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El monumento en el arranque de las obras del instituto Valle-Inclán. | // FDV

El agosto que salvó a las Ruinas de Santo Domingo

Se cumplen 126 años de su declaración como Monumento Artistico, que las libró in extremis del derribo total

A finales del siglo XIX la Real Academia de la Historia no daba crédito a lo que estaba pasando en Pontevedra. En 1874 se habían demolido las Torres Arzobispales, el elemento de defensa más impresionante de la muralla y al que el entonces gobernador civil tacha de “huella del feudalismo”, y varios estudiosos consideran que la Comisión de Monumentos no actuó con diligencia suficiente para evitar el desastre.

Este grave error que privó a Pontevedra del que hubiese sido uno de sus grandes monumentos tendría finalmente un efecto positivo sobre nuestro protagonista, el antiguo convento dominico de la ciudad. Fue el cenobio más importante de la orden en Galicia, con cinco ábsides en la cabecera (toda una excepción entre los monasterios mendicantes) y escenario de momentos históricos como cuando en 1474 Pedro Madruga da su apoyo públicamente en su lucha por el trono a Juana de Trastámara, La Beltraneja.

Fue el cenobio más importante de la orden en Galicia, con cinco ábsides en la cabecera (toda una excepción entre los monasterios mendicantes) y escenario de momentos históricos como cuando en 1474 Pedro Madruga da su apoyo públicamente a La Beltraneja

La construcción del edificio arrancó en el siglo XIV y supuso un esfuerzo ingente, tanto en recursos económicos como en medios humanos, pero a finales del XIX pocos valoraban ni su magnífica factura ni su historia. Hacia 1804 se empieza a levantar una nueva nave neoclásica y, simultáneamente, los monjes pretenden derribar los últimos restos, la cabecera y el transepto del medievo “al estimar que se encontraban arruinados”, indica la restauradora Rosa Benavides en su estudio sobre el edificio.

Tras la exclaustración pasó a convertirse en cárcel, asilo, hospicio, según las épocas, mientras que van demoliendo capillas y muros para aprovechar los sillares y pavimentar con ellos las calles

La idea de derribarlo, con todo, no era nueva. Tras la exclaustración fue gestionado por la Junta de Enajenación de Edificios y Efectos de los Conventos Suprimidos y pasó a convertirse en cárcel, asilo, hospicio, según las épocas, mientras que van demoliendo capillas y muros para aprovechar los sillares y pavimentar con ellos las calles.

La amenaza se hace todavía más grave en el año 1881, cuando se aprueba su total demolición. En la década siguiente se salva de distintas iniciativas privadas y públicas (ya que también el Concello proyecta su derribo) que amenazan sus últimos restos. De hecho, si en ese periodo estas ocurrencias no se llevan a cabo es por falta de presupuesto.

El recinto también albergó en su día la colección de miliarios de la Sociedad Arqueológica. | // FDV

No sería hasta el 15 de agosto de 1895 que llega a la Boa Vila la declaración de Monumento Histórico Artístico para que se dicten “las oportunas disposiciones para la conservación, decoro y custodia”, una orden que frena in extremis el derribo. Un día antes las Ruinas habían sido seleccionadas (entre una terna que también incluía a San Francisco y al actual Edificio Sarmiento) como sede del museo que se pretendía crear.

Tímpanos, fuentes (entre ellas la de A Ferrería) y otras piezas se depositaron en las Ruinas, a las que la declaración de Monumento no acabó de salvar sino que Casto Sampedro batalló las dos décadas siguientes para frenar el expolio de sepulcros y altares

El presidente de la Sociedad Arqueológica, Casto Sampedro, batalló hasta el final para lograr su conservación y la convirtió en la primera sede de esta institución, un pequeño museo al aire libre donde reunió, por ejemplo, buena parte de la colección de miliarios que hoy se exhibe en el Sarmiento.

La fuente de A Ferrería, depositada en su día por la Sociedad Arqueológica en las Ruinas de Santo Domingo/ FdV

Tímpanos, fuentes (entre ellas la de A Ferrería) y otras piezas históricas se depositaron en las Ruinas, a las que la declaración de Monumento no acabó de salvar sino que Casto Sampedro batalló durante las dos décadas siguientes para frenar el expolio de sepulcros y altares.

Nada pudo hacer por las pinturas murales, desde hace años a la intemperie, o porque el actual instituto Valle Inclán no se levantase sobre la antigua iglesia. Con todo, hoy Pontevedra celebra a aquellos maestros anónimos que levantaron Santo Domingo. Decía Rodin que nada es tan bello como las ruinas de una cosa bella.

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