Antón Louro va a quedarse con las ganas de presidir la inauguración oficial de la antigua sede del Banco de España, cuya reforma integral está acometiéndose desde mediados del pasado año para agrupar diversas instancias de la Administración del Estado. Su destino electoral le ha jugado una mala pasada. Y está por verse en calidad de qué asistirá finalmente a este evento que no querrá perderse, pase lo que pase el 22-M.

Como delegado del Gobierno en Galicia, Louro impulsó esta obra de rehabilitación de un edificio singular, que reforzó en su tiempo el carácter administrativo de la calle Michelena como arteria principal de esta ciudad durante la primera mitad del siglo XX.

Allí estuvieron Correos y Telégrafos antes de disponer de su actual edificio, así como el Juzgado de Primera Instancia, que sufrió una vida itinerante por distintos lugares, además de la Banca Riestra, colindante y vecina muy próxima por intereses casi comunes. Pero Michelena fue, sobre todo, lugar de paso casi obligado hacia las principales instancias oficiales: Ayuntamiento, Gobierno Civil, Diputación Provincial, Gobierno Militar y Audiencia Provincial. Todos estos organismos estaban a un tiro de piedra de esta calle tan intrincada en el devenir pontevedrés.

Entre la reforma interior que ahora se realiza y la primera construcción del Banco de España en Pontevedra, que tiene más de un siglo, el edificio original sufrió solo una rehabilitación muy amplia que facilitó su buen estado de conservación hasta el momento actual. Este recuerdo viene a colación porque tal día como ayer, pero en 1949, tuvo lugar la inauguración oficial de las oficinas nacidas de aquella gran reforma que había sido acometida desde 1945. Un proyecto arquitectónico que fue diseñado por Romualdo de Madariaga y Céspedes, y luego ejecutada por el constructor Lisardo Álvarez López.

Durante los cuatro años que duraron aquellas obras transcurrió el único período en que el Banco de España abandonó su emblemática sede entre las calles Michelena y Fernández Villaverde para trasladarse a un local provisional en García Camba.

Aquella mañana del 2 de abril de 1949 la bendición de sus nuevas instalaciones congregó a un notable elenco de destacadas personalidades. Hasta Pontevedra se desplazó el mismísimo subgobernador del Banco de España, Luís Sáez de Ibarra, acompañado por el director general, José Costa, y varios consejeros como Luís Olarriaga y el conde de San Luís, y también otros consejeros de ámbito gallego como el mismo Pedro Barrié de la Maza.

Todo el "quien es quien" de la época en la ciudad no quiso perderse el evento. Solo faltó por alguna causa de fuerza mayor, sin duda, aquel jovencísimo gobernador civil llamado José Solís Ruiz (representado en el acto por José María Suárez Vence). Popularmente conocido con el sobrenombre de "la sonrisa del régimen", Solís había iniciado un año antes en Pontevedra su fulgurante carrera política que lo llevó a convertirse en ministro de Franco en varias ocasiones.

El acto se desarrolló en la nave central y la bendición de las instalaciones corrió a cargo del párroco de San Bartolomé, Fraile Lozano. Tras el ceremonia religiosa intervino Remigio Hevia Mariñas, en su doble condición de alcalde y consejero del Banco de España (estas instituciones tenía entonces unos consejeros locales). Las crónicas periodísticas cuentan que pronunció "unas elocuentes palabras en señal de gratitud del pueblo de Pontevedra al Banco de España por haber dotado a nuestra capital de tan suntuosas dependencias". Y el subgobernador del Banco de España cerró el acto diciendo que "…suyo era el honor de contestar al alcalde de una capital tan insigne como Pontevedra". A continuación, se ofreció un vino español servido por el "Carabela", bar-restaurante que estaba de moda.

Siempre orgulloso de su ciudad que, de aquella, destacaba por sus calles limpias y sus cuidados jardines, don Remigio no desperdició la ocasión de sacar pecho ante tan ilustres visitantes. El alcalde se convirtió en guía de todos ellos en un paseo por Pontevedra, que concluyó con "cálidos elogios" de tan ilustres visitantes, según las referidas crónicas. Fernández Lores también presume de Pontevedra, sesenta años después.