El brusco cambio en sus rutinas diarias y el estrés que genera el confinamiento ha provocado que pequeños y adolescentes tengan nuevos comportamientos y actitudes que tienen su explicación.

"El hecho de que para ellos sea difícil de entender lo que está sucediendo tiene como consecuencia que se alteren con mayor frecuencia. Por otra parte, vuelven a dejar a la vista miedos que en muchos casos ya habían desaparecido o que que simplemente no existían, pero que con esta situación de inestabilidad e incertidumbre surgen y reaparecen", comenta Paula Estévez.

Estos patrones de comportamiento también son producto de los cambios emocionales de los adultos, puesto que, según indica la maestra y logopeda, "al estar nosotros más ansiosos, más agobiados o más nerviosos, los niños perciben un cambio en el clima familiar que, sumado a la preocupación de no entender lo que está pasando, genera en ellos dificultades para conciliar el sueño, llantos incontrolados, emociones que no saben gestionar y miedos como a ponerse malitos o a la muerte", señala Estévez.

Al mismo tiempo, la especialista destaca que "el hecho de que se les pida que continúen con el ritmo académico como si no pasara nada, provoca que se frusten porque están menos concentrados y motivados".