El ruido puede ser nocivo; es decir, perturbador y perjudicial para la salud. Lo es por encima de niveles soportables, que suponen contaminación acústica o sonora. De modo mantenido, el alto nivel de ruido puede llegar a afectar la audición y provocar trastornos nerviosos, siendo causa de irritabilidad y alteraciones emocionales. Si el ruido impide dormir, los efectos perjudiciales se redoblan, desde la falta de concentración hasta los problemas cardiovasculares. El ruido, pues, repercute en la salud de los ciudadanos y, en consecuencia, acarrea gasto público.

Vigo es una ciudad especialmente ruidosa y, en consecuencia, nociva. Ha sido considerada la ciudad más ruidosa de España. Entre sus fuentes de ruido, la principal es el tráfico rodado. Pero no hay que olvidar las obras y los bares. E incluso las persianas metálicas de los establecimientos comerciales, que pueden ser muy molestas de noche, cuando su actividad es continuada (uno se pregunta si se valora este aspecto cuando se dan las licencias de apertura). Los emisores de ruidos nocturnos pueden conculcar el derecho al descanso.

La insonorización se hace necesaria, pero la protección frente al ruido no siempre se considera. Hay medidas de protección contra el ruido y de insonorización (regulación del tráfico, pantallas acústicas, persianas de seguridad no ruidosas…), pero la cuestión es aplicarlas. Las autoridades han de asumir su responsabilidad, vigilando el nivel sonoro, actuando en consecuencia y previendo el ruido nocivo.

Vigo sin exceso de ruido sería una ciudad doblemente hermosa. Combatir la contaminación acústica –el exceso de ruido artificial– de esta ciudad debería ser un prioritario de la alcaldía, porque es tan dañino como la contaminación atmosférica. No hay que olvidar que la OMS calificó la contaminación acústica como “amenaza infravalorada”. Sea este mensaje anti-ruido una voz de alarma. La autoridad municipal debiera ser sensible a este gran problema.