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Farruco Portela Pérez, pontevedrés benemérito

Decano del enxebrismo, incansable promotor cultural y feliz iniciador de una gran saga artística que alcanza hoy la cuarta generación

Portela Pérez inculcó su amor por Pontevedra a todos sus descendientes. | // FOTO: FAMILIA PORTELA.

Francisco Portela Pérez, apelado familiarmente Farruco y también conocido como Porteliña, fue un escritor enxebre por antonomasia, dada su querencia por todo lo gallego y su cariño apasionado por la Boa Vila, el pueblo que le vio nacer pasado el ecuador del siglo XIX.

A su trabajo como periodista, escritor y poeta de incontables registros, y también como animador cultural de iniciativas muy notables, unió su destacada condición de iniciador de la saga artística de los Portelas: Agustín (hijo), César (nieto) y Sergio (biznieto). Es decir, cuatro generaciones hasta el momento, más lo que está por venir, haciendo bueno el dicho popular: de tal palo, tal astilla.

Portela Pérez elaboró cuando solo tenía 18 años una Antología de poetas gallegos, seguida de un folleto biográfico sobre los hermanos Nodales, hijos de Pontevedra, donde recogió con fidelidad histórica sus principales gestas marinas. Esta obrita publicada en 1891 se vendió a dos pesetas y alcanzó varias ediciones. Al año siguiente escribió otro trabajo sobre las romerías en Galicia, donde describió con detalle las fiestas aldeanas, que igualmente tuvo mucho éxito. Así comenzó su trayectoria literaria.

Funcionario público, primero oficial de Fomento en el Gobierno Civil, ascendió luego a escribiente primero de Obras Públicas. Ese trabajo compaginó durante muchos años con su labor de representante en Pontevedra de la primera Sociedad de Autores Españoles (SAE), creada en 1899 al amparo de la Ley de Propiedad Intelectual para defender los intereses de compositores y escritores.

Enseguida participó en el núcleo fundacional de la Asociación de Escritores y Artistas de Pontevedra, junto a Valcarce Ocampo, Enrique Labarta, Torcuato Ulloa y Prudencio Landín, entre otros. Este proyecto no llegó a cuajar, pero abrió el camino a una Sociedad de Cultura, que pronto se perdió en un debate estéril. Su actividad más destacada fue un homenaje al poeta Manuel del Palacio durante su descanso veraniego en su Casa de las Galerías (luego Sanatorio Marescot), por iniciativa del propio Portela.

Por otra parte, la integración de Portela en la primera junta de la Cocina Económica instalada en Santa María, abrió su larga trayectoria de hombre bueno y dadivoso, volcado en singulares empresas, a cada cual más original.

Con la ayuda de Renato Ulloa y Enrique Zaratiegui, organizó una fiesta literario-musical en 1913 para homenajear a Rosalía de Castro, y destinó la recaudación obtenida al monumento proyectado en memoria de la insigne poetisa en Santiago de Compostela e inaugurado cuatro años después. Esta iniciativa pionera valió a Portela la concesión de una medalla de oro por parte de la comisión promotora.

Quizá espoleado por tan buena acogida, al año siguiente organizó otro evento similar en el Teatro Principal, apoyado por Blanco Porto y Millán Mariño, con la finalidad de sufragar una artística lápida para la calle dedicada al gran imaginero Gregorio Hernández. Fundió Fernando Campo la lápida en Roma de forma desinteresada y su colocación resultó todo un acontecimiento.

Todavía un año después promovió en la Sociedad Artística una divertida recreación de las astracanadas carnavalescas del Rey Urco en 1876. El festival contó con la participación de Víctor Mercadillo y Blanco Porto al frente de un nutrido elenco artístico, junto al maestro Carreras, director de la Banda Municipal, que plasmaron para la posteridad los fotógrafos Pintos y Sáez Mon.

En plena madurez literaria y periodística, no hubo diario o revista que no contase con la colaboración de Portela, a través de sus distintos pseudónimos: La-Porte, Letrop y Fuco d´a Chanca. Igualmente colaboró en las principales cabeceras hispanoamericanas: de Céltiga, de Buenos Aires, a Galicia, de La Habana. Otro tanto ocurrió con las sociedades artísticas y literarias pontevedresas, de cuyas directivas formó parte en repetidas ocasiones.

Después de rechazar varias oportunidades de ascender de categoría como funcionario del Estado para no abandonar su querida Pontevedra, en 1923 no tuvo más remedio que ceder y se trasladó con su familia a Madrid. Allí ejerció como jefe de negociado en la secretaría del Ministerio de Fomento y se jubiló como jefe superior de Administración Civil con los máximos honores en 1931.

Desde la villa y corte, Portela mantuvo una estrecha relación con Galicia a través de sus colaboraciones periódicas en FARO y Vida Gallega, especialmente. Desde este periódico se sumó a una campaña para rehabilitar el buen uso de la gaita gallega, como un deber de patriotismo.

“Hace ya tiempo -escribió- que venimos padeciendo unos gaiteiros que se improvisan sin la menor noción, sin el más simple y elemental conocimiento de lo que es, para que es y lo que significa este regional instrumento”.

Por esa razón, solicitó igualmente la rehabilitación de los gaiteiros, así como la dignificación del traje gallego que tanto defendió Perfecto Feijóo. Para predicar con el ejemplo, Porteliña se ponía su traje regional cada 25 de julio y así vestido acudía al Ministerio, ante la sorpresa de propios y extraños.

Buena parte de sus iniciativas culturales acabaron bien; casi siempre se salió con la suya. Incluso logró que el Ayuntamiento de Madrid incluyera a Domingo Fontán entre los grandes geógrafos españoles, a quienes dedicó sendas calles. Su nombre se inscribió en la colonia Iturbe.

De vuelta a su querida Pontevedra, Francisco Portela Pérez falleció en 1948, cuando contaba 84 años. Esa longevidad inhabitual en aquel tiempo le permitió ocupar por derecho propio el decanato del enxebrismo, y convivir con la flor y la nata de varias generaciones de periodistas, literatos y artistas. De Valle-Inclán a Muruais, de Armesto a Valcarce, de Labarta a Pintos. Y luego, de Prudencio Landín a Álvarez Limeses, de Manuel Cabanillas a Paz Andrade, de Alfonso Castelao a Blanco Porto y al propio Filgueira Valverde.

Tanto vivió que incluso apadrinó los primeros dibujos de su hijo Agustín como ilustrador de algunos de sus cuentos en Vida Gallega. Cualquier diría que no quiso morirse hasta ver publicada Pontevedra Boa Vila, la magna obra con una dedicatoria muy especial de Agustín: “A mi padre, que supo inculcarme su apasionado amor a Pontevedra”. Al año siguiente, Porteliña falleció en paz.

El Himno Gallego en cuestión

Portela se atrevió a poner en solfa la idoneidad del Himno Gallego en un artículo que FARO ubicó en el lugar más destacado de su portada del 7 de enero de 1925. Naturalmente, aquel aldabonazo tuvo una repercusión enorme. Por vez primera, alguien cuestionó públicamente la pieza de Pondal y Veiga mediante una argumentación bien construida, serena y documentada, pero desde el respeto más absoluto hacia los dos creadores. Hasta entonces, el asunto nunca había salido de comentarios y tertulias en el ámbito privado. “Este himno -escribió- lo encontramos demasiado lánguido, un tanto apocado y poco valiente”. A continuación, remachó: “No queremos, no, que el que haya de reemplazarle y por tanto perdurar, sea amasado con dinamita, no. Bastará que tenga su música algo de los tiernos y sentimentales alalás; pero es necesario también que se advierta en él algo del grito guerrero céltico, del rasgueante aturuxo”. En definitiva, Portela abogó por una letra más rebelde o reivindicativa, acompañada de una música más vibrante y marcial. Eso mismo reclamaron otros literatos y compositores, que enseguida se alinearon con Portela. De Avelino Rodríguez Elías (“es un himno triste, llorón y deprimente, que no corresponde a la grandeza de Galicia”), al maestro José Mª Varela Silvari (“le falta aire, solemnidad y grandeza; nada que ver con un himno propiamente dicho”), pasando por Jaime Solá, Luciano del Río, Wenceslao S.R. Gil o el padre Luís Mª Fernández, entre otras personalidades. FARO desarrolló una intensa campaña en favor del cambio del Himno Gallego, incluso con la aportación de pruebas documentales en forma de antiguas partituras. Pero la iniciativa de Portela no salió adelante.

La recuperación de los mayos

Firmado por La-Porte, uno de sus pseudónimos habituales, publicó Portela a mediados de abril de 1904 un artículo en La Correspondencia Gallega en favor de la recuperación más genuina de la fiesta de los mayos. No solo apostó por la puesta en valor de una tradición perdida, sino también por “desterrar esos mamarrachos de fragatas, arcos y castillos hechos de cartón pintado, que han reemplazado a aquellos mayos hechos con fiucho y flores”. A quien quiso escucharlo, propuso la vuelta de unos certámenes que habían alcanzado gran éxito popular, bajo el padrinazgo de Rufino Rivera, director de O Galiciano. Portela se comprometió a organizar el concurso, si contaba con la colaboración de las principales sociedades, Liceo Casino, Recreo de Artesanos y Liceo Gimnasio, así como de los escritores más activos. Todos recibieron con agrado su llamamiento y se pusieron juntos manos a la obra. Aquel nuevo concurso se celebró el 3 de mayo, a partir de las cinco de la tarde, en la plaza de la Herrería, y contó nada menos que con la participación de catorce mayos, una cifra que superó las mejores expectativas. Instalado en el gran balcón de la casa que había acogido el establecimiento comercial El Siglo (antecesor de Luís Martínez Gendra), un jurado de lujo, presidido por José Casal Lois, y compuesto por Perfecto Feijóo, Said Armesto, Renato Ulloa, José Millán, Prudencio Landín y el propio Portela Pérez, siguió el desarrollo del concurso sin perder detalle. El premio al mejor mayo fue para la Virgen del Camino, dirigido al alimón por Javier Mañá, “el Louro” y “El Rial”, en tanto que el mejor cantar en gallego recayó en el mayo de Santa Clara, representado por Gabriel Rodríguez.

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