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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Suárez Perdiguero en mi biblioteca

Georgina y Suárez, en casa de Martinón, 1979.

Suárez Perdiguero en Ourense.

Martínón recibe el Premio Suaréz en 1980.

Con este artículo doy inicio a una serie basada en diálogos mantenidos con distintos personajes que han pasado en algún momento por mi biblioteca. Algunos de ellos están por fortuna todavía vivos y activos; otros los rescataré de los Campos Elíseos, en los que residen como hombres virtuosos que han sido. La iniciativa ha partido de mi mentor en este periódico, Xosé Manuel del Caño, a quien debo mi habitual colaboración en Faro de Vigo, iniciada en 2011 y que ha superado los 360 sueltos. Johann Wolfgang von Goethe escribió que “para conocer a la gente hay que ir a su casa”, a lo que yo añadiría y/o traerlos a nuestra propia casa. La biblioteca forma parte importante de ella.

Presentar datos y opiniones de forma dialogada no es nada nuevo, muchos y variados son sus prestigiosos antecedentes literarios, tanto que sería oprobio enumerarlos. No serán diálogos actuales sino recreados, palabras puestas por este escribidor en la boca del personaje con el que conversó, a partir de datos acumulados, notas y recuerdos, en las que trataré de acercarme lo más posible a la realidad pasada o actual. Vaya por delante mi disculpa por atreverme a poner en boca de estas personas sus propios pensamientos y opiniones con palabras que estrictamente no son suyas y que además pueden estar trastocadas por los lapsus de mi propia memoria. Algo que expresó muy bien Carlos Ruiz Zafón: “Pocas cosas engañan más que los recuerdos”. Presentación cumplida, ahí va el primero.

Manuel Suárez Perdiguero, nació en Orduña (Vizcaya) en 1907 y falleció en Sevilla en 1981. Estudió la carrera en la Facultad de Medicina en la Universidad de Zaragoza entre 1923-1928, donde fue alumno interno del Catedrático de Pediatría José Estella y Bermúdez de Castro, su maestro y el director de su tesis, Contribución al estudio del megacolon de origen nervioso, con la que alcanzó el grado de doctor en la Universidad Complutense en 1933. Suárez Perdiguero fue Catedrático de Pediatría de Santiago de Compostela, desde 1948 a 1960 y de Sevilla, entre 1960 y 1977. Asimismo fue Decano de la Facultad de Medicina de Sevilla, Rector de la Universidad de Sevilla y presidente de la Asociación Española de Pediatría. Creó las Escuelas de Pediatría gallega y sevillana, en las que se formaron importantes pediatras y profesores que continuaron su labor. Fundó en 1945 la Revista Española de Pediatría. Formó matrimonio con Catalina Paz-Peñuela, para todos doña Katy, que era una mujer de apariencia frágil, especial, singular, muy suya y sin complejos. No tuvieron hijos, que en cierto modo sustituyeron por una preciada colección de “Niños Jesús”, que adornaban todas las estancias y cada una de las puertas de su casa sevillana en la calle Imagen 7. Uno de sus discípulos, Augusto Borderas Gaztambide, lo describe así: “Un hombre sonriente, de tez cetrina, cara ancha, frente amplia y una cojera penosa de increíble […] Sus ojos son oscuros, vivos, penetrantes y, sin embargo, amables. Es lo más sobresaliente de su cara. Noto su mirada escrutadora e interesante y su tic habitual: sube el cuello y estira la boca a la vez, como si le molestara la corbata […] Habla con meditado entusiasmo…”. La importante dificultad física de su cojera, una anquilosis de la rodilla izquierda, la superó con tesón. En palabras de su primer discípulo y continuador en Santiago, el Profesor José Peña Guitían: “No suponía para él mayor restricción física o social. Lo he visto nadar, bailar y... hasta defendió la portería del equipo de futbol en su época de estudiante”.

Lo que resulta indudable es que Suárez fue un maestro sobresaliente de arrolladora personalidad e imponente producción científica, reconocida en Europa e Hispanoamérica. Gracias a él vinieron a Santiago los más eminentes profesores y, a su vez, los miembros de sus escuelas pediátricas tuvieron acceso a instituciones pediátricas por todo el mundo. Él fue, en sus propias palabras: un “gran trabajador de la Pediatría… Para ser el primero en cualquier actividad, hace falta que el puesto esté vacante, pero para ‘ser de los primeros´ no hace falta más que una cosa: trabajar”.

Yo conocí a Suárez el año 1966, cuando participó en la comida homenaje al profesor Peña, con motivo de su primera lección de cátedra. Allí estaban todos los pediatras clásicos y acreditados de Galicia y también los que emprendíamos la especialidad. No obstante, fue en 1977 cuando inicie con él lo que fue una corta pero intensa relación de amistad. De la misma me quedan imborrables recuerdos, el testimonio de las cartas intercambiadas y fotografías de diversos eventos en los que ambos coincidimos. Los días 30 de abril y 1 de mayo de 1977, la Sociedad de Pediatría de Galicia (SOPEGA) celebró en Ourense su XXVII Congreso Científico Anual — en aquellos años todavía bajo la denominación de Reunión Científica—. No dudé ni un momento en que una de las conferencias fuese pronunciada por Suárez, tal como recogí en este periódico (Crónica de un Congreso Pediátrico en Ourense el año 1977. Faro de Vigo, 29.11.2015). De nuevo, el 22 de marzo de 1979, volvió a Ourense, invitado por mí para participar en el I Curso de Pediatría Rural. Esta circunstancia la aprovechó el entonces presidente de la Academia Médico-Quirúrgica de nuestra provincia, el doctor José Fernández para que Suárez pronunciase una conferencia dentro de la programación de su corporación. El título fue Las fronteras de la vida en el Año Internacional del Niño, y Suárez la dedicó emocionado a la que fuera pediatra en Ourense, Matilde Borrajo. Recogí al maestro en el aeropuerto de Santiago y, ante la imposibilidad de acompañarle su esposa, se unió a nosotros la que había sido su secretaria, Ana María Ruiz Huertas. Ese mismo día tuve el honor de que aceptasen cenar en nuestra casa y que, con tal porqué, conociese mi biblioteca. Su conversación fue a la vez amena e instructiva, como persona y como pediatra. El diálogo fue fácil y distendido. El maestro se mostró contento, abierto, accesible, sensible y humano.

—Profesor, ¿conoce bien Ourense?, ¿ha estado en más ocasiones?

—Sí, he estado bastantes veces antes, con carácter personal. —me contestó— y he tenido la oportunidad de, a bordo de mi Simca Aronde, conocer sus monumentos, y también su gastronomía. Me impresionó la Catedral de San Martín y el Monasterio de Oseira, que ahora podré ver de nuevo. A Katy, mi esposa, le gustaron los grelos, que es uno de sus platos favoritos, y que degustó en el Restaurante La Regidora. Nos alojamos en varias ocasiones en el que fue el magnífico Hotel Roma y recuerdo a su dueño, Enrique Barciela, al que también encontraría en el Hotel Universal de Vigo. He estado revisando mi historial y he visto que el 10 de junio de 1956, se reunió aquí en Ourense, por primera vez, la Sociedad de Pediatría de Galicia, bajo mi presidencia.

—Esa sociedad la fundó usted, ¿no es así?

—Efectivamente, nueve años antes, en 1950. Recuerdo que se celebró en el Salón de Actos del Colegio Oficial de Médicos de Ourense, en una calle que llevaba el nombre del que fue mi particular amigo el Cardenal Quiroga y que estaba, precisamente, frente a la consulta de su padre, Federico Martinón León. Asistieron, además de su padre, otros pediatras ourensanos. Recuerdo a Freijanes, a García Martínez y a Mato Prada. Este último fue discípulo mío.

—Posiblemente lo pueda saludar mañana.

Así sucedió cuando, a la mañana siguiente, visitó detenidamente el Hospital Materno-Infantil “Infanta Elena”. Está en mi memoria el momento en que, al pasar por Radiología, echó un vistazo a la “radiografía de la semana” —que puntualmente y a modo de reto colgaba nuestro compañero Manuel Vázquez— e hizo el diagnóstico de forma inmediata.

—Don Manuel, sé que usted cuenta con una extraordinaria biblioteca, creo que única en España, en el área pediátrica, pero me atrevería a invitarle a que visitase la mía. Es uno de mis afanes, no espere gran cosa. No obstante, es posible que vea algún libro de su interés.

—Estar en una biblioteca es siempre una oportunidad, vayamos.

Nada más entrar fijó su atención en el Tratado Enciclopédico de Pediatría, de M. Pfaundler y A. Scholosssmann, un ejemplar de la primera edición en español en 1909, que me había regalado el que fue mi querido amigo, el psiquiatra Leopoldo de Castro y que antes había pertenecido a su abuelo.

—Este era uno de los únicos libros que había en el Servicio de Pediatría del Hospital Clínico de Zaragoza, en el que comencé la docencia como Profesor Auxiliar en 1932 —sentenció cogiéndolo con sumo cuidado entre las manos.

Después le mostré su ponencia sobre Métodos de estudios del crecimiento, la que llevó al VIII Congreso de Pediatría de Barcelona en 1952, creada con los primeros trabajos y tesis doctorales dirigidas por él mismo en Santiago y realizadas por: Santos Sanz, Peña, Servio Puente Teijeira y Burguera.

—Sí, ha sido para mí un tema preferente de estudio e investigación. Y me comentó: —He tenido el honor de que mis trabajos sobre auxología hayan sido citados por muchos, pero sobre todo varias veces por Gregorio Marañon, en su libro Crecimiento y sus trastornos (1953). A Marañón lo consideró también uno de mis maestros. La falta de espacio trunca el relato esta visita y diálogo que en otro suelto podría continuar.

En 1981 invité al profesor Suárez Perdiguero al II Curso de Pediatría Rural, en la Estación de Montaña Manzaneda. No pudo ser, falleció el 1 de mayo de 1981. Unas horas antes de su muerte, me escribió la que sería su última carta, en la que me hablaba con ilusión de su nueva venida a Ourense. Su carta y la noticia de su muerte me llegarían juntas. Él había pasado de forma definitiva la historia de la Pediatría Española y Universal.

A sus funerales y entierro me desplacé a Sevilla, acompañando el profesor Peña y a otros compañeros. Doña Katy nos mostró su casa y su extraordinaria biblioteca. En un lugar preferente del salón comprobé emocionado que estaba una gran fotografía del momento en que, en 1980, me entregaba el Premio “Suárez Perdiguero” de la Sociedad de Pediatría de Galicia y nos fundíamos en un abrazo.

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