuencia: la sustitución del tejado por un ático a mayores de 271,62 metros cuadrados de superficie. La Comisión Permanente autorizó su ejecución, igual que antes había hecho con la mentada casa de Corbal.

A caballo entre el modernismo y el racionalismo, quizá más cerca de éste que de aquél, la casa de Muiños sigue siendo hoy igual que ayer, un edificio con carácter que reclama una buena conservación en su estupenda vejez, camino de los setenta y cinco años de su edificación.

De la consulta de Domínguez a la gestoría de Cobián

A mediados de 1947, la casa de Muiños estuvo al fin terminada y comenzó a llenarse de luz y vida. De acuerdo con el proyecto, las dos primeras plantas se dedicaron a oficinas, en tanto que los otros tres pisos, más los áticos, se ocuparon por conocidas familias pontevedresas. Salvo error u omisión, si las buenas memorias de antiguos ocupantes no fallan, su distribución primera fue la siguiente: el promotor Valentín Muiños García y su familia ocuparon toda la tercera planta; su hijo Pepe Muiños Sieiro y la familia García Cividanes, la cuarta; Carmen Muiños Sieiro y Celso Varela, la quinta; y José Puig Gaite y Evaristo Paredes Valdés, los áticos. Especial interés tienen algunos de los ocupantes de las dos plantas de oficinas, porque allí comenzaron su destacada andadura profesional. Principalmente, hay que reseñar tres nombres del sector médico: Miguel Domínguez Rodríguez (traumatólogo), José Mato Calderón (psiquiatra) y Ernesto Smyth Caballero (odontólogo). Los tres eran muy jóvenes entonces y allí tuvieron su primera consulta. Domínguez fue el primero en marcharse dos años después, cuando abrió su sanatorio en Fray Juan de Navarrete. Smyth se fue a una casa frente al propio Sanatorio Domínguez. Y Mato se traslado a un piso muy cercano en General Mola. También comenzaron en la casa de Muiños dos de las gestorías más importantes que hubo entonces en esta ciudad: el Centro General de Gestiones Cobián y la Sociedad Española de Comercio y Crédito. Gumersindo Cobián Otero estuvo al frente de la primera cuando llegó desde A Estrada para instalarse en Pontevedra.

El promotor Valentín Muiños García y su familia ocuparon toda la tercera planta; su hijo Pepe Muiños Sieiro y la familia García Cividanes, la cuarta; Carmen Muiños Sieiro y Celso Varela, la quinta; y José Puig Gaite y Evaristo Paredes Valdés, los áticos

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En su calidad de gestor administrativo, agente comercial y procurador -los tres títulos que exhibió-, ya empezó muy fuerte, aunque con una actividad acorde con una ciudad todavía pequeña y provinciana. Además del trabajo propio de una gestoría, Cobián se anunció como representante para toda Galicia de Rotala, una firma de importación y exportación de maquinaria industrial, así como de Tecnicrom, una empresa de mosaicos, pavimentos y losetas. Ya como Gestoría Cobián, que mantuvo en pie su mujer, Ana María Salgado, y sus hijos José Manuel y Javier, estuvo en la plaza de Galicia, antes de acomodarse en la glorieta de Compostela. Por su parte, José González Cid ejerció primero como corresponsal y después como director de Comercio y Crédito, firma potente de ámbito nacional. Cid era una persona muy dinámica y bien conocida en ambientes deportivos como delegado provincial de la Federación Regional de Boxeo. La inauguración de su oficina en la casa de Muiños, constituyó todo un acontecimiento social, que contó con la presencia de directivos de la Cámara de Comercio y del Casino Mercantil, así como representantes de las principales sucursales bancarias. Tras la bendición de las dependencias por Luís Pintos Fonseca, todos los invitados compartieron un vino español. Lamentablemente, la buena estrella de Cid se oscureció solo un año después, porque fue acusado de estafa, y Comercio y Crédito rompió su relación en defensa de su buen nombre. A principios de 1951, allí se ubicó la Delegación Provincial de Educación Popular, y más tarde estuvo la Inspección de Trabajo y la gestoría de Fontenla, entre otras oficinas y despachos

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