Con el primer confinamiento se resintió mi salud, perdí movilidad y me cansaba muchísimo a nada que caminara.

La traumatóloga me aconsejó que, además de caminar, fuera al gimnasio e hiciera ejercicio. Así que eso hice, probar.

Por supuesto dirigida por un monitor y con ejercicios adecuados a mi edad y situación física. Tengo que decir que me ha ido muy bien y me he recuperado bastante.

En el gimnasio se ponen en práctica todas las normas de seguridad y desinfección a rajatabla; yo, como medida de protección (por la cuenta que me tiene) no solo llevo una mascarilla adecuada, sino que utilizo mi material deportivo, no uso el del gimnasio.

Pero... no estoy vacunada . Así que tengo prohibida la entrada en el gimnasio salvo que me haga un test de antígenos (con tomar la temperatura a la entrada sería suficiente). Lo curioso es que ahora mismo todos los focos de infección se están dando en personas vacunadas, que me pueden contagiar a mí, no yo a ellos. Pero los vacunados no necesitan demostrar nada.

Y ahora viene lo absurdo. La Xunta hace test de antígenos gratuitos (yo me he hecho uno) y... no me dan un justificante de no padecer COVID, solo me avisan si soy portadora. Vamos a ver, si me obligan a hacer un test de antígenos lo lógico es que sea gratuito, pero también es lógico que me den el resultado puesto que lo exigen ellos mismos. Sinceramente ¡no lo entiendo! Salvo que yo me siento acosada para obligarme a vacunarme en contra de mi voluntad.

Por cierto, el que no pueda hacer ejercicio controlado va en detrimento de mi salud, que al parecer es lo que dicen que quieren proteger.

Y no soy negacionista; como dice Beatriz Talegón en un artículo que leí hace dos días (coincido con ella en todo), negacionista es el que niega los derechos a las personas que están ejercitando los suyos, algo que el señor Feijóo está poniendo en práctica, a su manera.

Yo pertenezco a la generación de la talidomida, que yo no tomé a pesar de que no paraba de vomitar, porque no tomo medicamentos porque sí, y ahora tengo la sensación de estar en una situación parecida, con el agravante de la presión social e institucional.

La pregunta es..., ¿quién me protege a mí?