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La huella de nuestro pasado a vista de pájaro

Los castros, espejo de la despoblación

“Fueron la forma idónea de habitar el espacio durante mil años hasta un cambio de paradigma; visitarlos es como ir a una aldea abandonada”. Se calcula que en Galicia hubo entre 3.000 y 5.000 poblados castrexos. Su puesta en valor ayuda a activar el turismo y la economía local

De izquierda a derecha y de arriba a abajo: los castros de Castromao (Celanova), A Saceda (Cualedro), Armea (Allariz) y San Cibrao de Las (San Amaro). BRAIS LORENZO (Imágenes de dron)

El fenómeno de la despoblación y vaciado de aldeas que experimenta Galicia –ya hay más de 1.800 núcleos deshabitados y más de un millar con un solo residente–, y que la provincia de Ourense sufre de una manera acusada –40.000 habitantes menos en lo que va de siglo en una de los territorios más envejecidos de Europa–, ayuda a comprender mejor el proceso que terminó con la vida en los castros tras la romanización.

“Cuando visitamos uno vemos una forma de vida que ocupó el espacio de manera idónea durante mil años, hasta que un cambio social y de paradigma, por la invasión de una potencia extranjera como fue Roma, supuso que ese modelo ya no valía y alteró el devenir de la historia. Para intentar transmitir la importancia de esos poblados, y para empatizar, lo que está sucediendo a día de hoy con nuestras aldeas en muchos puntos del territorio gallego es algo que ya ocurrió hace 2.000 años. Puede ser un espejo. Es como ir a ver una aldea que quedó abandonada, como se si se hubiera detenido en una foto fija. Hay pueblos que a día de hoy se consumen como los castros de hace 2.000 años, y desaparecen por una nueva forma de habitar el territorio. Intentar frenar un ciclo histórico como este es complejo”, reflexiona Martiño Xosé Vázquez, arqueólogo de Xeitura e investigador del Grupo de Estudos de Arqueoloxía, Antigüidade e Territorio (GEAAT) de la Universidad de Vigo.

El arqueólogo Martiño Xosé Vázquez. BRAIS LORENZO

“Cuando excavamos los castros, no aparecen destrozados. Si Roma hubiera querido acabar con esa forma de vida habría arrasado estos poblados, pero lo que hizo fue fundar Ourense, Xinzo o Verín, conectar con carreteras y generar un poder de atracción”, subraya este experto.

No hay un dato exacto sobre el número de poblados castrexos que estuvieron habitados en Galicia. “Entre 3.000 y 5.000”, apunta Vázquez. En el libro ‘Celtas, castrexos e romanos. Á procura dun pasado na historia de Galicia’ (Xerais), Francisco Xavier González expone que la Edad de Hierro en Galicia era “un mundo muy variado, tanto en el ámbito cultural como en el político y social; un mundo abierto a la innovación y la transformación, en cuya configuración desempeñaron un papel destacado los elementos culturales celtas o actividades como la guerra”.

La romanización no se limitó –añade González en esta obra– a “una imposición hecha desde arriba, basada en la desigual relación entre una cultura superior, dominante, la romana, y otra inferior y sumisa, la indígena”, sino que fue consecuencia “de un proceso de interacción cultural que, gracias a la labor y al protagonismo activo de los conquistadores, tuvo como resultado la construcción de un modo galaico de ser romano”.

El autor sostiene que Galicia y lo galaico no son realidades construidas como un dogma inalterado, sino “el resultado de un proceso histórico complejo y abierto, que cambia, que se perfila y que se completa con el tiempo, y que la investigación histórica, con sus avances y progresos, ayuda a conocer”.

En el libro se alude al nacimiento de los castros en el noroeste de la Península como el resultado de una serie de transformaciones –sobre todo, en las formas de asentamiento y ocupación del territorio–, a partir del siglo VIII a.C.

Surge una nueva manera de habitar: el castro, un asentamiento fortificado en altura, “un tipo de poblado mucho más estable que los campamentos de la Edad de Bronce, que supuso un desarrollo considerable del sedentarismo y, también, la aparición de nuevas formas de apropiación y organización del espacio por parte de las gentes que lo habitaban”, indica González.

El castro de San Cibrao de Las, en San Amaro, es uno de los mayores de Galicia, con unas 10 hectáreas de extensión. BRAIS LORENZO

En la fase inicial de la difusión del castro como forma de hábitat aparecen núcleos de menos de una hectárea, dispersos y aislados entre sí, en los que primaba el criterio defensivo, al estar en zonas elevadas.

La partes más desprotegidas se reforzaban con obras de fortificación. El espacio estaba ocupado por viviendas circulares similares, y la economía se basaba en actividad agrícola con aprovechamiento ganadero de las zonas de pasto.

En el libro antes citado se explica que, alrededor del 400 a.C., se producen otra serie de transformaciones, “con menor interés en la ocupación de las tierras altas” y asentamientos en los tramos medios e inferiores de los valles, lo que permitió diversificar el tipo de cultivos, con abastecimiento de madera, pastos y caza.

“Las comunidades de los castros experimentaron un considerable incremento del número de habitantes. Crecieron hasta el punto de llegar a duplicar la extensión media de los viejos asentamientos”, con viviendas más grandes y complejas, construcciones anexas, una mayor monumentalidad de fortificación y menos aislamiento del poblado.

El autor indica que “entre el siglo II a.C. y el momento de la conquista romana, es posible asistir a un proceso de enriquecimiento gradual, que tuvo su culminación con la aparición en las áreas meridionales del noroeste peninsular”, como es el caso de la provincia de Ourense, de las citanias, castros de gran tamaño de varias hectáreas, como el de San Cibrao de Las (San Amaro), de unas 10 hectáreas de superficie –uno de los de mayores dimensiones de Galicia– y un buen estado de conservación, con dos recintos amurallados y un sistema defensivo fuerte, con líneas de murallas un foso y parapetos.

Se trata de un poblado representativo de la etapa final de la cultura castrexa, habitado desde el siglo II a.C. hasta el II d.C., con ocupaciones residuales durante el III y el IV.

Imagen cenital de San Cibrao de Las. BRAIS LORENZO

“Pensar en un castro como un reclamo para hordas de turistas es equivocado. Lo fundamental es recuperar la historia”

La puesta en valor de estos yacimientos, como bienes del patrimonio cultural que son, puede contribuir a dinamizar la economía local y atraer turismo en municipios afectados por el problema demográfico.

“Soy un poco crítico con la asociación directa de castro-monumento-turismo, porque los ciclos de activación de recursos patrimoniales son largos y requieren una oferta complementaria que ayude”, introduce Martiño Xosé Vázquez. “Pensar en recuperar un castro como un reclamo para hordas de turistas es equivocado. Lo fundamental es recuperar la historia”, incide.

“Sin embargo, es un motor de desarrollo económico a nivel local. La consecución de una subvención de la Xunta, de fondos europeos o la activación de recursos locales hacen que se activen resortes que impulsan la economía: la posible contratación de vecinos para las obras, la compra de material de construcción en la zona, el consumo de gasóleo, el gasto en la hostelería del lugar...”, afirma.

Fernando Redondo, alcalde de San Amaro, donde se ubica el castro de San Cibrao de Las y su centro de interpretación, concibe el poblado castrexo como “el elemento principal y diferenciador” del municipio.

“Tenemos que aprovechar ese potencial, y el del monasterio budista. Está claro que donde se mueve gente hay vida”, destaca. Una de las propuestas vinculadas es que los visitantes del castro aprovechen para realizar una ruta de senderismo desde Las hasta el coto de San Trocado.

A Cidá de A Saceda, en Cualedro, ya estaba habitada hace 2.500 años. BRAIS LORENZO

En A Saceda, Cualedro, A Cidá contempla el paso del tiempo. Es un castro fortificado con un sistema de murallas a casi 800 metros de altitud, a los pies de la sierra de Larouco, a un paso de Portugal. Ya estaba habitado hace 2.500 años. Es un Bien de Interés Cultural desde 2011.

“Es un atractivo turístico potente. Cualedro cuenta con una riqueza arqueológica muy importante: el castro de San Millao, que también está en tramitación de ser BIC, la ciudad romana de Santa Marta de Lucenza y unos cuarenta yacimientos arqueológicos”, destaca el alcalde, Luciano Rivero.

“En la inmensa mayoría de los municipios hay castros, pero también petroglifos, mámoas y otro tipo de patrimonio arqueológico que se podría poner en valor”

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Para mejorar las posibilidades turísticas de la zona, el regidor ve necesario salvar carencias como la falta de alojamientos, y llama a la implicación de vecinos y del sector privado. 

En los últimos años se ha producido una activación. No tanto a nivel de investigación, pues ya había proyectos significativos desde hace años, como la escuela arqueológica de la Universidad de Vigo en Armea, Allariz, sino en iniciativas promovidas por concellos y financiadas por Agader”, señala Vázquez.

“En la inmensa mayoría de los municipios hay castros, pero también petroglifos, mámoas y otro tipo de patrimonio arqueológico que se podría poner en valor”.

El castro de Armea, en Allariz. BRAIS LORENZO

"Hay muchas incógnitas que todavía siguen encima de la mesa"

Desde que pioneros de la arqueología como Cuevillas o Taboada Chivite abrieron camino, la investigación ha avanzado, hasta incorporar técnicas como el láser aéreo para reconocimientos territoriales de grandes extensiones, para identificar yacimientos, o avances en el conocimiento de la cultura material.

“Pero hay muchas incógnitas que todavía siguen encima de la mesa, como las necrópolis. Sabemos dónde vivían pero no tanto dónde morían, porque no localizamos los cementerios de los castros hasta ya avanzada la época romana”, indica Martiño Xosé Vázquez.

El año pasado, en Castrillón, Larouco, se localizó un pequeño enterramiento infantil dentro de una cabaña. “Vamos conociendo pinceladas de ese mundo pero aún no está delimitado”, añade.

El experto también considera interesante profundizar en los niveles de conquista y tipos de asentamientos previos a la romanización, así como en el estudio histórico del cultivo del vino. “Probablemente los castrexos ya tenían desarrollada esa cultura”, apunta. Como indicio, en Santa Lucía, Castrelo de Miño, se localizó un lagar de la época prerromana.

Vista cenital de Castromao, en Celanova. BRAIS LORENZO

¿Hay otros paralelismos con la demografía actual además del modo en que se abandonaron paulatinamente esas antiguas aldeas? “La zona más ocupada en la Edad de Hierro en Galicia era la franja litoral, por sus condiciones óptimas para las relaciones humanas. El Eje atlántico de hoy ya existía”, afirma Martiño Xosé Vázquez.

"A día de hoy, Madrid es el centro de España y Muxía la periferia, pero durante miles de anos no fue así: Muxía era un centro del mundo y Madrid estaba en la periferia; el mar eran las autopistas"

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“Ourense no sería una provincia ‘top ten’ en cuanto a ocupación en la Edad de Hierro, lo que no quiere decir que no tuviera una alta densidad de población. En Allariz, por ejemplo, había cinco o seis castros, entre ellos ciudades como la de Armea. Ourense tenía ocupación, pero con menor densidad respecto al mar. A día de hoy, Madrid es el centro de España y Muxía la periferia, pero durante miles de anos no fue así: Muxía era un centro del mundo y Madrid estaba en la periferia; el mar eran las autopistas. Se llegaba más fácil a Roma o Inglaterra desde Muxía que desde Madrid”.

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