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Brotes verdes en el ‘Ourense vaciado’: “Tienes más tranquilidad y más paz”

Los municipios de menos de 5.000 habitantes ganan casi 4.000 vecinos en 2021 | Vilameá, en Paderne de Allariz, es un ejemplo donde siete nuevas familias se instalaron en los últimos años buscando una vida más libre y calmada

Jóvenes en bicicleta veraneando y dos de las nuevas familias en Vilameá, junto con Vicente, de la directiva de la asocicion del pueblo. | // IÑAKI OSORIO

Vilameá respira júbilo, de nuevo. Recupera esas reuniones improvisadas de una docena de personas en un local que también recobra más vida. Siete nuevas familias recuperan la alegría que tenía la parroquia del municipio de Paderne de Allariz, antes del nuevo siglo, ejemplificando una tendencia que consolida la llegada de población al rural ourensano desde la pandemia.

Según el Instituto Gallego de Estadística, los municipios de menos de 5.000 habitantes engordan su padrón municipal después del estallido del COVID y aumentan en el primer año poscovid, con más de 4.000 vecinos en toda Galicia. Nuevas caras y nuevos vecinos que hacen crecer la población del rural gallego un 2,5% de media. Vilameá es un ejemplo de ello.

La familia Penido buscaba un lugar donde ubicarse porque con la pandemia los pisos donde vivían se les quedaban pequeños. Rafael Penido, su esposa Irene, su hija Ana, sus nietos Hugo y Dani y su yerno Miguel compraron una casa en Vilameá.

Rafael comenta que “buscábamos esa libertad y esa tranquilidad que no tuvimos durante la pandemia en nuestros pisos. Además, como somos bastantes queríamos una casa grande con terreno que se adecuara a lo que queríamos y que no se nos fuera del presupuesto. Encontramos esta aquí que nos encajó y aquí estamos desde entonces”. Y añade que “el pasado fin de semana entre toda la familia juntamos a más de 20 personas y poder hacer eso se agradece después de pasar tiempos tan complicados”.

Los nuevos y los oriundos señalan que el ambiente y el recibimiento es sensacional //IÑAKI OSORIO INAKI OSORIO

Ellos alternan la vida en Vilameá con la capital, pero se plantean poder vivir en una parroquia donde los vecinos le acogieron con la mejor de las bienvenidas. Ana recuerda que “la primera vez que llegamos nos dejaron una bolsa con llenas de productos de la tierra como calabacines, tomates, pimientos y más cosas, como por ejemplo piruletas para los niños. La verdad es que estamos muy contentos con el trato que nos dieron al llegar”.

Miguel confirma que los hábitos sociales y las dinámicas han cambiado: “Uno de los pequeños lo pasó mal durante la pandemia, porque veía que su madre y su padre tenían que salir a trabajar y él se tenía que quedar en casa. Fueron momentos complicados y difíciles”. Y añade que “por eso, es que buscábamos esto, una libertad que aquí disfrutas y en un piso no tienes. Si sufriéramos otro confinamiento u otra situación similar, ahora tendríamos unas posibilidades que en la ciudad no tendríamos”.

Lleva dos años disfrutando de una casa que llevaba 10 sin habitar. Rafael dice que “buscábamos algo para entrar a vivir ya y que no se nos saliera del presupuesto y esta era perfecta, Había pequeños arreglos que tuvimos hacer pero nada grande”.

“Ya no es solo nuestra tranquilidad, si no la de los niños"

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Para Ana lo más importante es que “los niños disfrutan mucho más de esta vida porque pueden salir por el pueblo sin ningún tipo de problema y nosotros como padres también nos da esa tranquilidad de saber que están fuera pero que no hay peligro, como si estuvieran en la ciudad. Al final la tranquilidad también es eso”. Fernando y María también son una pareja que vive recientemente en Vilameá y arguyen lo mismo: “Ya no es solo nuestra tranquilidad, si no la de los niños que sabes que están por el pueblo a las 22.00 o 23.00 de la noche sin ningún problema. El pueblo te da esa tranquilidad añadida en ese sentido”.

La familia Penido al lado de la casa que adquirieron en la parroquia de Paderne de Allariz. | // I. OSORIO

Ellos vivían en la capital ourensana y se trasladaron por la “comodidad” de una vida en el pueblo. Fernando explica que “mi mujer tenía ganas de vivir en una casita y yo también la verdad, entonces nos decidimos a comprarla y aquí estamos. No hay muchos vecinos en el pueblo en invierno, pero ahora en verano es una maravilla”. Compraron la casa hace dos años, pero llevan viviendo un año y medio en la casa donde ahora también tienen una mascota. Fernando arguye que “antes no nos imaginábamos tener una mascota, pero nuestra hija quería tenerla y ahora con la casa que tenemos nos decidimos a tenerla. Nuestra hija está encantada”.

"En el pueblo haces más vida fuera de casa que en la ciudad"

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Para ellos la vida de la capital a la de Vilameá es totalmente distinta. María dice que “haces mucha más vida fuera de la casa, mientras en Ourense hacía mucha más vida en casa. En Ourense si sales, es para hacer alguna compra o tomar algo y después está en casa entretenido. Pero aquí es totalmente lo contrario, si no estás con el jardín, estás con la huerta, si no estás dando un paseo con los perros, sales con la hija por ahí, es totalmente distinto”.

En esa distracción que tienen los pueblos, la conversación está a la orden del día y María y Fernando dicen que no desconectan digitalmente: “Al final las redes sociales o internet lo sigues utilizando, quizás un poco menos de lo que lo utilizábamos antes, pero sí que lo seguimos utilizando”. Como último envían un consejo a aquellos que todavía dudan de irse al rural a vivir: “Si tienen la opción y quieren, no lo dudaría en ningún momento. Es más tranquilo, más relajado, no hay estrés, no te molestan los vecinos ni el ruido y, haga calor o no lo haga, por las noches duermes muy bien”.

Ilse, una de las nuevas, con dos vecinas de la aldea de Vilameá. // IÑAKI OSORIO INAKI OSORIO

Más familias nuevas

Ilse Vinse, su esposo y su hijo son otra de las familias que llegaron a Vilemeá para quedarse. Ella dice que “mis suegros son gallegos, de aquí de Galicia, y vinimos emigrando de la situación que vivíamos en el país y por una mejora para el estilo de vida de nuestro hijo y aquí llevamos ya tres años. Primero, estuvimos en Celanova y ahora aquí en Vilameá”.

La decisión la tomaron a raíz de la pandemia porque “los pueblos son más tranquilos” dice tajante la venezolana, ya con acento gallego. Y añade que “buscábamos así algo más tranquilo para vivir, sin sobresaltos y con cierta libertad que la ciudad u otros sitios así más grandes no te pueden dar. Además, como a nuestro hijo le gusta más el campo y la naturaleza pues nos vinimos para aquí”.

“Buscábamos así algo más tranquilo para vivir, sin sobresaltos"

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La bienvenida no difiere mucho de la del resto de nuevas familias y la amabilidad y la cercanía de los oriundos del pueblo fueron la tónica predominante. Ilse comenta que “aquí todos son muy ‘chéveres’, como dicen aquí, muy majos y entre todos nos ayudamos y creamos una comunidad en la que nos llevamos muy bien todos”. Sobre los aspectos positivos dice que “además aquí en el pueblo siempre puedes tener una tierrecita para cultivar tus cosas y estar más entretenido que en la ciudad”. Destaca también la “libertad” de los niños y niñas para jugar por todo el pueblo, como también alababan Fernando y María, y añade que “aunque en invierno la gente se mete más en sus casas por el frío y porque anochece antes, en el verano se está genial. Vale la pena”.

Cercanía con la capital

Es el aspecto que más destacan las nuevas familias, ya que de la aldea a la capital son 15 minutos en coche. María y Fernando explican que “si trabajas en la ciudad al final es poco tiempo de trayecto y si bajas y necesitas algo pues lo compras ya de paso que bajas o si no aquí viene el pan, el pescado o un servicio móvil de alimentación varias veces a la semana que puedes comprar lo que necesites o quieras”.

Ilse dice que “igual te queda un poco más lejos cumplir ciertas actividades para los niños o niñas como ir al cine y otras cosas, pero al final en el pueblo se entretienen mucho”. Y finaliza diciendo que “además no tienes que bajar todos los días a hacer la compra porque tenemos servicio de panadería, pescadería o alimentos de varios tipos varias veces a la semana. A mí, el panadero pasa me deja el pan en la puerta y cuando llegamos está el pan ahí”.

Todos ellos se juntan para celebrar un estilo de vida más tranquilo. Esa que la pandemia a exaltado hasta límites insospechados y que ha hecho que también se valore la libertad del rural ourensano, en detrimento de las ciudades o las grandes villas. Ahora solo falta que la tendencia persista y que los pueblos ourensanos recuperan su júbilo y se rompa con ese éxodo centenario.

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