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Cuando los sobres se llenaban de política, amor y teatro

Imagen de archivo de Eduardo Blanco Amor.

Es precisamente por las misivas que se conservan del granadino –del que, además, se han escrito varias biografías e infinidad de libros– que sabemos sus inclinaciones políticas. Durante años, cuando la documentación era menos accesible para los investigadores, se corrió el rumor de que a Lorca no le gustaba la política ni hablar de ella –teoría que se desmonta leyendo sus obras–.

Eduardo Blanco Amor dedicó varias lineas de sus cartas a hablar de cómo los lerrouxistas lo querían encandilar, para usos de imagen, y del fervor que sentía por Manuel Azaña. Del presidente de la República dijo: “Yo siento por Azaña un cariño sin límites y una admiración que me da miedo, porque invade una zona de mi ser que siempre estuvo libre para mis paseos interiores: mi self control crítico. Yo tuve fanatizado muchas veces mi corazón. Pero mi mente era mía. Ahora no. Estoy fanatizado integralmente. Esto me permite, sin yo haberlo querido, penetrarme de Azaña más que intelectualmente, por medio de sutiles modos de conocimiento que más tienen que ver con la mística. De tal modo es así, que cuando leo sus discursos o le oigo se ponen en movimiento dentro de mí una serie de mociones y resonancias que ya me eran antiguas sin que yo las supiese en clara conciencia de sus palabras o ensueños”.

El revuelo político y social que causó el estreno de ‘Yerma’ en Barcelona también despertó interés en el escritor ourensano. En otra de sus misivas le manifiesta su alegría al granadino por el éxito cosechado y lo insta a seguir haciendo trinchera desde los escenarios: “Y si estas derechas cabronas siguen impidiéndonos rehacer lógicamente a España, entonces yo gritaré también. Por lo menos, que de todo este hundimiento, este asco y esta catástrofe, se salve un regazo de España que diga al mundo que, a pesar de todas las apariencias, hubo un pueblo civilizado”.

Eduardo Blanco Amor trabajó como corresponsal en España para el diario 'La Nación' antes de la Guerra Civil. FdV

Ya al otro lado del océano, le mandó la carta más larga de las que se conservan. Cuatro páginas escritas a máquina, con rúbrica a mano, en las que se refleja el fervor que despertaba el dramaturgo en Argentina tras su visita entre noviembre del 33 y marzo del 34.

Lorca se había hospedado en un hotel en la Avenida de Mayo, cerca del teatro en el que la actriz Lola Membrives representaba ‘Bodas de sangre’. Lo de las chicas ya lo había inventado alguien antes de Almodóvar, porque en sus líneas Blanco Amor le explica que se encontró con la actriz argentina en una fiesta y que estaba “dolida” porque no la había escogido para ‘Yerma’. “Sueña que le destines por lo menos ‘Casa de maternidad’ o que le escribas cualquier otra obra”, dijo. Y señaló que Margarita Xirgu –que dirigía y actuaba en las obras de Lorca en España– no debería irritarse por ello. “Está por encima de estos menudos celos teatrales y no se enfadaría, porque no es actriz más que por su gran talento y su angustiosa sensibilidad. Es actriz de escena y no de entre bastidores. [...] Piensa un poco en esto y contéstame. Soy aquí un poco tu representante espiritual y pienso dedicarle tanto tiempo a mis cosas como a velar, a defender y a exaltar las tuyas. Al fin, aunque mi vida no tuviese otro objeto que la de servir a la tuya, ya con esto estaría bien justificada”, argumentaba con exaltada admiración hacia el granadino.

Federico y su madre, en la casa familiar de la Huerta de San Vicente, fotografiados por Blanco Amor, un año antes del fusilamiento del poeta. FdV

Al principio de esta epístola, fechada el 29 de noviembre de 1935, Blanco Amor volvió a mostrar su sufrir. El escritor y periodista –que fue tantas cosas: repudiado, insolente, atrevido, crítico y libre pese a todo y todos– deja entrever un tormento que lo envuelve y lo estrangula: “Ando sufriendo tan horriblemente que no sé cómo puedo sobrevivirme. En realidad me invento cada mañana de esta desolación que es cada día. Ya te supondrás lo ocurrido. Yo vine a Buenos Aires a buscar a quien estaba en mi corazón y en mi carne después de un beso que duró siete años, con sus noches sus mares y sus angustias. Pues este abrazo que yo traía temblando en mis músculos, con un ansia de tanta ausencia junta, no encontró ni siquiera el fantasma piadoso de esas mentiras que se nos cuentan para que sigamos viviendo. Nada, una confesión bruta, a la media hora de desembarcar, y otra persona en medio”.

Un Eduardo orfebre con el léxico que abrevia, en una oración, el desamor universal: “De pronto me quedo con la vida vacía entre las manos y todo desmoronado dentro y fuera de mí”.

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