Es más grave de lo que se piensa. En las semanas previas a su confección en varias villas y parroquias de Galicia, verdaderas hordas de cofrades y colaboradores asaltan literalmente nuestros montes y campos. Ejércitos de “esfolladores” convierten nuestra primavera en un yermo sin flores.

Solamente en Ponteareas se usan entre siete y ocho toneladas de flores y vegetales según los organizadores (y piénsese que una flor pesa muy poco…). La villa del Condado lleva la fama, pero lugares como Bueu usan un peso semejante de flores, y muchas parroquias y villas del sur de Galicia hacen sus alfombras en los “torreiros” y adros de sus iglesias: la cantidad de material vegetal empleado es inmensa.

Sí, es cierto que cuatro de las plantas más usadas son cultivadas como la hortensia o muy comunes como los “pampullos”. Pero un sinfín de otras flores usadas masivamente son escasas, muy raras o incluso en peligro de extinción; y recolectarlas precisamente en su época de floración impide que se reproduzcan.

Me consta por vivencia propia que poblaciones enteras de caléndulas, “borraxa azuliña”, “herba salgueira”, “tromentelo”, prímulas y muchas otras desaparecieron por completo en ciertas zonas de O Morrazo, arrasadas por la presión rapiñadora de los alfombristas, que las buscaban hasta debajo de las piedras como preciados tesoros cromáticos.

Cada Corpus es un impune y tolerado atentado a la Lei 9/2001 de Conservación da Natureza; una patada al “Catálogo galego de especies ameazadas”; una rapiña al “Rexistro de especies de interese galego”… y en general un atentado a nuestra biodiversidad floral.

¿Tan difícil es hacer las alfombras solo con flores cultivadas o con especies invasoras?

Cuando una antigua y sostenible tradición se convierte en la actual megalomanía alfombrista ponteareana, la venerable tradición pasa a convertirse en un grave problema ecológico.