Desde Tanzania y Madagascar a Ourense para paliar el desierto de vocaciones

Cinco jóvenes realizan una travesía vital y geográfica de más de 10.000 kilómetros desde sus países de origen para ser monjas de clausura en las Clarisas de Vilar Dastres

Farila, Medrina, Faustina, Ana María y Vitorina, en el convento de clausura de Vilar Dastres. |   // F. CASANOVA

Farila, Medrina, Faustina, Ana María y Vitorina, en el convento de clausura de Vilar Dastres. | // F. CASANOVA / M.J.Á.

M.J.Á.

El crisol de culturas de la sociedad ourensana, cada vez más mestiza, llega también a la iglesia, donde la falta de vocaciones tanto de sacerdotes como de religiosas empieza a tener su relevo con hombres y mujeres que llegan desde África o de países de Latino América.

Las jóvenes que se preparan para monjas y parte de las veteranas, en el patio del convento de las Clarisas de Vilar Dastres. |   // F. CASANOVA

Las jóvenes que se preparan para monjas y parte de las veteranas, en el patio del convento de las Clarisas de Vilar Dastres. | // F. CASANOVA / M.J.Á.

Otros acentos y los nuevos rostros, más raciales, de jóvenes que rompen con los cánones clásicos de las monjas de pieles níveas fruto de años se clausura, se materializan en el monasterio de las Clarisas de Vilar Dastres, en Ourense, al que han llegado cinco jóvenes africanas tras realizar una travesía vital y geográfica de más de 10.600 kilómetros, desde sus lugares de origen en Tanzania o Madagascar, para formarse en una vida religiosa y tomar dentro de unos años los hábitos en este enclave de las afueras de Ourense que, si nada cambia, será su casa hasta el fin de sus días.

La jornada empieza en torno a las seis de la madrugada y remata a las diez de la noche. La oración es el pilar en su larga formación. Se afanan en el jardín, en la repostería, reciben clases de español y sobre todo se ríen con facilidad, con esa alegría vital, sencilla e innata que en sus pueblos, les viene de serie.

Tienen de 18 a 36 años

Las nuevas religiosas tienen entre los 18 y los 36 años. Unas llevan dos años preparándose para ser monjas, otras apenas dos meses, y por eso su nivel de español es muy diverso, pero todas incorporan estos días a sus uniformes gorros de lana para soportar un frío desconocido para ellas en su continente de origen.

La jornada empieza en torno a las seis de la madrugada y remata a las diez de la noche. La oración es el pilar en su larga formación. Se afanan en el jardín, en la repostería, reciben clases de español y sobre todo se ríen con facilidad ante las preguntas de su interlocutora, con esa alegría vital, sencilla e innata que les viene de serie.

Nada ha sido casual. Ser cristiano y hacer tantos kilómetros, rompiendo con todo, para llevar su fe al extremo de entrega y hacerse monja y de clausura, es fruto de siglos de evangelización católica en su país, que a ellas les llegó ya desde sus abuelos.

De hecho la mayoría reconoce que han sido los abuelos los que las han llevado desde niñas a las iglesias y les han desvelado términos y expresiones que eran antes un arcano en sus sociedades tribales.

Las que aún empiezan a hablar el castellano porque llevan dos meses repiten sin embargo con pasión términos como “Sagrado Corazón de Jesús” y similares , como muestra de que lo suyo va en serio. No es un capricho ni una excentricidad conventual eventual a lo Tamara Falcó. Aunque su fase de pruebas va a durar años y en casi absoluta clausura, todo apunta a que no hay vuelta atrás.

“Dios nos ha llamado. La Virgen me llamó”, insisten. Les ayuda para evitar distracciones en sus largas jornadas de oración y trabajo en la clausura y les permite estar ajenas a lo que ocurre apenas unos pasos más allá de los altos muros del convento. “Nosotros aquí llevamos una vida de trabajo, de orar; no vemos la tele salvo que sea algo especial como una visita o misa del Papa”, explica Sor María Ángeles, la serenísima superiora.

Larga espera para ser monja

Ana María es una de las dos veteranas y llegó de Tanzania hace algo más de dos años, el mismo tiempo que lleva aquí Victorina, que viajó desde Madagascar, esa isla mítica de la que cualquiera diría que nadie quiere marcharse. Las dos vistieron el hábito hace unos días, un primer paso a la vida religiosa”, comenta la superiora, pero les queda un largo camino.

A las dos veteranas les esperan todavía al menos nueve años “para la profesión de votos perpetuos solemnes”, explica sor María Ángeles, es decir para ser religiosa. El convento de las Clarisas Reparadoras es de clausura, pero rodeado de un enorme jardín que cuidan con un esmero propio de paisajistas experimentadas. Ese lugar será su casa y su refugio. Hasta el fin.

Hay tiempo de asueto y juegos, pero siempre les quedan las maravillosa pastas y dulces que elabora esta congregación y que las ha hecho famosas en España.

Tras Ana María y Victorina llegó al convento Faustina, que lleva un año y seis meses y vino de Tanzania, en el corazón de África. Del mismo lugar que ella llegó Farila que está en el convento desde septiembre y la benjamina Metrida, de 18 años, del mismo lugar de Tanzania y casi recién llegada también.

Todas se ríen al recordar lo les ha costado adaptarse a temas como la comida, que es muy diferente a la que estaban acostumbradas. “A mi me gusta todo lo que lleva agua”, indica una en relación a los platos de cuchara, mientras el resto se ríe con timidez.

Le esperan de 9 a 11 años antes de profesar sus votos. Han dejado atrás en sus países familias con muchos hermanos. Pero la morriña no tienen traducción al suajili, la lengua original de alguna de ellas. Tampoco importa. “Aquí hemos encontrado a otras hermanas.

Han dejado atrás en sus países familias con muchos hermanos. Pero la morriña no tienen traducción al suajili, la lengua original de alguna de ellas. Tampoco importa. “Aquí hemos encontrado a otras hermanas. Esta es nuestra familia”, insisten, con una envidiable convicción de estar en lo cierto, solo equiparable a la que profesa un agnóstico.

Otras tres monjas ecuatorianas en el monasterio

El relevo en las congregaciones lleva años gestándose. Entre los otros catorce miembros de este monasterio o convento hay tres ecuatorianas, que llevan más de veinte años y ya han profesado hace mucho sus votos.

Se trata de sor María Jesús Pascual, que es además de monja, la cronista oficial del convento de Vilar Dastres. “Llevo unos 17 años haciendo la crónica escrita de todo los acontecimientos y visitas que ocurren en este monasterio”, señala.

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