Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Reflexiones en la plenitud de la primavera

Tengo que reconocer que esta mi habitual costumbre de escribir cada noche unas cuantas reflexiones, que después les paso por WhatsApp a un grupo de familiares y amigos, a veces me produce hilaridad dado el atrevimiento que supone. Agruparlas después para elaborar estos sueltos podría parecer osadía. Es como si tratase de pensar por ellos o por ustedes. Nada más lejos de mi intención. Como mucho, si tienen la bondad de leerlas, representa un intento de incitarles a que desencadenen sus propias reflexiones, que en unos casos serán coincidentes y, en otros, contrapuestas. Esta es la cuestión y, si quieren, es el desafío.

Tranquilidad y vivir la vida

¡Qué bonitos son esos días en los que al acostarnos no tenemos nada de qué preocuparnos! No siempre es posible. Para conseguirlo tendríamos que hacer un esfuerzo para no plantearnos preguntas comprometidas a la hora de irnos a la cama, simplemente repasar los momentos felices. Demasiadas veces estamos tan preocupados por nuestras responsabilidades que nos olvidamos hasta de nosotros mismos, de que estamos vivos y de que contamos con nuestra propia capacidad y fuerza para hacerles frente.

Es cierto que no todo en la vida es bonito; sin embargo, cuando nos levantemos cada día, hagámoslo con la disposición de que las cosas nos saldrán bien y lo vamos a pasar bien. Cuando la jornada arranca propongámonos aprovechar cada uno de los momentos buenos que se nos presenten y minusvaloremos todo lo malo, incluidas las críticas que nos puedan hacer. Para conseguirlo comencemos por sonreírle al primero que nos encontremos y a los siguientes; a cambio, con toda seguridad, recibiremos muchas otras sonrisas, que contribuirán a nuestra felicidad. Incluso hagamos un esfuerzo adicional y recurramos al cumplido y el piropo honesto y cordial. Cuestan poco y crean satisfacción al que lo da y al que lo recibe. ¿Será una realidad o será solo una frase la que reza: “se murió de felicidad”?

Los jóvenes y no tan jóvenes son impacientes y vehementes. Por el contrario, a medida que tenemos más edad y, como consecuencia, tenemos menos tiempo, de forma paradójica se incrementa nuestra paciencia. Hay que saber esperar al momento oportuno y, mientras tanto, hacer otras cosas, pues siempre sobra qué hacer. Si nuestra edad es avanzada y creemos que nos falta suficiente alegría, pero todavía podemos hacer esfuerzos, apliquémoslos en servir y dar. Notaremos enseguida cómo aumenta nuestro contento.

Ya en faena, a lo largo del día, además de hacer lo que tenemos que hacer, y aunque estemos convencidos de que lo hacemos bien, de vez en cuando hagamos un viaje interior y preguntémonos por qué lo hacemos. Mas no basta con empezar, hay que seguir hasta terminar. Esto no excluye que, de cuando en cuando, haya que pararse y abrirse a nuevos horizontes. Así lo aconsejaba Daniel Trimboli: “Vivimos en un mundo muy estresante en donde el hombre está tan absorto en su trabajo y tan ocupado tratando de hacer tanto dinero como sea posible, que a menudo ni siquiera sabe a dónde va y se mueve sólo dentro del marco rígido impuesto por la empresa sin tientas para ir más allá de él para probar algo nuevo”.

Alegría versus tristeza

Son admirables las personas alegres, esas que incluso cuando se van nos dejan contagiados de alegría. Es tan importante la alegría que ha de acompañarnos hasta el momento de la muerte. Jonathan Lockwood Huie sentenció: “La esencia de la vida no está en las grandes victorias y los grandes fracasos, sino en las simples alegrías”. Lo que podríamos completar con la aspiración expresada el famoso escritor danés Hans Christian Andersen: “Simplemente vivir no es suficiente […] uno debe tener sol, libertad y una pequeña flor”. Anhelos que ha conseguido este, su escribidor de ustedes, en la pequeña aldea de Boimorto, más que nunca ahora, en plena primavera, cuando la naturaleza está de fiesta.

Aunque sea verdad lo de que no siempre tenemos tiempo, a lo largo de cada jornada del año, hagamos un esfuerzo todos los días y parémonos unos segundos para contemplar y disfrutar de todos y todo lo que nos rodea. Si lo conseguimos recuperaremos ese pequeño tiempo y, además, seremos más felices. Y si las cosas no nos van como queremos, recurramos a la imaginación. No tenemos más que recordar aquella recomendación del irlandés Oscar Wilde: “La imaginación es una cualidad que se le ha dado al hombre para compensarlo por lo que no es, y el sentido del humor le fue dado para consolarlo por lo que verdaderamente es”. Dicen que el que tiene buen humor es el que acepta la realidad como le viene; sin embargo, que el que tiene mal humor es el que ve la realidad como es.

Con una nota muy importante: si de verdad queremos ser felices, tenemos que tratar de hacer felices a otros. Se ha expresado, no sin razón, que la alegría no compartida se muere con bastante rapidez. El propio Jesús de Nazaret dijo: “Hay más alegría en dar que en recibir”.

De todos modos consideremos una advertencia que no es propia pero hago mía, del escritor alemán-suizo Hermann Hesse: “Si para divertirte necesitas el permiso de los demás, entonces eres verdaderamente un pobre diablo”. En ocasiones, para conseguir lo que nos proponemos y con ello lograr la alegría, no nos queda más remedio que prescindir de ciertas personas que tiran de nosotros hacia atrás. Porque es que hay personas tan tristes que no queda otra que decirles: mira, si no quieres ser feliz, tú verás, pero déjame que lo sea yo y adiós. Hay personas tan cenizas que, en cuanto te encuentran en la calle o donde sea, te encasquetan eso de: —hoy tienes muy mala cara. Habría que contestarles: —posiblemente, pero se me pasará; por el contrario tu amargura y fealdad son permanentes. Llega un momento en el que uno tiene que decirle a ese individuo impertinente y ególatra que tanto nos incordia: —por favor déjame solo, ya hace tiempo que te tengo apuntado en la lista de los mierdas. Aunque claro está que todo tiene su excepción: si el hombre o mujer que nos enfada es un buen familiar o un buen amigo, de los que en esos momentos en que todo se nos viene encima siempre está ahí, perdonémosle de antemano; el hará lo mismo, en otro instante, con nosotros.

En todos los casos la situación variaría y seríamos más felices si ya de una vez aprendiésemos a reírnos de nosotros mismos. Pase lo que pase que no decaiga el ánimo, en palabras del educador y profesor universitario de Florida, William W. Purkey: “Tienes que bailar como si nadie te estuviera viendo, amar como si nunca te hubieran herido, cantar como si nadie te estuviera escuchando y vivir como si el cielo estuviera en la tierra”

Generosidad

Es innegable que para ser feliz hay que ser bueno y estar a bien con la gente y, para eso, hay que ser generoso; el castigo está en que no todos los buenos y generosos son felices. Cuando tal sucede, porque algo se nos tuerce en la vida, busquemos a alguien alegre que nos compense esas tristezas. Ese alguien puedes serlo tú para otro que esté pasando un mal trago, porque es de gente de bien compartir la alegría y el sufrimiento. Y siempre con la consideración de que las alegrías son distintas en cada edad, por lo que hemos de hacer un esfuerzo de adaptación.

Nobleza, dignidad, trabajo, constancia, entrega, generosidad, humildad y honestidad. Todo lo que constituye la grandeza de una persona. Y sigue siendo y será lo mismo a través de los tiempos. ¡Qué triste debe ser tu vida en la que solo te preocupas de tener y retener! ¡Cómo cambiarían las cosas para ti si te centrases en ser y dar! Y, si tienes dudas sobre hacerle o no algo a alguien, medita si te lo harías a ti mismo y después decide.

Necedad y terquedad

Nadie insiste tanto como el necio. Es que el necio no es capaz de quedarse callado y ha de demostrarlo cada vez que abre la boca. Es empeño de todos los necios parecer eruditos. El escritor coruñés, Wenceslao Fernández Flórez, decía haber conocido a un necio políglota, lo que todavía era más insoportable porque verbalizaba las sandeces en varios idiomas. Tampoco me olvido que en el preuniversitario estudié al dramaturgo francés Molière y una frase de su obra era: “un tonto ilustrado es más tonto que un tonto ignorante”. A lo que yo añadiría: y mucho más insoportable y peligroso; aunque también es verdad que un inteligente puede ser víctima de la llamada “trampa de la inteligencia”, bien definida por aquella expresión, muy de madre: “De tan listo que eres pareces tonto”. Otra forma de necedad es la que exhibe un mediocre de limitados conocimientos tirando de la sabiduría importada de Google, empeñado en demostrarnos sus conocimientos; la sabiduría y las buenas cualidades se demuestran en lo cotidiano.

El riesgo reside en que los necios siempre tienen otros lerdos que les escuchen; lo malo es que no se dan cuenta cuando cambian de auditorio y siguen dándole a la lengua y se ponen en evidencia, porque no es lo mismo comentarios tontos que comentarios de tontos. La compensación está en que los necios suelen ser felices al no creer su propia limitación. El escritor y guionista catalán Noel Clarasó, con la ironía que le caracteriza, escribió: “Cuando los sabios se enamoran parecen tontos; cuando se enamoran los tontos, parecen tan tontos como antes”.

Asimismo no hay duda que produce más satisfacción charlar con un inculto inteligente que con un culto oficial de pocas luces.

En cualquier caso todos deberíamos intentar tener conocimientos suficientes y ser virtuosos, lo que Dante Alighiere expresó con estas palabras: “Tenga en cuenta su origen: no fue hecho para vivir como un bruto, sino para seguir la virtud y el conocimiento”.

Y con todo respeto, en el convencimiento de que ninguno de mis lectores se dará por aludido cuando de necios escribo, termino por hoy.

Compartir el artículo

stats