Da la sensación de que Narciso Barreira (55 años; de Valpaços, a unos 30 kilómetros al sur de Chaves, Portugal) estuviera haciendo magia, o fabricando nubes a ras de suelo. "Este es mi arte y es muy bueno". Son esferas y formas tubulares que nacen de un algodón enjabonado que mueve con dos palos, en una muestra de precisión y creatividad, como si trazara pinceladas en una pintura al óleo. Las pompas, grandes y pasajeras, atraen todas las miradas mientras planean calle abajo. La luz las atraviesa y aparece el arcoíris. Chocan contra el suelo, contra un carrito de bebé o contra un dedo curioso, y desaparecen de repente. El hombre exhibe sus figuras a cambio de la voluntad, en la confluencia de Sáenz Díez con la rampa de acceso al centro comercial de Ourense. El artista diurno duerme todas las noches bajo un puente, el del Milenio.

El Miño era un gigante a finales de diciembre, tras el paso de dos borrascas que descargaron lluvia sin parar. La crecida llevó el río por encima de los 9 metros a su paso por la ciudad. Narciso dormía intranquilo. "Me acojonó", reconoce. "Coloqué dos latas y un cordón. Si sonaba es que tendría que salir. Soy muy buen nadador pero me moriría congelado", supone.

"Necesitaba un saco de dormir y fui a Cruz Roja. Cuando quiero ayuda la voy a buscar. Intento no depender del ayuntamiento ni de nadie. Me saco más sonrisas en un día que mucha gente en toda su vida. Lo que importa es cómo te sientas tú. Yo decidí tener esta vida, he optado por esta porque soy feliz así. Mucha gente no lo es". Él tenía casa en Portugal, "y salía de vez en cuando, pero en esta ocasión he roto con todo. Fue mi opción". Sufrió un percance en moto -se rompió un pie- y también un desengaño con unos amigos. "Creía que lo eran, pero solo uno de verdad, al que le di la casa. Al pueblo no vuelvo. A Portugal, sí, claro, porque es mi país".

Hace sus pompas fabulosas a las puertas de un hospital. "Veo a las personas que tienen que venir aquí y a veces sufro por ellos porque soy sensible a sus problemas", asegura.

Sin que él lo hubiera pedido, los hosteleros de un bar cercano se ofrecieron a costearle una prótesis dental, que ya casi está lista. "Más vale caer en gracia que ser gracioso". Una ciudadana tuvo otro detalle con él: "La noche de Navidad me trajo una botella de vino de Oporto, una paella, un paquete de cigarrillos y 5 euros. La persona que lo ha hecho sabe que yo sé quién es".

Narciso insiste varias veces en que no precisa "nada" pero, a fuerza de conversar, al final señala: "Una pequeña casita para vivir es lo que necesitaba, solamente. Que tenga agua y luz y que yo, dentro de mis posibilidades, pueda pagarla. Por lo demás, nada".

Lleva dos meses en la ciudad, en la que se crió y "es mi segunda casa". Había estado ya en verano varias semanas. El próximo "me iré a otros lugares, a otras ciudades y otros países". Hace un tiempo, cuenta, le surgió una oportunidad. "Hay un señor que es de Nueva Zelanda, un irlándes al que conocí en Aveiro, y que en aquel momento me quería llevar con él, con habitación, comida y cena pagadas. Le encantó mi trabajo. Tiene un parque en nueva Zelanda y me dijo: te pago el billete y te vas ahora. ¿Cómo me iba a marchar así, de repente?", recuerda. "Yo no pensaba en eso".

Narciso es afable y da conversación. Asegura al periodista que se embarcó en mercantes. "Estuve en 28 países y hablo varios idiomas". Un castellano muy fluido, portugués, italiano, francés y gallego. "Ser pobre no es ningún defecto pero ser pobre y además burro...". En esa ruta por el mundo llegó a Corea del Sur y aprendió la técnica que sigue representando ahora. "Un señor, un maestro, me la enseñó en 1984. Desde entonces la he utilizado siempre que la necesitaba".

Su trabajo llama la atención y, aunque grandes y mayores miran a su paso, no siempre contribuyen. "Hay gente que responde mejor que otra, pero yo no soy quién para criticar a los demás. En un día, si es bueno, puedo sacar 20 euros. No es mucho pero me da para vivir". Una alfombra improvisada con cartones previene de posibles resbalones por la helada. Mezcla agua y lavavajillas. Empapa el cordón de algodón, "100% hidrófilo y tejido por mí", dice. "Todo es cuestión de técnica. Todos los días aprendo. Jamás me verás trabajar de la misma forma". Mueve los palos y nace la magia.