El excesivo consumo de ansiolíticos y antidepresivos

Virginia R. Mateos

Leía hace pocos días que el consumo de ansiolíticos y antidepresivos se ha disparado junto con las consultas a psicólogos y psiquiatras, así como los suicidios e intentos de suicidio.

Con estos datos no podemos dejar de preguntarnos qué es lo que está pasando en la sociedad. La gente no tiene tolerancia a la frustración, entre otras cosas –y yo no me excluyo de culpa– porque estamos educando a nuestros hijos para conquistar el éxito, para triunfar en la vida (que no es que eso esté mal) pero no les preparamos para la frustración, y en el momento en el que hay una derrota, se hunden y no son capaces de salir adelante porque no tienen tolerancia al fracaso, ni al rechazo, ni a un desengaño amoroso, ni a los golpes de la vida, ni mucho menos a la muerte.

Y me atrevo a decir, que no sólo nuestros hijos, sino también nosotros mismos nos hemos amoldado a un mundo de comodidades y de bienestar y tampoco somos capaces de sobrellevar un revés y acudimos a especialistas y a pastillas.

Sería tonto pensar que las dificultades no existen. Todo el mundo sufre reveses y contrariedades; muchos, incluso acarrean sufrimiento durante toda su vida, ya sea una enfermedad, un abandono, una dificultad económica, o la muerte de algún ser querido. No hay nadie, absolutamente nadie, que no sufra o haya sufrido o vaya a sufrir. Se podría decir que el sufrimiento es connatural a la condición humana. Y, sin embargo, intentamos huir del dolor con todas nuestras fuerzas.

A lo mejor convendría hacer una pequeña reflexión y pensar, primero: que “cabe la posibilidad” de que Dios exista y de que exista una vida después de la muerte; y segundo: que, si el propio Dios ha sufrido infinitamente por causa del hombre, pocas excusas podemos alegar nosotros para evitar el sufrimiento.

No obstante, esa dificultad, esa contrariedad, ese abandono, ese desengaño, esa enfermedad e incluso esa muerte, se pueden ver con esperanza y con ojos de eternidad, porque ese dolor, conformado con Dios, se convertirá en gozo eterno (y ya en esta vida) si sabemos aceptarlo con la alegría de saber que Dios ya lo tiene todo resuelto.